Las fibras en la civilización occidental: el lino urbano y la lana en el campo
en TOUSSAINT-SAMAT, Maguelonne:
Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.
El
período
neolítico constituye, con la estructuración de las
sociedades y la llegada de la agricultura, un estadio de la evolución
por el que pasó, antes o después, la casi totalidad de los grupos
humanos procedentes de la época paleolítica (caza-recolección). En
la agricultura se conjugaban dos actividades alimentarias: la cría
de ganado, que procede de la caza y que la renueva con el control y la
administración de los rebaños, y el cultivo, que resulta de la
domesticación de la recogida. Estos dos parámetros de recursos
humanos no sólo incluyen la producción de alimentos -animales y
vegetales- sino también la de subproductos destinados a aumentar las
comodidades. En particular, y en lo que nos concierne, la producción
de materiales utilizables para cubrirse, pues hay que tener en cuenta
que, ya en la Antigüedad, la carne solía ser un subproducto de la
cría del ganado bovino y ovino seleccionado a lo largo de los siglos
por la excelencia de sus vellones o de sus pieles. Las fibras
textiles clásicas -el lino y el algodón- aportan asimismo semillas
oleaginosas de las que volveremos a hablar.
En
la misma linea de los prejuicios grecolatinos y medievales contra las
pieles campesinas, la lana tiene una connotación estereotipada pero
positiva, que siempre la identifica con lo rústico-nómada (los
criadores), en tanto que el lino expresa lo urbano-sedentario (los
cultivadores). De las explotaciones agrícolas nacen los pueblos y
las ciudades, en tanto que los pastores se pasan la vida de pasto en
pasto con los rebaños. …
El
segundo esquema, el urbano-sedentario, implica una idea de progreso y
de refinamiento unida a la ciudad... En efecto, el criterio de
civilización que con mayor frecuencia se suele utilizar es el de
urbanización. Muy acentuada por el trabajo de Vere Gordon Childe, la
asimilación de la vida civilizada a la aparición del fenómeno
urbano ha hecho que, en la historia de la humanidad, se considere que
la civilización propiamente dicha hace su aparición con la de las
primeras ciudades de mesopotamia, hacia el año 6.000 a.C. La
civilización continúa extendiéndose por el mundo antiguo, en la
Edad del Bronce, apartir de tres focos: las cuencas del Tigris y el
Eufrates, el valle del Nilo y el valle del Indo, y los campos como
fuente de recursos forman desde entonces el corpus de la civilización
asumida por las ciudades. Sincronizada con el desarrollo de cada uno
de estos focos, se produce la expansión de cada una de las tres
gtrandes fibras textiles que los caracterizan: la lana desde
Mesopotamia, el lino desde el Nilo y el algodón desde el Indo. La
seda llegará más tarde procedente de otro imperio, pero a través
de otros “pueblos propagadores”, pues China prefiere guardar sus
secretos y las distancias.
En
cualquier caso, en un segundo período, coexisten en las grandes
civilizaciones tejedoras las demás fibras peregrinas y la nacional,
pero siempre habrá por ésta una preferencia tradicional de orden
cultural, a veces relacionada con el culto, y, otras veces, con
tabues con respecto a las demás fibras.
La
lana y el pastor:
Se
han descubierto restos de tela de lana en la capa más profunda
-e.d., en la más antigua- de las excavaciones del primer poblado
real conocido hasta el momento: el emplazamiento de Çatal Hüyük,
en el sur de la meseta de Anatolia, en el famoso “Creciente
Fértil”, donde ya se había hallado trigo cultivado. No se trata
de una coincidencia fortuita. Son vestigios de tela que poco nos
dicen sobre su textura, negros, cuya carbonización no tiene por qué
deberse a un siniestro que se remonte al 7.000 a.C., sino,
sencillamente, a un fenómeno químico natural. La mayor parte de los
tejidos prehistóricos se presentan en este estado carbonoso, tanto
en Asia Menor como en las turberas de Dinamarca, los túmulos de
Mongolia o el lodo de los palafitos helvéticos.
Pero
aunque este antepasado turco de la tela de lana data de hace 9.000
años, nada prueba que se tratara de una innovación o que los
ásperos vellones de los corderos, cuyo hilado y tejido debían de
ser una proeza, se supieran utilizar de otra manera ¿como fieltro?
No
podemos, sin recurrir a la fantasía, determinar cuándo y cómo los
cazadores arcaicos convertidos en sedentarios llegaron a controlar,
domesticar y explotar los rebaños ovinos y caprinos que erraban por
las ondulaciones herbosas de Oriente Próximo. Tampoco podemos
establecer a partir de qué momento el carnero (ovis) se distinguió
del musmón de Asia y de Europa. Algunos naturalistas, por otra
parte, ponen en duda la existencia de dicha mutación. Las cabras
descenderían del algagre, una cabra salvaje de las montañas de
Irán. ¿Se trata de una domesticación? Signos evidentes de mutación
se han revelado en la radiografía de secciones de cuernos fósiles
de ambas especies recogidas en las capas inferiores del emplazamiento
de Ali Kosh, en el suroeste de Irán (12.000 a.C.) o en las
pendientes del monte Taurus, en la Turquía meridional (en la misma
época). Hacia el año 4.500 a.C., la diferencia se acentúa y da en
el año 3.000 a.C. Las mismas características que las de las razas
que actualmente se crían en aquellos parajes.
Como
la selección no había aportado aún a la lana de los carneros
prehistóricos las cualidades homogéneas que nosotros conocemos de
este noble tejido, los tejidos de lana más antiguos, descubiertos en
el período de entreguerras en emplazamientos prehistóricos del
norte de Alemania y, sobre todo, en las marismas danesas y suecas
(fin del neolítico y Edad del Bronce: del 25.000 al 20.000 a.C.)
parecían a primera vista haber sido tejidos con una mezcla de pelo
diverso. Se pensó en animales salvajes, en el reno, los bóvidos,
las cabras o los carneros. Pero en 1938, cuando ya se disponía de
microscopios eficaces, un equipo de expertos alemanes especialistas
en las culturas protogermanas y los protoceltas anunció que se
trataba de pura lana de carnero. En realidad, de un carnero aún no
demasiado “definitivo” como suj pariente de Oriente Próximo...
El
magnífico manto de Gerumsberget, un emplazamiento de la Edad del
Bronce (hacia 15.000 a.C.) explotado en la provincia sueca de
Västergötland, tiene la garantía de ser de pura lana... virgen. Es
extraordinario tanto po rhaberse conservado entero como por su
tamaño: un óvalo de 2.48 metros de diámetro. Es maravilloso por su
forma de estar tejido, que es una sarga de espiguillas sin derecho ni
revés. Es asimismo extraordinario porque se trata de una tela a
cuadros compuesta por dos lanas naturales, una clara y otra oscura.
No
sabemos si se trata de una confección local, ya que no se ha
encontrado ningún otro ejemplo de esta técnica, que requiere un
telar ya perfeccionado, con cuatro viaderas. Tampoco se ha hallado
ningún telar de este tipo en una época tan lejana y en ese lugar.
Pero la datación es segura gracias al análisis del polen de las
flores pegado a la tela.
Si
las condiciones geológicas y climáticas del Báltico han permitido
una conservación bastante buena de la materia animal (hueso, cuero,
piel y lana), los vestigios exhumados en los palafitos suizos, en
cambio, son de origen vegetal. Sólo cabe concluir que la lana era
desconocida en esos lugares y en esa etapa del neolítico.
La
presencia simultánea, por el contrario, de dos materiales textiles
esenciales, la lana y el lino, no supone ningún misterio en las
regiones austríacas de los Alpes. Se ha encontrado asimismo una
colección completa de trapos en el fondo de las salinas
prehistóricas de la región de Salzburgo y de Hallein. Incluso entre
el mobiliario de una sepultura de la Edad del Bronce descubierta
cerca de Untertentshental, en el centro de Alemania, se ha hallado la
funda de un puñal confeccionada con tejido mezclado: urdimbre de
lino y trama de lana.
Para
concluir con un maravilloso recuerdo de este período de la
civilización alpina del bronce y del hierro hay que recurrir a la
imagen de una obra de arte. Una obra de arte, por desgracia, de
tamaño muy reducido, porque se encontró entre unos trapos de secar
abandonados hacia el años 900 a.C. Imagínese el lector [el tejido
de Dürrnberg] un fondo de tela de lana ocre, briscado (no recamado)
de cuadros verdes y marrones oscuros ¡Todos los tonos del bosque
alpino en septiembre! Los tejedores del tweed de Chanel no inventaron
nada nuevo... O mejor, hay que dar gracias a las eternas divinidades
del artesanado que soplan en el momento oportuno sobre los telares
con mayor talento.
El
paño de lana británico.
La
particularidad del paño de lana, tejido apretado y de buena
impermeabilidad, consiste en haber sufrido, tras haber sido tejido,
un batanado en un baño alcalino que lo vuelve compacto como el
fieltro.
Rule,
Britannia, over the wool.
El
speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes se sienta sobre un
saco de lana. No es casualidad. Aunque Gran Bretaña reinó sobre los
océanos (“Rule, Britannia, over the waves.”, decía la
consigna), no hayq ue olvidar que su prosperidad se inició con la
lana, del mismo modo que la revolución industrial lo hizo en sus
fábricas.
Ya
en tiempos de la dominación romana, el tejido inglés estaba
considerado el más distinguido; en los siglos IV y V un taller de
tejido de Winchester surtía en exclusiva el guardarropa de los
emperadores. Así como los viñedos franceses deben su desarrollo a
los monasterios de la alta Edad Media, los conventos cistercienses,
como el de Fountain Abbey, en Yorkshire, fueron los promotores de la
industria lanera británica. Hacia el año 1300 seguían siendo los
mayores productores de la isla y abastecían al mercado nacional y
vendían al continente, tanto directamente como a través de los
agentes de Hull y de York. Los abades, adelantándose a su tiempo,
demostraron ser sagaces hombres de negocios, y las finanzas de sus
casas fueron prósperas.
De
forma paralela a la abundante mano de obra subcontratada por los
religiosos, el artesanado independiente experimentó tal desarrollo
que, a partir del siglo XI, se crearon corporaciones de tejedores so
gremios (guilds) cuyo número, poder e influencia no dejaron de
aumentar. Constituian grupos de presión contra las autoridades,
organizaban una especie de asistencia social, animaban las fiestas
populares... Deseosos de demostrar el interés que tenían por la
lana y sus oficios, los reyes Enrique IV, Enrique V y Enrique VI
fueron miembros del famoso gremio de la Trinidad (Coventry), entre
1399 y 1461. En algunas asociaciones, los llamados comerciantes
convertidores, que “terminaban” las telas en sus casas, para
mejorar la calidad, confraternizaban con los tejedores y los maestros
pañeros. Y como Gran Bretaña siempre ha sido una tierra
privilegiada para el feminismo, el sexo débil era bien recibido.
Pero
volvamos atrás. Ya hemos mencionado hasta qué punto preocupaba al
poder real la lana nacional, por ser una inmensa fuente de riquezas.
En 1336, la competencia de los paños de Flandes y, sobre todo, de
Florencia, de inmejorable calidad, provocaron la prohibición de
llevar vestidos confeccionados con tela extranjera. Esta ley
santuaria, este boicoteo, no concernía, como es natural, a las
clases privilegiadas, capaces de pagarse tal lujo o de beneficiarse
de derogaciones. Asimismo, la exportación de carneros vivos -sobre
todo de la raza de Kent de pelo largo- fue formalmente prohibida.
En
1400, la venta de tejidos extranjeros sólo se realizaba, una vez por
semana en Bakewell Hall, en la City. El gran incendio de Londres de
1666 destruyó por completo este inmenso mercado cubierto de paño.
Pero aún subsisten testimonios de mercados locales. El más
pintoresco puede que sea el de Dunster (Somersetshire): un pabellón
hexagonal, iluminado por seis ventanas en salientes triangulares,
donde se compraba la lana hilada en este campo. Wiltshire, Devonshire
y Drosetshire eran las mejores regiones productoras, aunque, en la
actualidad, las antiguas marismas de Romney Marsh (Kent) son las más
ricas en rebaños. La famosa novela de Thomas Hardy, Far from the
Madding Crowd (Lejos del mundanal ruido), de la que se hizo una
película en los años setenta, es una muestra de cómo hasta finales
del siglo pasado la vida de Dorset giraba alrededor del carnero y de
la lana.
Desde
siempre, la rueca, el torno y el telar han constituido la mayor
riqueza d ellos hogares británicos. No hay para ello que extrañarse
de que el telar (loom), que se transmite de madre a hija
exclusivamente, diera la palabra heir loom, que designa la herencia
de los bienes mobiliarios (heir significa heredero)
Aparte
de cierta cantidad de lana en bruto que los campesinos llevaban al
mercado, la mayor parte pasaba directamente por las manos de los
comerciantes, que pronto se convirtieron en “industriales”. De
hecho, durante los siglos XIV y XV, los llamados 'mercaderes del rey'
ostentaron prácticamente el monopolio de la lana, desde el comercio
hasta la explotación. Se abastecían en los King's staples, que
hacían las veces tanto de almacenes como de Bolsa, pues a ellos
llegaba la lana en bruto para su valoración y su tasación. En la
actualidad, los productos destinados al extranjero se benefician de
una desgravación. En aquella época se imponía de antemano una tasa
sobre los beneficios de los exportadores.
Muchos
de aquellos comerciantes de paño son grandes personajes casi
legendarios. Además de drivers de la economía inglesa, el progreso,
las artes y el desarrollo de las ciudades les deben mucho. Jacques
Coeur, Etienne marcel y los Medicis no deben hacer que los olvidemos,
porque a los ingleses les gustaba menos la ostentación personal.
A
comienzos del siglo XIII, Godric, el primero de todos ellos, ¡fue
canonizado! En las generaciones siguientes, quizá William Cade,
William de la Pole y lawrence Dudlow fueran buenos cristianos, pero
su fama deriva de su talento financiero, que usaron -y del que
abusaron- los monarcas, siempre mal de fondos. Carlos VII hizo otro
tanto con Jacques Coeur, su proveedor convertido en tesorero. Al
riquísimo William Grevel se le calificó en los últimos años de su
vida de “flor del gremio”. Lo atestigua una placa de bronce
colocada en el muro de la hermosa iglesia de St. James de Chipping
Campden (Gloucestershire), a cuya construcción congtribuyó con
generosidad. Su casa, tan magnífica, aunque algo más sobria, que la
del protector de Agnes Sorel en Bourges, es un templo del gusto y el
arte de su tiempo.
Numerosas
iglesias parroquiales llamadas Woolchurches (iglesias de la lana, por
deberse a la generosidad de los pañeros), figuran, como St. James,
entre los tesoros de la arquitectura medieval inglesa. En Boston
(Lincolnshire), la ltorre truncada de St. Botulf, la más antigua de
este tipo de construcción, se inspira directamente en la catedral de
Anvers, debido a las relaciones privilegiadas entre los productores
de lana inglesa y flamenca. La historia del vestido no se cuenta
únicamente por documentos escritos. Así, el pórtico sur de St.
Peter (siglos XII y XIII) en Tiverton, entre los puertos ingleses y
los almacenes de Calais. Tejedores flamencos emigrados hicieron
construir la iglesia de St. Mary de Worsted, ciudad aún mundialmente
famosa por la excelencia de su tejido peinado, el worstedcloth. La
catedral de St. Michael de Coventry fue destruida por los bombardeos
alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Desde 1394 fue el
testimonio de que la ciudad con su gremio de la Santa Trinidad, era
el centro nacional del comercio de lana.
Entre
los comerciantes laneros a los que no sólo se deben edificios
religiosos se halla Peter Blundell de Tiverton, que creó en su
ciudad, en 1560, una de las primeras manufacturas de paño
importantes. Parte de la herencia de este soltero empedernido que no
fue a parar a los hospitales de Londres sirvió para fundar un
colegio que lleva su nombre y aún funciona. En él aprendieron latín
y griego muchos personajes famosos. Otro gran colegio, el Gresham
College, perpetúa el recuerdo de sir Thomas Gresham, mercader del
rey (exportador) en los Países Bajos, sin olvidar que fue el
fundador de la Royal Exchange (la Bolsa de Londres) en el siglo XVI.
De esta misma época es otro pañero poco común: John Wichcomebe,
llamado Jack de newsbury, que hacía las cosas a lo grande. Además
de empelear en su empresa a 900 personas de cdada sexo y todas las
edades, tuvo la idea de lo que podríamos llamar un complejo fab ril,
al instalar una ammplia tintorería junto a los talleres de
selección, hilado y tejido. Fue el primero en dar su nombre a un
artículo: la sarga de Wichcombe, una sarga popular muy resistente
también llamada cariset. Por ultimo, reclutó un pequeño ejército
entre las fils de sus obreros, lo que le permitió tomar parte en la
batalla de flokenfield contra los escoceses, pero en beneficio
propio, como relata una vieja balada muy conocida.
Titus
Salt, nacido en 1803, obrero tejedor más tarde convvertido en noble,
fue también un sorprendente personaje. Su vida parece sacada de una
novela decimonónica. Debido al fuerte descenso de la cabaña ovina,
el poder autorizó a la importación de materias primas extranjeras
para que las fábricas pudieran seguir funcionando. Nadie quería la
lana rusa, muy económica pero completamente enmarañada. Lana para
colchones o fieltro. Salt inventó una máquina cardadora-peinadora
que le permitió obtener unt ejido peinado muy conveniente, y la
demanda fue tal que tuvo que construir cuatro fábricas. Fue él
quien tuvo la idea de emplear la “lana” de alpaca de sudamérica,
también muy barata, y consiguió confeccionar el prestigioso tejido
que conocemos.
A
los cuarente y ocho años se había enriquecido tanto que perdió el
gusto por los negocios. Entonces se inventó una ciudad, eso sí, en
torno a una enorme fábrica; no se cambia así como así. Saltaire
(nombre derivado del de su fundador y del rio que pasaba por allí y
proporcionaba la energía necdesaria para la confección) fue
inaugurada en 1853, cerca de Bradford. Era una ciudad modelo,
concebida por el patrono más “social” que cabe imaginar en aquel
tiempo, e.d., paternalista. Más práctica que estética -la
filantropía nunca se preocupa de la estética- esta ciudad
industrial, laprikmera en su género estaba provista de una
scomodidades ddesconocidas. Además, la fábrica sorprendió incluso
a obreros, pues era clara, aireada y funcional. Salt, liberal e
intervencionista, progresista y hombre de bien, planificó el ocio,
la salud, la vejez, la enseñanza y hasta la religión de sus
habitantes, construyendo una escuela, un club, un ambulatorio, una
silo de ancianos y, desde luego, una capilla anglicana. La reina
Victoria no pudo menos que hacerle baronet. La Salts Limited, una de
las industrias laneras más grandes de Gran Bretaña, sigue
existiendo en la actualidad.
En
el siglo XVI, los gremios tuvieron que hacer frente a las primeras
formas de manufactura, y sobre todo a la devoradora injerencia del
Estado, preocupado por controlar directamente enormes fuentes de
ingresos. Hacia 1350 se instituyó el alnage, un cuerpo de
funcionarios encargados de la vigilancia de la calidad y las medidas,
del cobro de los impuestos (¡naturalmente!) y de la reglamentación
de los salarios, que desde entonces fijaron las autoridades locales.
La intransigencia de los patronos se vio sustituida por la
prevaricación de los jueces. Como en todas partes, a partir de
mediados del siglo XVIII, los obreros perdieron la paciencia y las
friendly societies -la más famosa era la Cropper's Society- se
constituyeron en organismos de defensa contra los patronos y los
inspectores, en primer lugar, y después contra las máquinas,
generadoras de paro. En suma, ¡se rebelaron contra la Revolución
industrial!
Del
esquileo al hilo de lana
Una
vez esquilado el carnero, a veces en menos de dos minutos, se
seleccionan los vellones y se forman diversos montones, pues la lana
tiene distinta calidad según las partes del cuerpo del animal. Al
igual que la carne, la mejor proviene del lomo. La del cuello suele
estar apelmazada, la del vientre gastada, y la de las patas, sucia.
Cuando
se ha clasificado en categorías, la lana se enrolla y se forman
bolas de un estéreo y medio y de 140 kilos de peso. En los grandes
centros de las regiones de cría de Australia, de Nueva Zelanda, de
Uruguay o del sur de Argentina tiene lugar, al final de la campaña,
una subasta que, al igual que la de pieles, atrae a compradores y
agentes de todo el mundo, una Bolsa internacional de la lana fija el
precio en dólares.
Después
de la compra, la lana se comprime en fardos, siempre de un estéreo y
medio y de 350 kilos de peso. El transporte se efectúa en
contenedores, por mar, hacia las regiones donde se transforma. Entre
un 20 y un 45% de ese peso y volumen está constituido por desechos y
suciedad de todo tipo que se adhiere a la lana debido a la lanolina,
uno de los componentes de la grasa de la lana del carnero. La primera
operación que hay que llevar a cabo en la hilatura es, por tanto,
quitar a la lana en bruto esas grasas mediante el lavado. La lanolina
se extrae refinando el agua empleada y se usa en la industria
cosmética o farmacéutica como excelente excipiente de pomadas o
productos de belleza.
-La
lana cardada.-
Después
de lavarlas con detergentes y carbonato de sosa, las fibras de lana
presentan un aspecto muy blanco pero enmarañado. Hay, por tanto, que
carmenarlas y estirarlas mediante operaciones mecánicas. Se denomina
bataneo el paso de la borra por una serie de batanes que la extienden
en una capa ligera donde las fibras aún están muy enredadas.
El
cardado consiste en la utilización de cardas, cilindros provistos de
dientes de acero que giran a gran velocidad, que eliminan la escoria
y desenredan las fib ras formando un velo de carda muy fino, cuyo
espesor constante se controla mediante una célula fotoeléctrica;
una especia de embudo lo junta en un haz, la cinta de carda, y luego
se estira en fibras muy paralelas y se retuerce para formar el hilo.
Antiguamente, el cardado se llevaba a cabo de forma manual, con la
ayuda de cardos (carda en provenzal), de donde proviene el nombre de
esta operación. Aún en el siglo XIX la región de Saint-Remy, en
Provenza, producía importantes cantidades de cardos cultivados, como
se hacía con el glasto y la hierba pastel para el tinte. Gran
Bretaña compraba cantidades importantes, y la familia del poeta
Mistral obtenía buenos beneficios con las ventas.
La
lana cardada puede hilarse directamente una vez teñida y luego
tejerse después de ser cardada, como indica su nombre. Está formada
por briznaqs muy cortas de un hilo grueso, ligeramente peludo. No hay
que creer que se trata de una calidad inferior, ya que su solidez y
su aspecto rústico la destinan a la fabricación, p.ej., del tweed y
de ciertas telas gruesas como el loden, que el enfurtido vuelve
impermeable.
-La
lana peinada.-
La
longitud de la fibra de lana varía según la raza del carnero y el
país de origen. Las fibras largas son adecuadas para la lana
peinada, que sufre nuevas operaciones después del cardado. La cinta
de carda pasa popr peines cada vez más finos que ordenan las fibras
en el mismo sentido y eliminan las últimas impurezas o las fibras
demasiado cortas que se aprovechan para los tejidos de lana cardada.
Se obtiene así una mecha peinada completamente lisa y fina, lista
para el hilado y adecuada para productos de aspecto fino y suave.
-De
la hilandera a la hilatura.-
El
hilado es la operación a la que se someten las fibras textiles para
convertirlas en hilos. Antiguamente era un trabajo manual realizado
por las mujeres, hasta el punto de que la rueca -varilla en laque se
colocaban los copos de lana o de lino para hilarlos- terminó
designando el género femenino. (¿No se dice que un reino recae “en
hembra” cuando no hay varón heredero?) Hace mucho tiempo mucho
antes de que la reina Berta hilara, los antiguos gineceos se
indicaban mediante una rueca grabada encima de la puerta.
Se
requería gran habilidad para producir un hilo fino y regular, y las
niñas se iniciaban en esta labor desde su más tierna edad. En el
siglo pasado, en el campo, toda la ropa del ajuar se confeccionaba
en el hogar, desde el hilo o la lana hasta la costura o el hacer
punto. Algunas familias ocultan aún en el fondo de sus armarios
paños, camisas o mantas salidas de los dedos mágicos de una
bisabuela. En la Biblia, los Proverbios (XXXI-91) describen así a la
mujer perfecta: “Aplica sus manos a la rueca y sus dedos sostienen
el huso.”
Desde
la rueca apretada que sostenía debajo del brazo izquierdo, la
hilandera sacaba una hebra delgada de lana o de hilaza que retorcía
entre el pulgar y el índice de la mano derecha. El extremo del hilo
obtenido se introducía en la ranura del huso, que consistía en una
varilla de madera (o de metal) de la longitud del antebrazo, que se
iba adelgazando en los extremos. En la parte superior, un peso de
hueso, piedra, cerámica o metal aseguraba como si fuera un volante,
la rotación regular por la tensión del hilo y su enrollamiento en
torno al huso. En las excavaciones arqueológicas se han encontrado
grandes cantidades de este tipo de pesos. Los más antiguos se
remontan al cuarto milenio.
Con
la mano izquierda, la hilandera imprimía un movimiento giratorio al
huso y lo dejaba caer para que la hebra de lana o de lino se estirara
al máximo; después lo recogía y liaba en un carrete el hilo.
Aunque
las egipcias de las primeras dinastías y las israelitas de la época
patriarcal no tenían ruecas, sino tiestos que contenían la borra en
bruto cuyas mechas salían por agujeros practicados en sus paredes,
aún se puede ver en los pueblos de Oriente Próximo y Oriente Medio
mujeres que manejan el huso de este modo. E incluso en las zonas
campesinas pobres de España y Portugal en los años cincuenta, las
jóvenes manejaban el huso con infinita gracia, mientras guardaban el
rebaño, ya que, en plena mitad del siglo XX, carecían de los medios
necesarios para poseer un torno.
El
torno fue una maravillosa invención que, aunque tardó en aparecer
varios milenios, se remonta al siglo XVI, a 1530. Se lo debemos a un
burgués de Brenswich (Alemania), llamado Jurgen, que ha pasado al
olvido. Sin embargo, cambió la vida de millones de mujjeres. El
torno era una pequeña máquina infinitamente más práctica y rápida
que el huso. Le costó trabajo imponerse para los paños
“industriales”, pues a los reglamentos les resultaba sospechosa
su rapidez. La hilandera sacaba la mecha de una rueca fijada al
cuerpo del aparato. Un pedal que el pie movia accionaba una rueda que
hacía girar dos poleas y sus ejes tiraban de una bobina en torno a
la cual se enrollaba el hilo retorcido.
El
torno de Jurgen fue el punto de partida del primer telar industrial,
que el inglés James Hargraves, en 1768, llamó humorísticamentte
Spinning Jenny (Jenny la hilandera). Al año siguiente, Arkwright
concibió una máquina continua de cilindros. En 1779, Samuel
Crampton inventó la Mule Canary, que tuvo un gran éxito durante un
siglo, hasta que fue destronada por la máquina de vapor. Estas
máquinas fueron la señal de partida de la Revolución industrial
del siglo XVIII y de la fortuna de Gran Bretaña...
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Lino:
¿la primera fibra textil vegetal en Occidente?
en TOUSSAINT-SAMAT, Maguelonne:
Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.
Nos
hubiera gustado poder afirmar que el hilo de lino fue la primera
fibra textil de la historia, pero ya hemos visto que no hay nada que
lo pruebe. Naturalmente, los pueblos politeistas atribuían el
cultivo y el tejido del lino a divinidades primordiales. Los egipcios
se lo agradecían a Isis; los escandinavos, a Hilda, la Tierra. Una
tradición iraní menciona a Gomer, hijo de Jafet y nieto de Noé,
cuyo pueblo -los arias- es el antepasado de los arios. Probablemente,
la planta se usaría al principio para la confección de ligaduras y
después para la de hilo para coser las pieles, al darse cuenta de la
solidez de sus múltiples fibras tras pudrirse y estallar el líber
Desde
el Cáucaso, los arias -braquicéfalos-se extendieron hacia el norte
de la India, por un lado, y , por el otro, por las regiones alpinas
europeas. ¿Es una coincidencia? El hábitat principal del lino
silvestre vivaz, corto y ramoso (linum angustifolium), y puede que su
lugar de origen, se sitúa en la región que separa el Cáucaso
meridional de la Alta mesopotamia, región madre de muchas plantas
útiles. Todavía se encuentra allí, al igual que en las
estribaciones montañosas de algunos valles de los Alpes
francohelvéticos. ¿Jalonaron sus semillas la ruta de las invasiones
como lo hicieron las pepitas de manzanas?
El
lino que cultivaron los iraquíes y los egipcios desde el 6.000 a.C.
Y, un poco más tarde, los habitantes neolíticos de las “ciudades
lacustres”, en las depresiones de los valles alpinos de Francia y
de Suiza, es una mutación del lino vivaz que desde entonces presenta
un tallo largo o tallo “técnico”, entre las raíces y las
primeras ramificaciones. El botánico Linneo, queriendo subrayar la
gran utilidad de este tipo de lino, le dio el nombre de linum
usitatesimum en su clasificación. En la actualidad hay varios
centenares de variedades, de flores azules (las más finas) o blancas
o rosas (de mejor rendimiento y más resistentes a las enfermedades).
Linum
es el nombre latino; linon, el griego. Pero en ingles y alemán se
usan dos términos según se trate de la planta (flax y Flachs) o del
producto fabricado, hilo o tejido (linen y Leinen). Sin embargo flax
y Flachs derivan del termino germánico flehtan, que designa la
acción de tejer. A veces, las lenguas humanas pierden el hilo de la
lógica.
¿Usaron
los protoegipcios el lino en Asia Menor? ¿Qué cúmulo de
circunstancias les llevó a ello? ¿Fue el ejemplo de Irak lo que les
hizo sembrar esta semilla peregrina en el limo cálido y fértil que
bordea su río? Limo que gustó tanto a la planta que se transformó
y elevó su tallo muy alto. El lino egipcio siempre ha sido el más
largo de todos, alcanza los dos metros. ¿Se convirtió en una planta
anual porque se arrancaba siempre cuando estaba maduro y se cogían
las semillas? ¿Se produjo esta mutilación por la altitud cero o por
siembras repetidas? No lo sabemos, pero es sorprendente que otro
clima, el de las zonas alpinas europeas, haya provocado idéntica
mutación, a pesar de que la planta nunca llegue a alcanzar un metro
de altura.
En
ambas regiones, sin embargo, se utilizó primero la especie silvestre
angustifolium, como testimonian los análisis de los restos hallados
en las excavaciones: tallos, cápsulas, semillas, haces unidos. Otra
pregunta sin respuesta: ¿a partir de qué momento sucedió el
cultivo a la recolección en los Alpes? También nos preguntamos cómo
era posible que la recolección bastara para el aprovisionamiento.
Los
sedimentos lacustres neolíticos de Escocia e Irlanda han revelado
cápsulas de semillas d ella especie cultivada. Las semillas
carbonizadas del emplazamiento lacustre de Lough Gur, en el condado
de Limerick, en Irlanda (Eire) quizá sea testimonio de un uso
alimentario en forma de aceite o harina. ¿Hubo semejante uso? Las
excavaciones son como los espejismos: la verdad retrocede a medida
que se avanza. Aunque en Polonia, uno de los últimos países
productores de lino de nuestra época, se haya sacado a la luz
material neolítico para hilar y tejer, nada prueba que sirviera para
lino y no para lana. El Rin, en cualquier caso, permitió la
propagación de la planta y de su uso hacia Inglaterra e Irlanda a
través de los Países Bajos, y hacia Dinamarca desde los Alpes y los
lagos. El lino de Irlanda fue famoso durante mucho tiempo, aunque
ahora prácticamente sólo se teje con hilo importado.
Los
trozos de tela de lino que se han exhumado en Irlanda se remontan
“sólo” a la Edad del Bronce europeo, hacia el 2.000 a.C., en
tanto los vestigios egipcios tienen más de un milenio de edad [3.000
a.C.?]. En el museo de Saint-Germain-en Laye se halla un sorprendente
trocito de tejido de cuadros azules y blancos, de 31 cm x 37, que se
remonta al Antiguo Imperio.
“El
clima cálido y seco condiciona la moda del vestido faraónico y
convierte a Egipto en un museo de los tejidos más antiguos (3.000
a.C.)” señala muy acertadamente el egiptólogo Jean-Luc Bovot, en
la presentación de la notable exposición “Tejidos y vestidos”.
Tecnica
de obtención de fibra para hilo:
Plinio
escribió esto hace casi 2.000 años:
“No
se trenza la planta intacta, sino partida, molida y reducida con
violencia a la flexibilidad de la lana... El lino se siembra sobre
todo en las tierras arenosas, tras una sola labranza, y no hay planta
más temprana. Se siembra en primavera y se recoge en otoño. Los
cadurcos, los caletos, los rutenos, los biturigos y los morinos,
todos los pueblos tejen telas. Ya lo hacen nuestros enemigos del otro
lado del Rin, cuyas mujeres conocen las más bellas telas. En
Germania, trabajan el lino en fosas y subterráneos.”
“Entre
nosotros, la madurez del lino se reconoce por dos signos: cuando la
semilla se hincha y cuando amarillea. Entonces se arranca, se ata en
haces que caben en la mano y se deja secar al sol, colgado con las
raíces hacia arriba, durante un día, y después de otros cinco días
poniendo unas frente a otras las cabezas de los haces para que las
semillas caigan en el medio... Después, tras la cosecha, los tallos
se meten en agua tibia por el sol y se mantienen en el fondo mediante
un peso, pues nada hay más ligero. Se reconoce que están enriados
porque la corteza está más vuelta, se secan de nuevo al sol, con la
parte superior hacia abajo, como antes; despues, cuando están secos,
se muelen sobre una piedra con un mazo...”
“Peinar
y separar la estopa es un arte. Normalmente 50 libras de haces dan 15
libras de lino peinado. Luego, cuando está hilado, se le vuelve
flexible golpeándolo repetidamente contra una piedra, y cuando está
tejido, se le vuelve a golpear con batanes. Cuanto más maltratado,
mejor.”
El
lino es tan eterno que estas líneas no son un arcaísmo. Se podrían
aplicar, palabra por palabra, a las técnicas con las que se honraban
nuestros campos a principios de este siglo. El nieto de Leotade
Autane, uno de los últimos tejedores de Polastron, cerca de Samatan
(Gers), evocaba sus recuerdos en un periódico local: “casi todas
las mujeres cultivaban lino en su parcela de tierra. Se arrancaba en
pequeños manojos, los manoques, que se llevaban atados a la granja,
donde se disponían verticalmente para que secaran.”
“Una
vez maduros y bien secos, en agosto, se vareaban los tallos para
separar la semilla; después se procedía al enriamiento, cuya
función consistía en separar los filamentos del tallo, para lo cual
se metía en lino en los arroyos y se dejaba cuarenta días. La
lluvia, el rocío y el agua corriendo lo blanqueaban y separaban las
fibras.”
“Después
se metían en el horno, un horno de panadería que servía para secar
muchas cosas. Después se procedía al agramado: se raspaban los
tallos aún rígidos con bargues (tijeras de madera) para levantar la
corteza y separar las fibras sin romperlas.”
“Se
hacía la estopa, el lino grueso y el lino fino y después se peinaba
con peines especiales para obtener hilos cada vez más finos. Las
mujeres hilaban en invierno. Es un trabajo muy penoso, hay que mojar
el hilo con la boca. Cuanto más moja la hilandera el lino, más se
estira y se afina. No había que dejar ninguna aspereza.”
Para
crecer bien, el lino requiere una tierra homogénea y bien arada en
profundidad, luz, noches cortas y más frescas que el día y un clima
templado y húmedo. Una gran densidad de siembra es el secreto para
que las plantas, apretadas, tiendan hacia arriba, lo que favorece la
longitud de las fibras. Como señalaba Plinio, la duración de la
vegetación del lino es muy corta, cien días tras la siembra a
finales de marzo o comienzos de abril, y se recoge en el mes de
julio.
Al
contrario de otras plantas herbáceas, el lino no se siega, sino que
se arranca para conservar toda la longitud de sus fibras desde la
raíz. Antiguamente, este trabajo manual, mata por mata, era muy
penoso y requería una mano de obra importante. En la actualidad se
emplean arrancadoras mecánicas que permiten una recolección más
rápida y, por tanto, menos expuesta a la intemperie (las tormentas
son el peor enemigo del lino maduro). Una vez arrancado, el lino se
ata en haces de 3 o 4 kilos.
De
los tres grados de madurez del lino, verde, amarillo o verde
oscuro/marrón, el segundo es el mejor para la recolección. El
verde, arrancado demasiado pronto, proporciona fibras muy finas, pero
poco sólidas. Por el contrario, los tallos muy maduros y oscuros ya
se han vuelto leñosos y las fibras tiesas y quebradizas
proporcionan la estopa (parte más gruesa de la hilaza). En cambio,
cuando el lino tiene un color oro pálido (¡la “joven de cabellos
de lino”!), sus fibras largas y flexibles son ideales para su
transformación posterior.
Esta
transformación de la planta en fibra textil requiere varias
operaciones. La primera, el desgranamiento, sirve para separar los
tallos de las cápsulas que contienen las semillas.
Las cápsulas, similares a sombreritos chinos, han resistido en algunos casos la destrucción de los milenios, y su descubrimiento en emplazamientos arqueológicos permite establecer las fechas de la explotación del lino y la especie de que se trata: el angustifolium, silvestre, o el usitatissimum, mutación cultivada. Las semillas se utilizan para la siembra, para la fabricacion de aceites industriales (para pinturas y barnices) o para usos farmacéuticos (harina de lino). Después de extraer el aceite, los residuos o tortas de linaza se destinan a la alimentación del ganado. Como indicaba Linneo al dar el nombre botánico a la planta, el lino es de gran utilidad.
Las cápsulas, similares a sombreritos chinos, han resistido en algunos casos la destrucción de los milenios, y su descubrimiento en emplazamientos arqueológicos permite establecer las fechas de la explotación del lino y la especie de que se trata: el angustifolium, silvestre, o el usitatissimum, mutación cultivada. Las semillas se utilizan para la siembra, para la fabricacion de aceites industriales (para pinturas y barnices) o para usos farmacéuticos (harina de lino). Después de extraer el aceite, los residuos o tortas de linaza se destinan a la alimentación del ganado. Como indicaba Linneo al dar el nombre botánico a la planta, el lino es de gran utilidad.
El
enriamiento es posiblemente la operación ma´s característica de la
transformación de la planta en fibra textil. Enriar el lino es hacer
que los tallos se pudran, al provocar la descomposición parcial de la
goma o cemento que une las fibras entre sí y a la corteza leñosa.
El romano Plinio y el gascón que antes hemos citado no dejan de
mencionarlo. La duración del enriamiento depende del clima y del
método empleado. El enriamiento en tierra, el más empleado en
Francia, requiere de tres a seis semanas, durante las cuales se le da la vuelta una o dos veces, o incluso más, para obtener una putrefacción uniforme. En Gran Bretaña y Alemania, el enriamiento en tierra recibe el bonito nombre de “enriamiento por rocío” (dew retting y Tau Röstung).
Francia, requiere de tres a seis semanas, durante las cuales se le da la vuelta una o dos veces, o incluso más, para obtener una putrefacción uniforme. En Gran Bretaña y Alemania, el enriamiento en tierra recibe el bonito nombre de “enriamiento por rocío” (dew retting y Tau Röstung).
El
enriamiento en agua, más rápido (de tres a cinco dias), es el
preferido en Bélgica y el norte de Francia. Antiguamente se
utilizaban las charcas o el río Lys en Bélgica, en la gran región
de lino de Courtrai; en la actualidad, grandes cubas de cemento
llenas de agua caliente que se mantiene a 37º contienen los haces de
lino apilados verticalmente. Los ch'timi del tiempo de antes de la
guerra, sobre todo en la región de Armentiéres, recuerdan como si
fuera ayer el repugnante olor que reinaba en toda la zona durante el
período de enriamiento. Puede que el abandono del cultivo del lino y
de su tratamiento in situ se deba, entre otras razones, al
insoportable hedor que tenían que padecer los vecinos, si tenemos en
cuenta, además, que los antiguos métodos en tierra o en charcas
eran interminables.
Después
del enriamiento, se pone a secar el lino al aire libre (donde
continúa la putrefacción), dispuesto en montoncitos cónicos (las
“capillas”), o en secadoras eléctricas. ¡Pensemos en el horno
de panadería del gascón!
El
agramado es una operación en la que, machacando y batanando la paja,
se separan las fibras textiles de la corteza una vez que el 'cemento'
ha desaparecido por la acción del enriamiento. Al lino le gusta ser
maltratado, afirma Plinio, y las máquinas actuales lo hacen a la
perfección. Primero se machaca la paja entre cilindros acanalados,
después se fricciona y se golpea de nuevo en una turbina para
eliminar las fibras cortas (estopa) y los deshechos. La capa de haces
fibrosos que sale de la agramadora se separa en puñados
tradicionalmente torcidos sobre sí mismos. Las dos terceras partes
del lino agramado proporcionan las fibras textiles o partes nobles,
de 60 a 90 cm de longitud.
El resto o parte secundaria proporciona la estopa, fibras cortas de 10 a 15 cm para tela de calidad inferior o de uso industrial. Los desechos sirven para fabricar paneles aglomerados para carpintería, denominados paneles de partículas. La mayor parte del agramado artesanal ha desaparecido en Europa Occidental. En el norte de Francia era una especialidad belga. Los agramadores llegaban con sus máquinas e incluso recibían subvenciones del Estado francés para que tres cuartas partes de la paja no cruzaran la frontera hacia Courtrai. Posteriormente se organizaron cooperativas de agramado, pero sólo pudieron mantenerse las empresas industriales.
El resto o parte secundaria proporciona la estopa, fibras cortas de 10 a 15 cm para tela de calidad inferior o de uso industrial. Los desechos sirven para fabricar paneles aglomerados para carpintería, denominados paneles de partículas. La mayor parte del agramado artesanal ha desaparecido en Europa Occidental. En el norte de Francia era una especialidad belga. Los agramadores llegaban con sus máquinas e incluso recibían subvenciones del Estado francés para que tres cuartas partes de la paja no cruzaran la frontera hacia Courtrai. Posteriormente se organizaron cooperativas de agramado, pero sólo pudieron mantenerse las empresas industriales.
Antes
de llegar a las hilaturas, las fibras de lino sufren una nueva
operación: hay que peinarlas, extenderlas en capas y estirarlas
muchas veces hasta obtener mechas (tiras de fibras ligeramente
retorcidas). Estas mechas se mojan en agua caliente, desde el
descubrimiento de Bauwens, un hilandero de Grand de principios del
siglo XIX. Recordemos que las hilanderas de los pueblos no tenían
más remedio que humedecer el hilo con saliva. El agua caliente a 60 o
70º ablanda las gomas naturales y hace que las fibras elementales se
deslicen unas sobre otras. Este principio de la hilatura en mojado
permite obtener un hilo muy fino y homogéneo. La hilatura en seco es
adecuada para fabricar hilo grueso o de calidad extraordinaria. La
tira se estira sin pasar por el agua.
Tejer
cualquier tela consiste en entrecruzar los hilos dispuestos a lo
largo (la urdimbre) con el hilo lanzado a lo ancho (la trama). Para
el lino, la textura más corriente es el tafetán, que fue la más
antiguamente utilizada, como si la nobleza de la fibra textil no
necesitara más que la pura sencillez. Para ciertos usos, y en
particular para la ropa de casa, el lino se puede unir, al tejerlo, a
otra fibra como el algodón, con lo que se obtiene una tela mezclada,
con una urdimbre de algodón puro y una trama de lino puro. Hay
asimismo otras mezclas: lana y lino, lino y poliéster y lino y seda
tejidos juntos. Hasta el siglo pasado, el tejido y la hilatura del
lino se efectuaban en lugares húmedos, oscuros e insalubres (cuevas)
para que los hilos se mantuvieran muy flexibles. Plinio lo menciona
en el caso de los germanos, pero era general.
Una
vez tejido el lino, tiene que ser sometido a varios procesos de
acabado: blanqueo, tintura o estampado y calandrado. Antiguamente el
blanqueo se realizaba en los prados, donde las piezas de tejido
extendidas se hallaban expuestas a la acción del sol, de la lluvia y
del rocío. No hace mucho, este argumento de venta se especificaba en
la etiqueta, a título de garantía. ¿Hay que deplorar el actual
blanqueo artificial? Al igual que éste, la tintura se puede llevar a
cabo en la pieza ya tejida o en el hilo (antes de tejerlo). El lino
se tiñe con tanta facilidad como se impregna. El calandrado es la
última operación, el último toque de belleza: el tejido se pasa
por una máquina de cilindros calientes para después satinarlo
ligeramente y darle firmeza.
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Algodón:
Lana de árbol.
en TOUSSAINT-SAMAT, Maguelonne:
Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.
Historia
Natural del algodón:
Como
se decía en tiempos de nuestros abuelos, el algodón es una
curiosidad de la naturaleza. Se trata de pelos largos y firmes,
formados por celulosa, que recubren como un copo blanco las semillas
del algodonero en el interior de cápsulas que son los frutos. Se
denomina algodón tanto el hilo como la tela fabricados a partir de
estos copos.
El
algodonero,o gossypium, es un arbusto que pertenece a la familia de
las malváceas, como la malva o el hibisco. Crece en las regiones
tropicales y subtropicales. La formación del algodón es algo
extraordinario. Después de la floración, que dura un sólo día y
da origen a la autofecundación, se necesitan ciencuenta días para
que el ovario de la flor se transforme en cápsula: el fruto. En cada
una d ellas cuatro celdillas que contiene se hallan varios óvulos
(las futuras semillas) recubiertas de una envoltura doble, los
tegumentos. El tegumento exterior contiene excrecencias microscópicas
que crecen a medida que lo hacen las semillas. Los pelos que salen de
estas excrecencias -finísimos tubitos huecos de 10 a 20 micras de
diámetro- se convierten en pelusa, como en la mayor parte de las
especies silvestres, o en hebras más o menos largas, o en hebras y
pelusa, según las variedades mejoradas por mutación o por cultivo.
La longitud de éstas es el patrón de clasificación comercial de
los diversos tipos de algodón.
El
gossypium barbadens (originario de las Antillas),o Sea Island, tiene
las hebras más largas, unas dos pulgadas, algo más de 5 cm. No se
cultiva desde mediados de este siglo, porque le ataque el gorgojo. El
célebre algodón egipcio se jacta de sus largas fibras de 4.31 cm;
el algodón hindú las tiene de algo menos de 2 cm; el chino o
gossypium bangking, es prácticamente idéntico; el algodón upland
de Norteamérica, o gossypium hirsutum, es la especie más extendida
en el mundo, con fibras de 4.37 cm.
Las
cápsulas alcanzan su longitud definitiva, unos 4 cm, en tres
semanas, pero hay que esperar cuarenta y ocho días para que estén
maduras y estallen. Los copos salen de ellas y hay que proceder
inmediatamente a su recolección. Esta urgencia explica la gran
cantidad de mano de obra necesaria para la cosecha, que no puede
sufrir demora alguna.
Durante
la guerra de Secesión, los sudistas aprendieron a extraer un aceite
de muy buena calidad de las semillas del algodón. Este aceite, que
en la actualidad se ha generalizado, ha duplicado el rendimiento de
las plantaciones. La pelusa, durante mucho tiempo considerada un
deshecho, también se aprovecha para hacer guata y, sobre todo, como
materia prima de la fibrana.
El
algodonero plantea un enigma genético a los citólogos: los
gossypium cultivados en las dos Américas poseen 26 cromosomas, en
tanto que las especies silvestres tienen 13, al igual que sus
congéneres polinesios. Por el contrario, todas las especies
cultivadas del Viejo Mundo tienen 13 cromosomas.
El
algodón y la Historia humana
En
sus dos formas principales, herbácea y arbórea, el algodonero
gossypinum, seguramente originario de la India, extendió su dominio
sobre todas las regiones tropicales del globo. Tanto en el Viejo
Mundo como en el Nuevo, los pueblos aprendieron muy pronto a recoger
sus extraños frutos vellosos y a utilizarlos. A veces no tenían
necesidad de cultivar un aplanta prácticamente al alcance de la mano
que bastaba para satisfacer sus necesidades locales.
Los
antiguos textos sánscritos de los Veda testimonian que la India se
vestía de algodón, al menos desde mediados del segundo milenio. El
empleo del algodón lle´go al sur de China a través del Yu-nan, en
tanto que el norte de China en torno al Huang-he o río amarillo, que
“evolucionó” antes, seguía aferrada al cáñamo. El libro de
las odas, de finales de la dinastía de los Zhou occidentales (hacia
el año 1.000 a.C.), menciona el “Si”, el algodón.
Herodoto
nunca llegó hasta la India. Detuvo su peregrinar en Persia, hacia
450 a.C., lo cual no deja de constituir toda una hazaña. Lo que nos
cuenta es una reescritura de las observaciones de un tal Skylax de
kaujenda, realizadas cincuenta años antes, bajo el mandato de Dario.
A propósito del algodonero, afirma que se trata de una planta
“especial” que da un fruto lleno de una lana “superior a la de
los carneros”, con la que los hindúes confeccionan sus ropas.
Creemos,
al igual que Gregoire de Tours, que los hebreos tejían el algodón,
al menos en los últimos siglos antes de nuestra era, bajo la
ocupación romana. ¿Proviene este algodón de cultivos locales, como
afirma el obispo, y a partir de qué época? La Biblia no indica
nada. Hay, sin embargo, una gran polémica, que aún no se ha
extinguido, sobre el termino “biso”, que designa un tejido muy
fino y elegante. Unos lo consideran linón y otros, muselina de
algodón.
Babilonia,
como hemos visto, se e ncargó de que llegaran las telas de algodón
hindúes hasta Oriente Próximo y Egipto, pero hubo que esperar hasta
el siglo V a.C. Para que el pais de los faraones contraviniera su
'religión del lino', aunque sin dejar de considerar el algodón un
lujo exótico. Plinio añadirá que a los sacerdotes les gustaba.
Eran gentes muy consentidas: “En la parte superior de Egipto, hacia
Arabia, crece un arbusto llamado gossypinum. Este arbolillo da frutos
semejantes a una nuez barbuda. Nada puede ser preferible a sus
filamentos por su blancura y flexibilidad. Por eso los vestidos que
se hacen con ellos son muy apreciados por los sacerdotes egipcios.”
Aún se desconoce el origen de la palabra gossypinum, que aquí
aparece por primera vez. ¿Podría ser un término egipcio? Linneo
escribió gossypinum y ésta es la forma que prevalecerá.
La
nobleza masculina romana desconfiaba de este lujo y llegó a pensar
que, al contrario de la púrpura y el oro -viriles, como todos
sabemos-, la flexibilidad del tejido de gossypinum volvía afeminados
a todos los patricios [?]. Por eso dejaban para sus esposas el placer
de adornarse con vestidos tejidos en la isla de Kos, en el mar Egeo.
¿Provenía este algodón de Egipto? Virgilio, de la generación
anterior a Plinio, habla de Etiopía, pero este término poético
significa más bien “un lugar al noroeste de Africa”. Quid nemora
Aethiopum molli canentia lana. ¿Qué decir de la suave lana blanca
de los bosques etíopes?
Ptolomeo
V Antífano, uno de los últimos faranones, precisamente tuvo algo
que decir a este respecto: gossypinum = ¡impuestos! Estas palabras y
otras se hallan grabadas en la Piedra de la Rosetta, en dos lenguas y
tres escrituras: jeroglífica, demótica y griega. Así fue como
también el algodón llevó a jean-François Champollion a descubrir
el secreto de los textos egipcios.
Lana
de madera, lana de árbol: la expansión duró mucho. Los alemanes
siguen empleándola (baumwolle) para traducir la palabra francesa
coton y las que están emparentadas con ella: el término inglés
cotton y el italiano cotone¿Por qué coton, cotton y cotone? El
español y el portugués dicen algodón (¡oh la magia de las
palabras!): los árabes llevaron a la Península Ibérica al kutun
que compraban a las caravanas que pasaban no por Babilonia sino por
Bagdag. En la ciudad de las tres murallas se veía, velando
hipócritamente el cuerpo perfecto y el bello rostro de las sultanas,
esa nube tejida en Irak a la que la ciudad de Mosul dio su nombre: la
muselina.
Los
hindúes, cuyos talleres copiaron los califas abasies, fabricaban
desde hacía mucho tiempo este tejido diáfano de algodón. Parece
que lo que la traducción de los textos chinos designa de forma poco
precisa como muselina en realidad es una muselina de seda. Así, el
vestido de novia que se describe en el célebre poema Jin Ping Mei:
“La joven llevaba un traje de muselina de color rojo vivo con
largas mangas multicolores”. Muselina de seda o gasa, otra
impalpable confección (“Mis lotos de oro se adivinaban, velados
por una gasa escarlata...”). En China, el algodón sólo servía
para telas ordinarias, algo vellosas, pero la borra, ligerament
epeinada, se utilizaba para fabricar cómodos forros de algodón, por
ser menos cara que el cadarzo de seda.
La
borra de algodón rellenaría asimismo muchos colchones distinguidos
de la Europa meridional de la Edad Media; después, en el siglo XV,
se empezó a ver hilo de algodón en Ruán, con el que se fabricaba
el famoso fustán, no muy elegante, pero sí caliente, de urdimbre de
lino y trama de algodón a imitación del que se fabricaba desde
hacía siglos en los talleres árabes de Orienta Próximo o de
Chipre. Se dice que el fustán occidental es herencia de las
Cruzadas, y es muy posible. La palabra “fustán” es interesante.
Aparece en las cuentas redactadas en latín medieval como fustaneum,
literalmente: (lana) de oquedal. Se trata de un calco del griego de
Bizancio, xulina lina, tejido de madera. En francés se sigue
llamando fustanelle a una enagua corta y plisada de algodón blanco
que formaba parte del uniforme de los soldados griegos de infantería,
los evzonos.
Gracias
al aprovisionamiento de los barcos holandeses, Normandía comenzó a
fabricar bombasí, tejido mixto de lino y algodón, en tanto que la
ciudad de Creton, en Eure, famosa por sus telas de cáñamo y lino,
convertiría la cretona en la tela de algodón más universal.
En
Marsella, siempre en estrecha relación con los puertos de Turquía,
desde la época de las Cruzadas se tejía una tela muy sólida
destinada las velas de los navíos: la cotonina. En el siglo XVIII
sirvió para los grandes delantales de trabajo. Michel Biehn cuenta
que las indianas, ligeras telas de algodón pintadas procedentes de
las Indias, se mencionaban en 1573 en los inventarios llevados a cabo
tras una muerte. En la misma época, telas semejantes se dirigían
hacia Africa occidental a través del comercio marítimo con Arabia y
de las caravanas que venían de Egipto para atravesar el contienente
negro de Este a Oeste hasta Gao y Tombuctú. Otra ruta descendía
desde el Magreb hasta Mali. Pronto veremos cuál era el destino de
esos tejidos de algodón.
De
calidad muy superior al fustán de Ruán por contener un poco de lana
peinada, el fustán de Nápoles aparece en las cuentas inglesas en
1554. En Manchester se fabricó en seguida, sin lana, pero a precios
muy módicos para competir con los tejidos del continente y los
productos londinenses. En 1621, los habitantes de Londres dirigieron
una petición al Parlamento para protestar contra dicha competencia
desleal que no les gustaba, sobre todo porque los de Manchester
despreciaban con soberbia los gremios y las reglamentaciones: “Desde
hace unos veinte años, diversas personas de nuestro reino, porque
sobre todo del condado de Lancaster, han descubierto el modo de
confeccionar otras telas de fustán utilizando una especie de guata o
pelo -un producto de la tierra que crece en arbustos pequeños o
arbolillos, que generalmente se denomina cotton wool- e hilo de lino
procedente de Escocia.”
Aunque
sobre el papel, Inglaterra y Escocia formaban un solo reino, la
concordia entre ambas dependía de un hilo, nunca mejor dicho. De dos
hilos, para ser exactos: el lino de Escocia y la lana de árbol.
Manchester supo escoger...
En
1492, Colón había encontrado esta lana de árbol en América, en
las Bahamas. Ni él ni los londinenses de la siguiente generación
podían sospechar lo que aportaría ese arbolillo al mundo: la ruina
de unos, la fortuna de otros, una guerra civil y, sobre todo,
“sangre, sudor y lágrimas”, mucho sudor, mucha sangre y muchas
lágrimas...
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La
seda.
en TOUSSAINT-SAMAT, Maguelonne:
Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.
Sericultura.
La
sericultura es la cría de gusanos de seda. Los chinos comenzaron a
practicarla a comienzos del III milenio antes de nuestra era...
En
primer lugar un gusano de seda no es un gusano, sino la oruga de una
mariposa, la Bombyx mori o bómbice de la morera.
Despuésf
de ser incubados durante doce días en un medio caliente y húmedo
-el de la primavera original-, cada uno de los 500 huevos minúsculos
(medio miligramo) puestos por la hembra de la mariposa da origen, en
las primeras horas del alba, a una larva asimismo minúscula (menos
de 3 mm de longitud). Después de haber salido del huevo con gran des
esfuerzos, la orgua comienza a secretar hilos de seda suficientes
para delimitar el pequeño espacio en que ha nacido y no caerse.
La
seda es un hilo de “baba” solidificada que segregan de forma
simultánea dos glándulas distintas, por lo que su estructura es
doble: dos filamentos gemelos de fibroína, una proteina cristalizada
no soluble en agua, a los que envuelve un cemento, la sericina, que
permimte que el hilo se pegue para formar el capullo. La sericina se
disuelve en el agua.
Una
vez que ha terminado su portabebés, la larva recién nacida siente
inmediatamente que le viene un hambre atroz, una carpanta, una
bulimia, que no la va a abandonar. Los 33 días de su existencia en
estado de oruga erán de actividad devoradora. Como la Naturaleza es
una buena madre, cuando las Bombyx mori eran salvajes, la puesta sólo
se producía en despensas específicas, las ramas de las moreras, ya
que la dieta de los gusanos de seda consiste exclusivamente en hojas
de moreras, siempre frescas y húmedas; en Asia, las moreras negras y
en Europa, las moreras blancas, cuyas hojas y color de las bayas es
diferente. Los criaderos de gusanos de seda disponen de una tonelada
de hojas por cada cien puestas, e.d., 50.000 huevos por oruga. La
oruga es una tragona, pero se ve obligada a dejar de devorar durante
5 o 6 días, durante 24 horas, quizá para tomar aliento, pero sobre
todo para engordar de forma tranquila y puntual. Sufre entonces una
muda que la hace aumentar de tamaño diez veces que la deja jadeante.
Al cabo de 33 días de sobrealimentación, interrumpidos por cuatro
pausas de crecimiento, mide 9 cm y pesa unos 4 gr, por lo que su
longigtud habrá aumentado treinta veces y su peso, de 7 a 8 mil
veces. ¡Todo un record!
En
los criaderos se cría a las orguas en cañizos en los que siempre
hay hojas, y el ruido de sus mandíbulas, también permanente, se
asemeja al crepitar de la lluvia sobre la chapa. En China, la
tradición prohibe hablar en voz alta y, sobre todo, evocar la muerte
en presencia de los gusanos de seda.
Cuando
no puede seguir tragando, el día trigésimo tercero, el gusano de
seda cambia la cabeza de forma singular, pues se le vuelve pálida y
transparente. Al deseo de comer sucede el de dormir, bien caliente,
protegido de los depredadores y de las miradas indiscretas, para
convertirse en otra cosa: una mariposa. El abrigo necesario para esta
metamorfosis es el capullo. Los criadores chinos colocan entonces a
las orugas en otros cañizos, un enrejado de bambú donde han
dispuesto “sombreritos” de paja de arroz para que sirvan de
sostén al capullo. “Las orugas van a la montaña”, dicen. En el
sur de Francia o en Italia, se colocan alfombras de brezo.
Los
cañizos se calientan desde abajo. Hay que paliar la ausencia de
calorías producida por el cese de la alimentación, ya que la
metamorfosis que se va a producir requiere aún energía del animal.
El gusano de seda comienza a hilar un velomuy flojo, que va fijando
de un extremo al otro de las ramas o de los “sombreritos”, del
mismo modo que lo hace al nacer para protegerse. Esta especie de
hamaca, al igual que la primera, se aprovecha para distintos usos de
relleno. Se denomina copo o filadiz.
Para
formar el capullo, el animal se retuerce sobre sí mismo, y el hilo
de seda que no deja de segregar va dibujando ocho superpuestos, cada
vez más apretados. Unos bigotes sensoriales colocados a cada lado de
la cabeza le sirven para guiar sus movimientos. El capullo también
tiene forma de ocho y se asemeja a un cacahuete con la capa externa
granulosa y el interior liso. La fabricación exige unas 40 horas;
después, protegida dentro de él, la oruga se transforma en
crisálida y, por último, en mariposa. Al cabo de tres semanas,
cuando termina la metamorfosis, la mariposa trata de evadirse de su
envoltura, siempre de noche (pero ¿cómo lo sabe?) Escupe un líquido
alcalino para ablandar el capullo y, golpeando con la cabeza y las
patas, se abre paso.
Una
vez al aire libre, la mariposa, con las alas desplegadas y secas,
sólo tiene una idea en la cabeza, que no es la de comer -ha tomado
su última comida como oruga antes de iniciar el capullo- sino la de
casarse. Cuando han terminado las 48 horas de la boda, la hembra pone
500 huevos y ambos esposos mueren, agotados tras el deber cumplido.
Los huevos se conservan en un medio seco y frío. En cualquier caso,
se programan para que eclosionen al cabo de un año, cuando las hojas
de morera estén más tiernas.
Los
criadores dejan que se produzca la eclosión de los mejores capullos
para la reproducción seleccionada. Salvo esta excepción, es muy
importante impedir la aparición de la mariposa, que deja el capullo
desgarrado e inutilizable salvo para el cadarzo de bajo precio. La
literatura china narraba con frecuencia cómo los campesinos perdían
horas de sueño, ya que la eclosión se produce antes de la aurora.
En el momento crítico, a pesar de que la cría de gusanos era una
labor femenina, todos se turnaban para vigilar lo que denominaban el
gran despertar.
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TECNOLOGÍA
DEL HILO DE SEDA.
Primer
operación: devanado. Como el capullo está
constituido por un solo hilo de seda, homógeno, de unos 1.000 metros
de largo, no es apropiado el término de hilatura, que es el que se
suele emplear. En realidad, se trata de devanar los capullos. Una vez
que se consigue que no eclosionen metiéndolos en agua, hay que
seleccionarlos para eliminar los defectuosos, los perforados, los que
no se han desarrollado o los dobles. Después se cardan e hilan como
el algodón.
Para
hallar el extremo del hilo que hay que desenrollar, hay que proceder
al remojo de los capullos, con el fin de ablandar la sericina, que es
la capa exterior del hilo de seda y que le sirve para pegarse sobre
sí mismo, al tiempo que le confiere un aspecto áspero y un color
amarillento. Se sumergen los capullos en un barreño que contiene
agua caliente jabonosa o alcalina (antiguamente se empleaba la
orina). Este barreño constituye la base de una máquina batidora que
se encarga de encontrar el "primer hilo" (antiguamente se
removían delicadamente con una escobilla de brezo hasta que se
agarraba a las ramas este "primer hilo"). La máquina trata
los capullos de diez en diez aproximadamente, por lo que unos diez
hilos de seda se separan juntos de los capullos y se tira de ellos.
Aún envueltos en sericina blanda, se juntan y se enrollan para
formar un solo hilo que se lleva a grandes bobinas. Ciertamente no se
podría tejer con un hilo tal como sale del capullo, tan fino como un
cabello. La seda obtenida se denomina seda cruda.
Segunda
operación: torcedura. Se encanillan las
madejas para proceder a la torcedura, que consiste en retorcer el
hilo obtenido de diez capullos, después de que haya pasado por un
rodillo para eliminar las últimas impurezas. Los hilos se retuercen
dobles, varios a la vez (¡no de dos en dos!). La torsión aumenta la
solidez del hilo al enredar sus filamentos. Cuanto más retorcido y
apretado, más resistente. Un tipo de retorcido propio de la seda
consiste en dar a los hilos (en el número deseado) una torsión
inversa a la obtenida al salir del capullo. La seda floja no es
sometida a torcedura.
TEJEDURÍA
DE LA SEDA (Y DE SUS SUSTITUTOS QUÍMICOS)
Textura:
sistema de entrelazamiento de los hilos de la urdimbre y la trama
según unas reglas y un ritmo determinados que le son
caracteristicos: textura simple o de tafetán y textura de satén.
Briscado:
procedimiento para tejer formando dibujos en la tela mediante el
empleo de tramas suplementarias limitadas a la anchura de los motivos
que ésta reproduce: se necesita una trama principal, llamada trama
de fondo, para formar la anchura de base del tejido.
Urdimbre
de pelo: urdimbre que produce bastas por encima del entrecruzamiento
más apretado del tejido (textura) para constituir el pelo del
terciopelo.
Crespón:
una familia de tejidos en la que se emplea hilo de crespón, e.d.,
hilo cuya torsión es máxima durante la hilatura. Crespón de China.
tafetán de urdimbre cruda no retorcida y trama de crespón fino.
Crespón marroquí: crespón de China con grano muy marcado por el
empleo de hilo de crespón muy grueso. Crespón satén: satén
confeccionado con una trama de crespón que sólo se distingue por
ell revés. Crespón Georgette: tafetán de trama y urdimbre de
crespón. Crespón romano: tejido con una textura de tafetán con
doble hilo. (Hay asimismo crespón de algodón y crespón de lana)
Damasco:
tejido labrado que produce un efecto mate y otro brillante por la
cara de la trama y la cara de la urdimbre de una misma textura
satinada. El damasco bicolor presenta la urdimbre y la trama de
colores distintos. En el damasco con rayas se obtiene este efecto
sólo con una urdimbre de diversos colores.
Adamascado:
se incorpora al tejido diferentes efectos de textura mate y brillante
como elementos de ornamentación.
Estampado:
dibujo obtenido después de la tejeduría por presión de placas o
rodillos grabados sobre telas que no sean de terciopelo.
Gasa
labrada: tejido cuyo fondo u ornamentación está compuesta por una
textura calada por la torsión de los hilos de la urdimbre entre sí.
Ikat:
procedimiento indonesio que consiste en ornamentar el tejido antes de
tejerlo trabajando con madejas ligadas para preservar ciertas zonas
del efecto del tejido.
Lamé:
tejido que se teje con hilos de oro o de plata laminados (¡o de
cobre o aluminio plastificados!)
Telar
a la tira: antiguo telar para fabricar telas labradas en el que los
hilos de la trama se elevaban de forma manual mediante palancas o
poleas que se compensaban con un contrapeso.
Muaré:
tejido de canutillo (reps) que se aplasta para desplazar el
paralelismo de las tramas, de modo que se produzcan reflejos.
Satén:
textura en que las ligaduras (cruce de la urdimbre y la trama) se
desplazan para que una serie de hilos cubra buena parte de la otra.
Si son los hilos de la urdimbre los que recubren la trama, el satén
es de efecto de trama, y a la inversa. Por el derecho presenta una
superficie lisa, en la que las ligaduras son poco visibles. El revés
es mate.
Tafetán:
tejido de seda de textura simple en la que un punto se coge y el
siguiente se salta. En general, la torsión de los hilos de la
urdimbre y la trama es distinta: la urdimbre suele estar torcida y la
trama, floja.
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Fibras
artificiales y fibras sintéticas: Revolución química en el textil
(1889)
en TOUSSAINT-SAMAT, Maguelonne:
Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.
Las
fibras químicas son la realización de un viejo sueño: el de imitar
los hilos naturales del gusano de seda para democratizar las telas de
lujo. La preocupación de vestir a los que pasan frío, vendría más
tarde. "¿Frío yo? ¡Nunca!" afirma la publicidad del
termolactil. En 1665, el inglés Robert Hooke, y posteriormente en
1720, el francés René Antoine de Réaumur (no el vencedor de
Sebastopol, sino el inventor del termómetro), tras haber estudiado
el gusano de seda, concluyen así sus memorias: "Tiene
que ser posible extraer hilos, como lo hace el gusano de seda, de una
masa artificial semejante a la cola, pero seca."
En
1885, el conde Hilaire de Chardonnet, sabio distinguido en todos los
sentidos del término, concretó los esfuerzos de otros
investigadores y depositó en Francia y Alemania una patente de
fabricación de seda artificial que presentaría en la Exposición
Universal de 1889. Disolvió y mezcló alcohol y éter de nitrato de
celulosa, que había obtenido tratando la celulosa (componente de los
vegetales) con una mezcla de azufre y ácido nítrico.
Hasta
la I Guerra Mundial, los químicos trataron simplemente de copiar la
seda, y despues el algodón y la lana. Eran ersatz
[sustitutivos],
imitaciones, fibras artificiales como la "seda" de
Chardonnet.
Con
las fibras sintéticas se creó algo totalmente nuevo, con cualidades
intrínsecas. La inferioridad, los defectos de las primeras fibras
químicas al compararlas con las antiguas y nobles fibras
desaparecieron rápidamente en la corriente de investigaciones
llevadas a cabo. Las fibras artificiales también se beneficiaron de
ellas, a pesar de que su número era muy reducido con relación a la
invasión de las sintéticas.
Desde
entonces, las fibras químicas -cualesquiera que fueran- eclipsaron
por completo las posibilidades de las fibras naturales, debido a su
variedad, número y cualidades.
En
todo el mundo, la explosión demográfica y el aumento del nivel de
vida -a pesar de las crisis- hicieron progresar la demanda de fibras
a un ritmo tal que la producción natural no podía atender. 25.000
metros cuadrados de una ´fabrica moderna' (la superficie de un campo
de fútbol) bastan para producir diariamente 150 toneladas de fibras
de poliacrilonitrito. Para producir la misma cantidad de lana, se
necesitaría un rebaño de 12 millones de ovejas como mínimo y
pastos que ocuparían la extensión de Bélgica. Imagine el lector el
número de moreras, de gusanos de seda o campos de algodón que se
necesitarían para las correspondientes fibras textiles.
Por
tanto, gracias a las fibras químicas de veinte años a esta parte
podemos pasearnos vestidos de forma distinta de Adán y Eva, pues las
hojas de parra y las pieles ya no bastan para atender la demanda.
Por otra parte, al abaratar el precio de coste de las telas, las
fibras químicas han contribuido en gran medida a la democratización
de la moda, que se ha convertido en una de las industrias
fundamentales de nuestra economía, por no mencionar las barreras del
vestido que dividen a las clases sociales en 'bien' y 'mal' vestidas,
más aún si tenemos en cuenta que la gran elegancia no admite más
que fibras textiles 'nobles'.
La
celulosa (algodón, lino), el caucho, la lana y la seda están
compuestos por macromoléculas, lo cual les confiere su vocación
textil, ya que pueden tejerse. La cadena de estas moléculas es un
polímero, un compuesto de varios elementos.
El
carbón es una fosilización de bosques enterrados hace millones de
años; el petróleo es la descomposición por microorganismos de las
antiguas orillas de los mares. Todo ello es materia orgánica, como
la seda, el lino, el algodón y la lana.
Las
fibras químicas constituyen una familia que comprende las fibras
textiles artificiales y sintéticas. Por falta de información, se
suele tender a confundir estas fibras producto de la ciencia, ambas
creadas y fabricadas industrialmente por los humanos.
Las
fibras artificiales
de tipo celulósico,
que proceden del invento de Chardonnet, dan el rayón
-que ahora se llama viscosa-
y el acetato.
Las
fibras sintéticas
son, como su nombre indica, el resultado de una operación en la que
se combinan moléculas de cuerpos simples o compuestos para formar
otros de composición más compleja. Se trata de obtener
características físicas muy distintas de las de la materia prima de
base, que en este caso proporcionan la petroquímica y la
carboquímica (o química del carbón). De este modo se obtienen
poliamidas,
los poliésteres,
las clorofibras
y los acrílicos.
Casi
todos los nombres -hay que admitir que son difíciles- de los tejidos
sintéticos tienen el prefijo "poli" que indica la
operación química por la que se han transformado las moléculas
pequeñas o micromoléculas del carbón o, en la mayor parte de los
casos, del petróleo en moléculas grandes o macromoléculas. Las
macromoléculas tienen propiedades particulares. Se combinan en
largas cadenas, pues se atraen entre sí y permanecen unidas.
FIBRAS
ARTIFICIALES
-->
Viscosa: no
fue originalmente el nombre del tejido, sino la designación del
procedimiento de fabricación de fibras a partir de la celulosa: el
rayón y la fibrana. En la actualidad, el rayón se denomina
"viscosa". Es un largo hilo continuo como el de los
capullos del gusano de seda. Su aspecto liso produce telas "parecidas
a la seda": las telas "indesmallables", el satén
raspado, los encajes, tules y cintas. Marcas registradas: Cidena
(R), Bholavan
(R)
-->
Fibrana: se
obtiene cortando la fibra viscosa a la longitud deseada. Una vez
hilados, los hilos retorcidos se asemejan a la lana.
-->
Helanca, Banlón:
son dos procedimientos de texturación por los que se tunde y riza el
hilo de viscosa, que se esponja y se vuelve elástico para ser
utilizado en "mallas" o en telas de espuma [redes, cuerdas,
¿material para aislamiento y construcción?]. No son marcas
registradas.
-->
Acetato: es un
hilo de acetato de celulosa, pues para obtenerlo se disuelve celulosa
en acetona. Produce telas "parecidas a la seda" o telas
ligeras de deslumbrantes colores para jerseys.
FIBRAS
SINTÉTICAS
Las
poliamidas son una gran familia de fibras sintéticas.
-->
Nylon (o poliamida 6-6) es el nombre que en EE.UU., le
dio la firma Dupont de Nemours cuando la obtuvo W. Carothers en 1937.
Durante la II Guerra Mundial los laboratorios de la sociedad
Rhodiaceta también lo obtuvieron, pero hubo que esperar hasta la
posguerra para que Rhone-Poulenc Textiles lo produjera. Se obtiene a
partir del fenol (del petróleo).
-->
Nilfrance (R) es la marca registrada que designa los
tejidos, géneros de punto y artículos realizados a partir de la
poliamida 6-6 de Rhone-Poulenc Textiles.
-->
Obtel (R) es la marca registrada que designa los
tejidos, géneros de punto y artículos realizados a partir de la
poliamida 6-6 denominada de corte multilobulado, que da un hilo no
circular en Y, en + o en flor, menos resbaladizo y centelleante o
discretamente brillante. Los tres hilos pueden ser antiestáticos y,
por tanto, rechazan el polvo, no se
pegan al cuerpo y son hidrófilos.
-->
Rovil (R) es la marca registrada que designa los
tejidos, géneros de punto y artículos realizados con
clorofibra, a partir del policromo de vinilo.
Este tejido sintético es inflamable (así lo indica la
etiqueta), posee un elevado poder calorífico y desprende al
frotarse con la piel una electricidad estática o triboelecftricidad
que previene los dolores reumáticos. No se desgasta, no
encoge ni se deforma (lavado en frío). Con él se confecciona
la ropa interior "saludable" por excelencia. Fue
inventado en 1943 por los laboratorios Rhodiaceta y lo fabrica
Rhone-Poulenc Textiles.
-->
Tergal (R) es la marca registrada de un poliester que
se obtiene a prtir de un derivado del petróleo, el paraxileno,
que se somete a grandes diferencias de temperaturas para hacerlo muy
sólido, en cierto modo como se hacer con el acero al templarlo.
Fue inventado en Inglaterra en 1950. Rhone-Poulenc Textiles lo
fabrica en diferentes formas de hilo (continuo o discontinuo) según
el aspecto y el uso deseados. El tergal UP presenta un aspecto
sedoso. Se puede mezclar con lana, algodón o fibras acrílicas para
la ropa blanca y los géneros de punto. Su empleo es universal.
-->
Setila 44 (R): es la misma fibra multilobulada con
tacto de seda de lujo. Un hilo consta de 44 hebras.
-->
Montefibre (R) es la marca registrada de los tejidos,
géneros de punto y artículos realizados en poliéster según el
procdimiento de la sociedad Montefibre-Francia.
-->
Crilor (R) es la marca registrada de los tejidos,
géneros de punto y artículos realizados por Rhone-Poulenc Textiles
en fibras discontinuas a base de poliacrilonitrilo,
un producto petroquímico de moleculas grandes sabiamente mezclado
con pequeñas cantidades de otro producto de moléculas pequeñas.
Como es natural, muchas mentes trabajaron sobre esta fibra en
Inglaterra. Courtaulds Ltda.; en Francia, Rhodiaceta... El resultado
se halla a la altura de tal conjunto de talentos: esponjosidad,
suavidad, comodidad, aislamiento térmico, viveza de color...
Es especialmente adecuado para los géneros de punto y la canastilla
de bebés. Courtelle (R) es la marca registrada de Courtaulds.
S.A.
-->
Poliamida 6: son hilos continuos obtenidos por
polimerización de caprolactame de fenol calentado en
autoclave. Es una fibra muy resistente e inarrugable,
con la que se fabrica malla, encaje, hilo para hacer punto, polos,
leotardos, medias y calcetines. Se inventó en Alemania y EE.UU.
al mismo tiempo. Celón (R) Courtaulds - Inglaterra; Lilion (R) Nysam
- Alemania; Montefibre (R) - Francia.
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EL
ARTE DE TEÑIR
EL BUEN USO DE LOS COLORES EN LAS TELAS.
en TOUSSAINT-SAMAT, Maguelonne:
Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.
1.
El artesano tintorero: el trabajo impuro de transformación mágica
de la tela.
Prácticamente
en todas las épocas, y en todas las latitudes, los tintoreros, a
pesar de ser artesanos importantes y necesarios para la economía,
sufrieron un ostracismo rayado en el desprecio. Esto se debía, en
primer lugar, a un antiguo reflejo de miedo. La tintura es una
operación mágica y un engaño, puesto que cambia el color inicial
de la tela. Esto se consigue mediante la cocción, por lo que
interviene el fuego, una peligrosa fuerza. También se temía a los
herreros, a los joyeros y a los orfebres que dominaban el fuego para
transformar el mineral en metal. Para ellos hay un conjuro en la
mitología griega, que representa a su dios tutelar con un ser
contrahecho y sexualmente impotente. Aún en nuestros días, los
tintoreros y los metalúrgicos forman, en Africa occidental -sobre
todo en la zona subsaheliana- castas con las que los nobles no se
unen en matrimonio, aunque en la actualidad la persona en cuestión
sea un ministro cuyo apellido haga referencia a las actividades de
generaciones anteriores [?]
Hay
que tener en cuenta que hasta el siglo pasado, en todas partes los
tintoreros -al igual que los curtidores, otros trabajadores
despreciados- desempeñaban un oficio penoso y maloliente, ya que los
tintes requerían una maceración en sustancias saladas y apestosas:
orina putrefacta o estiércol de vaca. En la India, donde el arte del
color es tan antiguo como la civilización de la península, los
tintoreros, considerados totalmente impuros e intocables, constituyen
una subcasta de los tejedores, otras gentes inquietantes que se
hallan situados muy abajo de las tres mil castas de una complicada
estructura social (las castas pueden ser corporativas, étnicas o
religiosas y, con frecuencia, las tres cosas a la vez). Ahora que la
India se halla muy industrializada y posee fábricas y talleres
modernos con técnicos competentes, hay artesanos tintoreros en tal
estado de miseria que como barreño tienen que emplear un agujero en
el suelo y sólo cuentan con la ayuda de su mujer. Suelen ser khatri,
que hablan y escriben una lengua del norte del país, aunque viven en
el sur.
2.
Simbolismo e historia de un color: el rojo.
El
rojo, el color de los más fuertes, se halla en uno de los extremos
del espectro luminoso (longitud de onda 650/680). Es el color más
llamativo, el que mejor se percibe (¡los semáforos rojos!) Hay
pruebas que demuestran que es el preferido de los niños y de las
personas "primitivas". Los reyes negreros sentían por él
una debilidad especial en los tejidos que cambiaban por esclavos.
Color de los más fuertes, el tinte rojo de la púrpura fue el más
caro durante milenios.
La
mejor púrpura de la antigüedad provenía de Tiro (en la actualidad,
Sour en el Líbano), y con ella hizo fortuna XII a.C. (1.200 a.C.).
Al igual que Sidón, la ciudad exportaba no sólo tinturas, sino
telas teñidas. En la moneda de este gran puerto fenicio aparecía un
perro olfateando una concha el pie de un árbol, entre dos rocas,
porque según la leyenda, el perro de Heracles había descubierto la
púrpura al morder un múrice (Murex trunculus), gran gasterópodo
marino prácticamente extinguido en nuestros días, hasta tal punto
se le explotó antiguamente, aún sin ser demasiado abundante, lo que
explicaría el precio del producto. La sustancia colorante extraída
de una glándula del molusco se dejaba macerar en sal y después se
hervía y purificaba. Las telas o los hilos de lana y de seda se
introducían en ella en caliente. El tinte iba del violeta oscuro al
rojo vivo.
Se
extraía asimismo una púrpura de calidad inferior de otro molusco,
el buccino, cuyas secreciones tenían la propiedad de varias por la
acción de la luz, de amarillo a verde, azul-violeta y rojo, casi
todo el espectro. No sabemos por qué procedimiento los griegos
consiguieron fijar el violeta, en tanto que el rojo -un escarlata-
era efímero. ¿Fue ésta la causa de que fijaran el violeta? A los
espartanos de la Alta Época, sin embargo, no les gustaban los
tintoreros, a los que no concedían el derecho de ciudadanía; el
dialecto local designaba con el mismo vocablo la acción de teñir y
la de embaucar. Más tarde tiñeron de escarlata -no de púrpura- la
ropa de los soldados para que no se vieran las manchas de sangre. No
se sabe con certeza el ingrediente que empleaban, ya que el verdadero
escarlata puro se obtiene a partir del siglo XVII de la cochinilla
mexicana. En cualquier caso, en Esparta se confiaba esa labor a los
periecos, trabajadores inmigrados de origen asiático confinados en
los arrabales (al contrario que los metecos que vivían 'con', e.d.,
en la ciudad).
3.
Los tintes se obtenían de forma empírica, a partir de materias
naturales -vegetales o animales-, situación que se
mantuvo hasta los descubrimientos químicos del siglo XIX, que
coincidieron con el progreso industrial:
3.1.-
Origen animal o vegetal en la extracción de substancias colorantes
naturales
Los
diferentes colores que constituían las especialidades de los
tintoreros se hallaban en la Naturaleza, de la que se obtenían como
se venía haciendo desde hacía milenios. Los galos, especialmente
hábiles, al no diisponer más que del múrice mediterráneo, habían
aprendido mucho tiempo atrás a usar el zumo de plantas para
conseguir una púrpura que se confundía con la real. Los autores
latinos son unánimes en señalar el gusto de ese pueblo por los
colores. Los tejidos "escoceses", o al menos de cuadros,
son un invento celta. Con excepción de los romanos, en general se
hacía la materia bruta (lino, lana y, más tarde, seda), en vez de
tratar la tela una vez terminada.
Las
recetas de tintes halladas en manuscritos griegos y latinos mencionan
productos no siempre identificables, salvo la granza (erythrodon),
que cita Dioscórides, el azafrán (crocus sativa) para el amarillo
oscuro, la gualda (la reseda de los tintoreros) para el amarillo
vivo, al igual que la raíz de loto egipcio y la tapsia; estos
productos servían asimismo para teñir de rubio los cabellos
blancos. El marrón procedía de la nogalina, y la agalla
proporcionaba el negro. El azul oscuro se obtenía de la hierba
pastel (isatis) y del añil importado de las Indias, que, tras
semejante viaje, adquiría un precio tan elevado como el de la
púrpura. Procedente de Arabia, llegaba en caravanas el zumaque, que
después salía de los puertos levantinos, con el que se obtenía un
amarillo muy caro (corteza) y un gris (hojas y ramas). Pero, por
regla general, a los antiguos apenas les gustaba el negro y el gris.
El verde, obtenido con el zumo de las hojas o de los granos verdes de
la granada, o producto de una mezcla, no estuvo muy conseguido
durante mucho tiempo. Desde la época de los griegos se usaba otra
tintura animal además de la púrpura, el quermes, de Narbonnaisse o
de Siria, pero se creía que provenía de una excrecencia roja de las
hojas de roble. En tiempos de Nerón, el médico Dioscórides tuvo
dudas al respecto. En realidad, se trata de colonias de parásitos
microscópicos (coccus illicis).
Todos
estos colorantes naturales se emplearon hasta el siglo XIX; el
descubrimiento de América añadió a la lista la madera de Campeche
(una madera roja de México que, según se prepare, da violeta, azul
o negro), la cochinilla (un bichillo pariente del quermes que
proporciona un soberbio carmín cuando las hembras se agitan, listas
para la puesta), los granos de bija, con los que se obtiene otro
hermoso rojo...
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3.2.-
Las primeras substancias colorantes artificiales: extracción y
síntesis en laboratorio por la revolución química en el siglo XIX.
La tinción debe mucho a los químicos franceses del XIX, y conviene subrayarlo. Todo comenzó con Eugene Chevreul, famoso porque fue el primero en analizar los cuerpos grasos, inventó la bujía de estearina y vivió 103 años (1786-1889). Debe también su notoriedad a sus estudios sobre los principios colorantes de las plantas y a la extracción de indigotina, principio azul puro del índigo que sólo aparece en determinadas reacciones. En 1826, Robiquet y Colin extrajeron la alizarina de la granza, que Caro, Graeche y Liebermann sintetizarían en 1869 a partir de la antracina, un hidrocarburo extraído del alquitrán de hulla.
De
este modo se produjo la aparición de las primeras materias
colorantes artificiales, el comienzo de los productos de síntesis
orgánica. No podemos citar todos, pero hay que destacar: la anilina
(1845 y 1856), la hermana mayor de los colorantes derivados del
alquitrán de hulla, sintetizada por Bechamp, Hoffmann y el inglés
Perkins; la fucsina (Verguin, 1858); la azulina y el índigo
sintético (Baeyer, 1880). Todas se obtuvieron a partir de una docena
de materias primas simples, procedentes generalmente del carbón o
del petróleo: antracina, benceno, tolueno, naftalina, alcohol
metílico...
------------------------------------------------------------------------------------------------------------
4.
Técnica industrial de aplicación a la tela de colorante sintético.
El
descubrimiento de los colorantes sintéticos (en la actualidad, hay
varios miles), cada uno de ellos adaptado a una técnica o un uso
particulares, y su posterior fabricación industrial (otros tantos
procedimientos secretos patentados) eliminaron de forma definitiva
los tintes naturales que ya sólo utilizan algunos artesanos
ecologistas en los objetos que venden y en cursillos de iniciación
para una clientela que sigue pensando en Mayo del 68.
Los
colorantes sintéticos han simplificado enormemente las
operaciones de tintura, aunque el principio sigue
siendo el mismo: fijar el colorante en el seno mismo de la
fibra. La operación más sencilla consiste en introducir el
hilo o la tela en un baño (solución acuosa) más o menos caliente,
más o menos largo, más o menos concentrado y más o menos puro. El
colorante abandona la fase acuosa y se fija en la fibra en función
de enlaces químicos o fisicoquímicos entre el sustrato textil y las
moléculas del colorante. Hay que tener en cuenta, asimismo, las
propiedades físicas del textil: las fibras naturales (lana, lino,
algodón, seda) son hidrófilas y se hinchan en el agua; las
sintéticas son hidrófobas y no absorben el agua a no ser que se
halle a muy elevada temperatura, que hace que abra la red
macromolecular. Se siguen creando sin cesar colorantes especiales
para las fibras textiles químicas. Algunos tintes son solubles en
agua, otros necesitan otros excipientes.
Como
los metros que hay que tratar industrialmente se cuentan por
kilómetros, el problema consistía en que el tinte se incorpora de
forma continua, sin que hubiese modificaciones de color entre el
principio y el final de la pieza. A una velocidad de entre 20 y 40
metros por minuto, el tejido, la cinta de carda o el hilo atraviesan
el o los baños y los recintos de secado con aire caliente, frío o
húmedo, conducidos por bobinas o rodillos que giran.
En
la actualidad no se introducen las piezas en el baño de tinte para
fijar el colorante -lo cual ha hecho que se gane tiempo de manera
sustancial-, sino que se impregnan con la preparación a presión, lo
cual se lleva a cabo haciéndolas pasar entre rodillos giratorios que
se asemejan a las máquinas de lavar de antaño. Después, el tejido
pasa de forma continua por un aparato de vapor (Pad Steam) o por un
túnel a unos 200ºC. En el primer caso, se requieren 2 o 3 minutos;
en el segundo, un minuto y ya está. A continuación se llevan a cabo
el escurrido, el secado, el enrollado o el plegado y el enrollado
para anchuras grandes (1.20, 1.30, 1.40 metros), después de que
aparatos electrónicos o equipados con láser hayan controlado la
ausencia del más mínimo defecto.
Cada
día que pasa trae nuevas invenciones; p.ej., se puede sustituir el
tinte por la aplicación de pigmentos coloreados para la parte lisa,
al igual que se hace con los motivos, que es un procedimiento más
barato que el baño. Se trata de mejorar, mediante este tratamiento,
la resistencia del tejido al uso, al lavado y a la acción de la luz.
Los pigmentos, al contrario que los tintes, carecen de afinidad
química alguna con las fibras y se fijan mecánicamente sobre el
textil mediante gomas que les hacen adherirse a la superficie de la
tela, generalmente tela de malla. En cierto modo, se trata del mismo
procedimiento con el que se teñían las indianas del siglo XVIII, al
que nos vamos a referir en las páginas siguientes.
Muchos
países en vías de desarrollo que han apostado por el textil
fabrican colorantes a partir de materias primas importadas... Las
principales naciones fabricantes de colorantes siguen siendo, desde
hace decenios, EE.UU., Japón, Gran Bretaña, Alemania, la URSS,
Francia, Suiza e Italia.
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5.
La técnica del estampado de la tela: de las indianas a la industria.
La
estampación de los tejidos mediante el uso de dibujos en relieve en
piedra o en madera, grabados como para la impresión de un libro, se
remonta aproximadamente al siglo VI; es muy probable que su origen se
halle en China y se ejecutaba sobre seda. Se han hallado 20 mil
cuadrados de seda con la efigie de una diosa que se remonta al año
900. Pero sigue siendo negro sobre blanco. Se cree que los aztecas
conocían un procedimiento, aunque las suposiciones sobre la
antigüedad en Asia Menor y Egipto son sólo eso, suposiciones: las
pinturas de las tumbas podrían representar perfectamente ropas
bordadas.
En
todas las épocas gustaron las telas multicolores, aunque hasta el
siglo XVII, los motivos nacían, salvo en la India, en el acto
de tejer la tela, al introducir hilos de trama de diversos colores y
distintas longitudes.
Cuando
se consiguió la impresión polícroma del libro (el
Psautier de Mayence (Salterio de Mayence) de 1457), mediante tres
colocaciones sucesivas de formas de impresión separadas -una para el
rojo, otra para el azul y otra para el amarillo- sólo se aplicó a
las iniciales o a las viñetas, las imagenes coloreadas no se
obtuvieron hasta mediados del siglo XIX poniendo color a un pincel o
con una plantilla de estarcir en temas impresos en negro, como las
imágenes de Epinal, en tanto que en China se llevaba a cabo (el
papel de cartas del Pabellón de los diez bambúes de Zan-Songxue,
1644).
Aunque
no faltaron intentos de poner color en las telas,
parecían demostrar la cuadratura del círculo. La superficie
-lisa- del papel y la del tejido no tienen nada en común. La
estampación tal como se concebía formaba capas no unidas de fibras
entrecruzadas, poco o demasiado peludas, que se deformaban. Hay
que tener en cuenta, además, que los colorantes del tinte sólo
actúan en profundidad gracias al mordiente, por el que las moléculas
colorantes se adhieren a las de las fibras; el mordiente suele ser
diferente según los colores que se vayan a emplear y no se pueden
emplear varios diferentes en el caso de colores simultáneos.
Esta
dificultad se eludía en los tejidos de gala que podían pintarse, a
ser posible, y siempre que se pudiera pagar, por un pintor famoso
como lo fueron en su tiempo Jacopo Bellini o Pollaiolo. El famoso
cuadro de Veronés, Las bodas de Caná, representa a un soberbio
personaje vestido de terciopelo blanco pintado con motivos de ese
verde admirable que dio fama al maestro. En el inventario efectuado
tras la muerte de Gabrielle d'Estrées en 1599, se menciona un
'lecho' (juego de cama) de "sarga estampada", pero no
sabemos qué pensar al respecto: la sarga -tejido de lana- no puede
confundirse (a no ser que se trate de una negligencia de quien
escribe) con la "tela pintada" de las Indias que los
navegantes portugueses habían comenzado a introducir en Europa 20
años antes. Un inventario anterior, de Marsella (fallecimiento de
Pierre Bouquin, 1577) habla de un vane (vano, en provenzal significa
colcha) "de tafetán de Levante hecho de varios colores".
En
realidad, no se trataba de la pintura en cuanto tal. Aunque el
artista trazaba con un pincel los motivos sobre la tela preparada, no
utilizaba en modo alguno colores análogos a los que usa el pintor en
sus cuadros, sino mordientes, como acabamos de
mencionar más arriba. Estas sales metálicas se revelan en una
decocción de granza, como si fuera un baño fotográfico, y dan,
según la dosis empleada, una gama de colores indelebles que abarcaba
del negro al violeta (con la sal de hierro) o del rojo al rosa (con
la sal de aluminio). La granza es la raíz seca y
machacada de la planta Rubia tinctoria, una liana trepadora. Para el
azul obtenido por inmersión en un baño de índigo no se necesitaba
mordiente, sino la oxidación producida por el aire, y con cera
líquida aplicada con pincel se delimitaban, como en un negativo, las
partes que había que preservar y que debían permanecer blancas.
El amarillo, una decocción de cúrcuma, se aplicaba después,
siempre con pincel, pero al no llevar mordiente, desaparecía con el
tiempo, al igual que el verde, que se obtenía superponiendo amarillo
sobre trazos de índigo. Hubo que esperar hasta 1808 a que Samuel
Widner, sobrino de Oberkampf y químico de la Fábrica de Jouy,
inventara el verde "sólido" que sólo necesitaba una
estampación.
Ni
que decir tiene que había que llevar a cabo numerosas manipulaciones
para obtener la ornamentación completa de un número de metros
importante. A la técnica se unían el talento y la paciencia del
artista que colocaba numerosos motivos imbricados, tan similares
entre sí en sus repeticiones como los obtenidos posteriormente por
estampación mecánica.
En
su origen, el término 'indiana' designaba un tafetán de algodón
"pintado" que procedía de las Indias. Posteriormente se
englobaron bajo esta denominación telas "estampadas" en
Oriente, las "inianas de Alep(o)" y sobre todo, las
de Diyarbakir -las más bellas- o las de Constantinopla. El famoso
rojo turco, secreto de tintura, gustaba por la solidez de su tinte no
sólo a los europeos, sino también, como hemos visto, a los reyes
negreros de Africa. Rápidamente aparecieron las indianas de
imitación, fabricadas, primero, en Marsella y posteriormente en
Manchester.
La
verdadera tela estampada de varios colores, la indiana de Alep(o) o
de Diyarbakir (Turquía), recibía el encantador nombre de chafarcani
(deformación del vocablo hindi iafracani o tela multicolor), lo cual
indica la existencia de una técnica hindú que llegó a Oriente a
través de Persia, donde se utilizó extensivamente este
procedimiento para las famosas y admirables telas persas. El secreto
del chafarcani consistía en el empleo de planchas de madera grabadas
llamadas moldes, cuyos huecos se llenaban con los mordientes o los
colores puros espesados con goma. Cada color necesitaba una plancha
especial que se aplicaba en las zonas que había que colorear
golpeando con un mazo. Después se procedía al secado, al lavado y a
tratar el tejido ¡con boñiga! La boñiga de vaca es realmente un
producto universal. Sirve de combustible en la India, de emplasto
médico en Egipto y, en el caso de la estampación de telas, su
decocción permite eliminar los posibles espesamientos del producto.
Después se volvía a teñir con granza, se lavaba, se volvía a
tratar con boñiga y se lavaba y secaba de nuevo.
A
pesar de toda esta serie de operaciones, ornamentar una tela era
mucho más rápido que pintarla, ya que los motivos, pequeños y
repetitivos, generalmente vegetales, se ajustaban perfectamente y el
número de colores era limitado. Los chafarcani se caracterizaban por
los fondos o las bandas rojas o violetas; los motivos ornamentales se
delimitaban con cera líquida, para que quedaran blancos como un
negativo. Los bordes eran diferentes del fondo: rojos cuando éste
era violeta y violetas cuando éste era rojo.
Los
tafetanes "pintados" de las Indias valían una fortuna en
Europa, a pesar de que los traficantes los habían comprado por tres
perras chicas portuguesas a un genial artesano del otro extremo del
mundo, pues había que tener en cuenta el transporte, las primas de
riesgo y los beneficios. Poseían una cualidad inédita entre
nosotros: tenían un tinte sólido y soportaban los lavados con los
productos poco elaborados de la época. Había, por tanto, un secreto
que los hindúes poseían desde hacía siglos.
También
desde el principio, los marselleses se dijeron que en esas telas
estampadas había una industria prometedora. Todo consistía en
dominar las técnicas hindúes y orientales para ornamentar, en
nuestras riberas, telas de "algodón crudo", mucho más
baratas de comprar. Si el lector recuerda, en aquella época sólo se
disponía de telas o hilos de algodón ordinario de Asia. En cuanto a
los ingredientes necesarios y triviales, el hecho de tener que
importarlos no impediría el ahorro.
Los
orientales jamás depositaron una patente protegida de su técnica y
tinturas. Y los viajeros no dejaban de informar acerca de ellos. Por
ejemplo, en las estanterías de la Biblioteca Nacional tenemos un
informe de un tal Roques, redactado en 1678. Pero para tener éxito
era imprescindible el talento. Marsella poseía los artesanos más
hábiles en materia de estampación: ¡los fabricantes de cartas de
la baraja! Desde finales del siglo XV no se arredraban ante nada para
realizar las figuras de esta diversión de origen chino y armenio que
se extendió desde Italia por todos los puertos mediterráneos,
cuando los venecianos detentaban el cuasimonopolio de su fabricación.
Las tradicionales cartas marsellesas, que se hallan en el origen del
juego del tarot llamado de Marsella, se obtenian por xilografía (se
imprimían con la ayuda de "moldes", planchas grabadas con
dibujos), al igual que los chafarcani. Así, de forma totalmente
natural, los fabricantes de cartas fóceos se convirtieron en los
fabricantes de indianas... provenzales.
[Pero]
Un año antes la revocación del Edicto de Nantes, a sugerencia de
Louvois, había provocado la huida, más allá de nuestras fronteras,
de los obreros protestantes, los mejores en su especialidad; muchos
de ellos se dedicaban a estampar tejidos. En Berlín, Flandes,
Inglaterra y, sobre todo, Suiza, se les recibió con los brazos
abiertos. Iban a alimentar un intenso contrabando, ya que las
indianas tenían ahora la atracción del fruto prohibido. Pero la
partida de esta excelente mano de obra fue la causa del importante
retraso técnico francés.
La
ciudad de Mulhouse era independiente, tras haber formado parte de la
Confederación Helvética hasta 1586. La revocación del Edicto de
Nantes, así como la prohibición d elas indianas, provocaron un
incremento de sus negocios. En 1745, Samuel Koechlin, J.J. Schmalzer
y J.J. Dollfuss crearon la primera fábrica de telas estampadas en
esta ciudad. Se habían llevado a cabo muchos progresos desde la
asociación de fabricantes de cartas marsellesas un siglo antes. Al
mismo tiempo, en las hilaturas y las fábricas de tejidos suizas
vecinas el algodón -importado, claro está- adquiría una nueva
calidad, la calidad suiza, y el librecambio funcionaba sin tropiezos
entre Suiza y Mulhouse.
En
su fascinante libro, Michel Biehn nos recuerda que se inventó en
Mulhouse la ornamentación jardinera estampada a lo ancho de la tela,
para convertir el borde de las faldas en un arriate de donde surgía
un jardín florido "al asalto del talle".
En
Mulhouse, en la fábrica de Koechlin, Schmalzer y Dollfuss,
Cristophe-Philippe Oberkampf, de una familia de tintoreros de origen
francés hugonote, aprendió el oficio de grabador en 1757. A
instancias de Cottin, famoso estampador de telas parisino que se
desenvolvía muy bien en su oficio a pesar de las prohibiciones,
nuestro joven llegó a París para celebrar sus veinte años. Es de
almas bien nacidas el valor...
Al
año siguiente (1759), se concedió la libertad a las indianas y,
adelantándose a todos los demás, pues testaba en el secreto de los
dioses, Antoine Guerne de Tavanna, "suizo del rey Luis XV",
a cargo de Hacienda, confió al joven nada menos que la diriección
de una fábrica de indianas, en Jouy-en Josas, cerca de Versalles y a
orillas del Bievre, en la que había invertido llegado el momento
oportuno. Oberkampf se rodeó de un equipo de obreros suizos, un
dibujante (Rodorf), un grabador (Bossert) y un estampador (Schramm),
todos ellos enormemente competentes.
La
fábrica se agrandó hasta convertirse en un verdadero "complejo"
moderno, en un entorno encantador y respetado (la pureza del agua y
del aire depende de la belleza de las telas en el lavado y el
secado). Había prados para extender 2.200 metros de tejido,
laboratorios y, desde luego, la granja que proporcionaba el estiércol
de vaca que no se podía olvidar para el éxito del tinte. En este
sentido, a Oberkampf le hubiera gustado cultivar granza, como en
Alsacia, pero era la única planta que no se daba en estos parajes.
¡Mala suerte!, así que se importaba. El cuadro de J.B. Huet de 1806
muestra muy bien ese paisaje de campiña industrial, con los
edificios integrados en los espacios verdes. No podemos dejar de
compararlo con un suspiro con el conjunto residencial BCBG que Jouy
constituye en la actualidad. Todo ello era rousoniano, pero
funcional, administrado al estilo suizo.
La
base de la técnica ... era la de los chafarcani, incluido el
tratamiento con estiercol. Tanto en Jouy como en Alsacia, eran niños
los que llenaban los moldes de mordientes gomosos. Lo confirma el
tratado de Rupied: "... Este joven obrero, que suele ganar
veinte perras chicas a la semana, debe evitar las desigualdades de
color que producirían manchas en la indiana; debe cuidarse asimismo
de poner más color a medida que el estampador lo necesita..."
Al menos no era un empleo penoso para un chaval de la época.
Tras
pasarlo por la granza, había que blanquear el tejido, cuyo fondo
permanecía rosáceo, y después se dibujaban con pincel los más
delicados dibujos persas. Gottlieb Widner, uno de los sobrinos de
Oberkampf, escribe en sus memorias que las obreras utilizaban
"pinceles confeccionados por ellas mismas con sus cabellos".
El blanqueo de las telas con cloro (lejía) lo aplicó por primera
vez en Jouy Samuel Widner, en 1794, otro sobrino de Oberkampf al que
su tío había enviado a estudiar física y química con Charles y
Berthollet.
Los
algodones de Jouy, que encantaban a la corte, se usaban para decorar
muebles y habitaciones, pero también para el vestido, que requería
motivos pequeños y percales finos lustrados con ágata.
La
ornamentación que aquí nos interesa para la ropa era de inspiración
hindú. Desde la moda del chal de Cachemira, la estampación se
apropió de todos los motivos típicos por un coste mucho menor que
el auténtico: mangos, flores exóticas, árboles frutales, conchas,
cuernos de la abundancia..., sobre muselina de algodón o lana ligera
y, más tarde, sobre muselina de lana. A partir de 1810 se intentó
estampar la lana, con colorantes de aplicación fijados al vapor. Las
fábricas alsacianas Dollfuss-Mieg fueron las primeras en poner a la
venta un ribete "cachemir", en 1815, que tuvo gran éxito y
que dio paso a una producción de alta calidad de la que se
apropiaría toda la Europa elegante. Llegaron los colores difuminados
sobre muselina de lana, de moda en 1840 y 1850, que usaban motivos
contemporáneos, casi abstractos. A finales de los años setenta, las
muselinas de lana y de seda estampadas convirtieron los miriñaques
en jardines floridos.
Para
poder ser más competitivos, había que obtener telas de la mejor
calidad. Tras la Revolución, se hizo difícil el abastecimiento
desde la India, ya que tanto el Directorio como después Napoleón
establecieron fuertes tasas sobre los productos extranjeros para
apoyar el desarrollo de las hilaturas nacionales. En 1804, Oberkampf
montó una hilatura en Chantemerle (Essonne) que confió a su yerno,
ya que nuestro joven emigrado se había convertido en copropietario
de las instalaciones de Jouy, para lo cual se había asociado con un
antiguo abogado de Grenoble, Sarrasin de Maraise, pues el primer
socio comanditario, M. de Tavanne, no había podido seguir
sosteniendo el desarrollo fulgurante de la empresa.
Frederic
Oberkampf, hermano menor de Christophe-Philippe, trabajaba con él y
fue enviado en misión secreta a Suiza con el fin de conseguir los
planos de una máquina de estampar con plancha de cobre, inspirada en
la de los grabadores de grabado en dulce de las estampas. En cada
página, la novela del textil de los siglos XVIII y XIX, resulta ser
una novela de espias.
La
plancha de cobre, de una precisión y fiabilidad desconocidas hasta
entonces, hizo posible el fino plumeado de los famosos camafeos de
las telas de Jouy, a los que JB Huet prestó su talento en escenas
campestres. Oberkampf llevaba a cabo misteriosos viajes a Inglaterra,
que eran, en cierto modo, cursillos anuales de los que regresaba
trayendo mejoras y sutiles innovaciones. Por ejemplo, fue el primero
en utilizar en Francia una máquina con rodillos de cobre giratorios,
copia de la que había creado el escocés Thomas en 1785. Ésta le
permitió estampar sin interrupcion los 5.000 metros de tela
cotidianos. Más tarde, durante el bloqueo continental, Napoleón
envió en "misión especial al otro lado del Canal de la Mancha"
a los sobrinos del industrial, a la sazón demasiado anciano y
respetable (¡había recibido la Legión de Honor!) para jugar a ser
los James Bond de la cretona.
Tras
la caída de Napoleón y el congreso de Viena, Rusia abrió el
mercado del siglo a las telas estampadas alsacianas, un mercado que,
por desgracia, desapareció de la noche a la mañana por las medidas
proteccionistas de 1822. Se produjo entonces un éxodo de técnicos
desde las orillas del Rin a las del Volga: obreros especializados,
dibujantes, mecánicos, químicos (la Escuela de Química de Mulhouse
era considerada excelente, con toda razón). Ése es el motivo por el
cual los chales de lana con flores, que se han vuelto tradicionales
en Rusia, siguen luciendo motivos alsacianos en estado puro. (...)
Sin
tener que ir a buscar tan lejos su clientela, recordemos que Alsacia
ya en el siglo XVIII hacía la fortuna de Francia. Así lo demuestra,
p.ej., una de las piezas más bellas del Museo de Estampación de
Telas de Mulhouse: una capa de chintz negro estampada con plancha que
perteneció, sin lugar a dudas, a María Antonieta. Asimismo, ya por
entonces, Alsacia proporcionaba buena parte de los tejidos
provenzales, y a medida que los talleres meridionales fueron
cerrando, los alsacianos recuperaron la clientela para las telas
baratas, la especialidad de Jouy: florecillas típicamente francesas,
realistas o con formas geométricas estilizadas.
Como
Japón despertó y, en 1863, conoció el trabajo alsaciano,
experimentó un flechazo. Encargó algodones y lanas estampadas en
estilo nipón a Thierry Mieg y Heilmann, de Mulhouse, y a Scheurer
Lauth, de Thann. Y una vez asimiladas las nuevas técnicas e
industrializado el país, Tokio envió a la Exposición Universal de
1900 muselinas de lana estampadas en Japón, ¡pero tejidas en
Mulhouse!
Desde
1920 se utiliza el procedimiento con bastidor, de origen japonés, a
pesar de que se denomina estampación a la lionesa, por usarse sobre
todo en los tejidos de seda. Se inspira en la impresión serigráfica
y en el estarcido.
Sobre
un bastidor ligero se estira una gasa fina, en la actualidad de
poliamida o de poliéster, recubierta de un barniz especial en las
zonas en que el color no debe depositarse en el tejido que se va a
estampar. El bastidor se lleva de forma sucesiva y exacta de un
extremo a otro de la pieza de tejido que tiene su misma anchura, y
que se halla pegada o sujeta con grapas a una mesa muy larga. Cada
vez, se extiende con una espátula el color, que atraviesa los puntos
no ocultos de la gasa. Para cada color se emplea un nuevo bastidor,
hasta finalizar los dibujos.
Este
procedimiento se perfeccionó mediante máquinas de gran precisión,
que desplazan en carros tantos bastidores como colores se necesitan y
extienden el color de modo automático. En 1960, los bastidores,
planos, se pudieron sustituir por "bastidores giratorios",
en realidad rodillos huecos formados por niquel puro calcinado, muy
finos y con una trama microscópica según los motivos que hay que
reproducir. Alimentados a presión por bombas desde el interior,
depositan los colores, según el entramado, de forma continua sobre
el tejido, conducido por una cinta transportadora horizontal. Cada
rodillo puede pasar varias veces, de forma sucesiva, por el tejido,
lo cual permite tratar 12.000 metros de tejido al día.
Como
en el caso de las indianas, el color que se deposita sobre el tejido
debe poseer cierta viscosidad, que se obtiene con la adición de
almidón, dextrosa, goma o resinas (copolímeros poliacrílicos)
cuando el tinte es sustituido por un pigmento, que se fija
térmicamente, a 200ºC durante menos de un segundo.
En
fin, pronto no habrá más que estampación por transferencia,
procedimiento semejante al que se emplea para las camisetas. En los
años 80 sólo se están utilizando soportes de fibras químicas
(poliéster, poliamida 6, triacetato o acrílico) pero pronto el uso
se extenderá a los soportes celulósicos (de origen vegetal) como el
algodón o la viscosa.
En
primer lugar, se imprime el dibujo en un papel utilizando colorantes
"dispersos" que, al poner sobre la tela, se "sublimarán"
a alta temperatura (200ºC) durante 20 segundos; e.d., se trasladarán
al nuevo soporte. Esta técnica de precisión matemática, es muy
económica, debido a su rapidez, su escaso consumo de colores y la
eliminación de la alimentación con agua, la pesadilla de los
antiguos tintoreros. Por último, no contamina, lo que es una
victoria frente a todos los procedimientos anteriores.
6.
Arqueología y prehistoria del teñido:
Lejos
de ser tan blanca como se ha pretendido de manera apresurada, la
Antigüedad conoció las telas de colores, pues se teñían los hilos
o las piezas ya acabadas, aunque los motivos sólo se obtenían por
los efectos de la tejeduría. China y la India fueron
precursoras, ya que desde tiempos inmemoriales usaron la granza, el
añil, la cúrcuma o el azafrán y la agalla. Los habitantes de
Oriente Próximo y Oriente Medio fueron alumnos aplicados. Y
aún más que el Viejo Continente, la América arcaica y
precolombina fue gran aficionada a los colores; los mexicanos y
los peruanos, grandes tejedores, nos han dejado numerosos testimonios
a los que nos hemos referido en el capítulo del algodón.(...)
Los
más antiguos tejidos teñidos que se han hallado son las bandas que
envuelven las momias egipcias, de 4500 años de antigüedad. Aún se
aprecia que fueron azules o rojas, colores sin duda profilácticos,
destinados a conseguir una vida tranquila en el más allá. Azul es
la piel del dios Amón, que no tiene principio ni final, protege a
los puros de los poderosos y escucha a los oprimidos; el rojo, color
de Seth, dios del mal, permite conciliarse con él, halagándolo de
este modo. Un papiro de Tebas del siglo III a.C era de testimonio de
la antigüedad de los procedimientos egipcios de tintura y ofrece las
fórmulas.
Los
hebreos también conocían el arte de la tinción; hay que recordar
que un pasaje de la Biblia (Génesis XXXVII) en el que se menciona
cuán celosos estaban los hermanos de José de la "túnica de
varios colores" que su anciano padre había regalado a su hijo
predilecto.
Es
muy difícil analizar los tejidos arqueológicos, porque los tintes
se han degradado al desaparecer la casi totalidad de sus moléculas
originales. Pero de todos modos, se ha podido constatar un abundante
empleo de colores en vestigios europeos o del perímetro
mediterráneo, al menos desde 1.000 a.C. Ya hemos hablado de los
tejidos de la Edad del Hierro descubiertos en las minas de sal de
Hallstatt (Austria). Aunque las gamas de marrones y beige proceden de
distintas clases de lana, el verde oliva y los azules oscuros se
obtuvieron por tintura. Las telas halladas en Marsella (Saint-Victor)
son galorromanas (s.I) y su color rojo se debe a la granza.
No
se sabe a quién pertenecía el vestido de Saint-Victor cuyos restos
nos han llegado, pero una prenda roja -color del poder- señalaba a
los conquistadores. En Roma, el rojo era privativo "de los
generales, de la nobleza, de los caballeros patricios (...), en
consecuencia, de los emperadores. Los de Constantino iban vestidos
completamente de rojo"; traje ceremonial de los magistrados,
vestimenta de los triunfadores y manto palumendatum del general en
jefe. En Troya se teñían de púrpura las colas de los caballos que
pertenecían a los guerreros más nobles.
7.
La importancia de la tintorería en la antigüedad: Roma.
En
Roma, por el contrario, el arte de la tinción fue cada vez más
respetado, a medida que la historia de la ciudad avanzaba. Al
principio sus fundadores sólo se vestían con tejidos naturales:
después aparecieron los colores, sobre todo para las ceremonias. el
pallium púrpura del sacerdote, bandas de luto negras, el flammeum
naranja de la sacerdotisa y de la desposada. Una familia patricia, y
la gens Furia Purpurea, descendía de un célebre tintorero de
púrpura, Furio Purpúreo. El uso de la púrpura, privilegio de los
altos magistrados y dignatarios, se multiplicó por diez durante el
Imperio tanto en Italia como en las colonias. En todas partes se
abrieron tintorerías que solían pertenecer al emperador y eran
administradas por esclavos.
Desde
los comienzos de la ciudad, el rey Numa había organizado la
profesión en gremios, en plural. Los romanos eran gente precisa. Si
los purpuraii teñían exclusivamente de púrpura, como su antepasado
Furio, los cenarii lo hacían en amarillo claro, los
flammarii, en naranja; los crocotarii, en amarillo
azafrán (del crocus); los spadicarii, en marrón, y los
violarii, en violeta. Cada especialista utilizaba un
ingrediente especial -volveremos sobre ello- y recibía el tejido
(generalmente de lana), listo para ser teñido, de otros patricios,
los bataneros, que llevaban a cabo su preparación. limpieza,
desengrasado, batanadura para volverlo más espeso y cepillado con
cardos o con plantas espinosas. El tejido se volvía a humedecer y se
pasaba por una prensa para alisarlo. Los rótulos de los batanes
siempre representaban un pie, ya que la batanadura se efectuaba
pisando los tejidos.
Los
bataneros también podían limpiar tejidos para particulares, en
tanto que en la actualidad ésa es la principal actividad de los
tintoreros, que sólo tiñen en raras ocasiones, ya que el "duelo
de veinticuatro horas" ha desaparecido de las costumbres. La
limpieza a la romana consistía en una batanadura con loss pies
desnudos en agua con potasa o en orina humana o animal, rica en
amoniaco, o con azufre para blanquear o en seco con arcilla (tierra
de batán). Una tienda hallada en las excavaciones de Pompeya ofrecía
en su umbral un recipiente en el que los que pasaban podían aliviar
sus necesidades, y un cartel les agradecía la materia prima.
En
este sentido, la prosperidad de la que disfrutaban los tintoreros se
halla muy bien ilustrada en la decoración de las tiendas exhumadas
en Pompeya. En el pilar de la derecha se ve a Mercurio sosteniendo
una bolsa bien repleta, con la inscripción Salve Lucrum
(¡bienvenidos al beneficio!). En el momento de la catástrofe
estaban teniendo lugar (o debían de estar teniendo lugar) elecciones
municipales. A falta de carteles de papel, se inscribían las
profesiones de fe en las paredes; el gremio de tintoreros (cuyo local
se hallaba en los alrededores) defendía así a su candidato:
"Postumium Proculum aedilem offetores rogant" (los
tintoreros proponen elegir como edil a Postumo Próculo).
8.
Gremios medievales: tintoreros venecianos y florentinos.
La
reglamentación de los gremios medievales, aún más sistemática que
la legislación romana, distinguía entre los tintoreros de lana, de
seda y de lino, quizá porque las fibras de origen animal, que
contienen nitrógeno, por lo que se asemejan más a las tinturas, no
exigían los mismos procedimientos que las fibras vegetales. De los
siglos XII al XV, los venecianos y los florentinos estuvieron
considerados, con toda razón, los tintoreros más hábiles de
Occidente. En realidad, a tales tintori se les trataba con la misma
falta de consideración que en Esparta. La famosa revuelta (abortada)
de los Ciampi florentinos, encabezada por los cardadores el 21 de
julio de 1378, sirvió al menos para crear un nuevo gremio de
tintoreros que, aunque sólo duró cuatro años, fue posteriormente
retomado. En 1429, un veneciano publicó el primer tratado del arte
de teñir: maraviglia d'ell arte dei tintori.
9.
Edad moderna: las 'Indianas', competencia de las telas de ultramar.
Estas
telas ornamentadas con motivos polícromos tuvieron un éxito
increíble en el siglo XVII, sobre todo cuando las autoridades
francesas, preocupadas ante la amenaza que constituiían para los
fabricantes de tejidos de lana, lino y seda, tomaron la decisión de
prohibirlas, como había hecho el gobierno inglés, aunque en menor
medida y por un tiempo más breve.
Eran
tejidos teñidos de calidad superior a los europeos, pues tenían
mejor caída, al ser más gruesos y su coste era mucho menos. No
hacía falta nada más para que los marselleses se precipitaran sobre
los puestos tan pronto como llegaban las mercancías, y los agentes
comerciales se las veían y se las deseaban para reservar lotes para
sus clientes del resto de Francia. Sea como fuere, los burgueses, los
artesanos y los granjeros de Marsella, Aix, Arles, Aviñón,
Tarascón, Toulon y de los pueblos de la alta Provenza se vistieron
desde entonces con "esa tela que ha caracterizado y conferido su
encanto específico a los trajes de Provenza" (M. Biehn). Por
último, las grissettes (modistillas), obreras que ahsta entonces
vestían de griset o paño gris ordinario, pasaron a llamarse li
chafarcani. Y de un mujeriego se decía "Té! cerco li
chafarcani!" ("Vaya, persigue a las chafarcani")
Mistral nos lo recuerda en su Tresor du felibrige (Tesoro del
felibrismo).
El
fenómeno había comenzado a mediados del siglo XVI, más de cien
años antes que la pasión ganara al resto de Europa. ¡Por algo los
muelles del Puerto Viejo eran los primeros servidos! También desde
el principio, los marselleses se dijeron que en esas telas estampadas
había una industria prometedora. Todo consistía en dominar las
técnicas hindúes y orientales para ornamentar, en nuestras riberas,
telas de "algodón crudo", mucho más baratas de comprar.
Si el lector recuerda, en aquella época sólo se disponía de telas
o hilos de algodón ordinario de Asia. En cuanto a los ingredientes
necesarios y triviales, el hecho de tener que importarlos no
impediría el ahorro.
Los
orientales jamás depositaron una patente protegida de su técnica y
tinturas. Y los viajeros no dejaban de informar acerca de ellos. Por
ejemplo, en las estanterías de la Biblioteca Nacional tenemos un
informe de un tal Roques, redactado en 1678. Pero para tener éxito
era imprescindible el talento. Marsella poseía los artesanos más
hábiles en materia de estampación: ¡los fabricantes de cartas de
la baraja! Desde finales del siglo XV no se arredraban ante nada para
realizar las figuras de esta diversión de origen chino y armenio que
se extendió desde Italia por todos los puertos mediterráneos,
cuando los venecianos detentaban el cuasimonopolio de su fabricación.
Las tradicionales cartas marsellesas, que se hallan en el origen del
juego del tarot llamado de Marsella, se obtenian por xilografía (se
imprimían con la ayuda de "moldes", planchas grabadas con
dibujos), al igual que los chafarcani. Así, de forma totalmente
natural, los fabricantes de cartas fóceos se convirtieron en los
fabricantes de indianas... provenzales.
Michel
Biehn nos lo cuenta: "Así fue como, ante el éxito que habían
tenido en Provenza los tafetanes de Levante, que suponían un nuevo
mercado. Benoit Ganteaume, maestro fabricante de cartas de Marsella,
y Jacques Baville, maestro grabador que habitaba en la misma ciudad,
se asociaron el 22 de junio de 1648 "para grabar en la medida de
lo posible los modelos propios y convenientes en la fábrica que
tienen para teñir telas para hacer indianas ... aplicándolos sobre
la tela..." Ganteaume proporcionó la tela, los colores, las
planchas de madera para los moldes y ayudó a la estampación. La
fabricación -con un reparto idéntico tanto de los beneficios como
de las pérdidas- se realizó en casa de Ganteaume. Esta asociación,
que tuvo una duración de seis meses, parece ser un ensayo; en
cualquier caso, es el primer taller conocido en Francia. A
continuación, la tradicional industria marsellesa de fabricantes de
cartas de la baraja, unida a la de los grabadores, añadió a sus
actividades la fabricación de indianas en numerosos talleres."
Veinte
años después, estos especialistas eran lo suficientemente numerosos
como para dividirse, y los fabricantes de indianas tuvieron fábrica
propia. Las indianas llegaron a Aviñón... pero se necesitarían
muchos años para alcanzar la perfección en el tinte con Oberkampf y
la famosa Fábrica de Jouy. En cualquier caso, las indianas
originales, para las clases adineradas, y las indianas provenzales,
para la gente humilde, conquistaron toda Francia.
Ahora
bien, en 1664, Colbert había creado la Compañía Francesa de las
Indias Orientales, la última de una serie de instituciones similares
de otras capitales europeas. La visita del rey de Siam a Luis XV, la
de los embajadores del Gran Turco y la del sha de Persia habían
reavivado el gusto por lo oriental, que resurgía en Europa cada cien
años aproximadamente.
La
Compañía de las Indias detentaba el monopolio de la importación de
"telas pintadas" y de chafarcani, y aunque la pasión de la
nobleza y la gran burguesía por estas telas exóticas servía para
hacer negocio a los accionistas, que solían ser los susodichos, no
es menos cierto que se estaba produciendo una inquietante sangría de
divisas, un problema idéntico al que había suscitado la creación
de la industria de la seda en Lyon por Luis XI y Francisco I. Y como
se dejaba que se desarrollara la imitación de las indianas a pesar
de su mediocre calidad, las quejas de las fábricas tradicionales de
lino, de seda y de lana se iban a convertir en un clamor de
indignación, sobre todo teniendo en cuenta que las indianas
meridionales, por muy defectuosas que fueran, utilizaban tejido de
algodón crudo venido de Oriente, lo cual producía pocos beneficios
a los importadores, a pesar de que las cantidades amenazaban nuestros
productos de lino.
"En
caso de duda, abstente", dice el proverbio. Pero no pudiendo
decidir a favor de la Compañía, cuyas acciones estaban en manos de
muchos grandes del país, ni a favor de los pobres, contentos de
vestirse de forma exótica a bajo precio, el gobierno se inclinó por
el beneficio de las fábricas nacionales cuyo cierre significaría un
desempleo masivo y peligroso. En 1686 se promulgó el fallo del
Consejo de Estado del rey a instancias del superintendente de
Hacienda, Louvois, sucesor y enemigo declarado de Colbert. Este fallo
de caracter proteccionista, prohibía la entrada de telas de algodón,
blancas o pintadas, de las Indias y de Oriente y ordenaba el cese
inmediato de la estampación en Francia, la destrucción de los
moldes y la prohibición de llevar vestidos de tela estampada.
Un
año antes la revocación del Edicto de Nantes, a sugerencia de
Louvois, había provocado la huida, más allá de nuestras fronteras,
de los obreros protestantes, los mejores en su especialidad; muchos
de ellos se dedicaban a estampar tejidos. En Berlín, Flandes,
Inglaterra y, sobre todo, Suiza, se les recibió con los brazos
abiertos. Iban a alimentar un intenso contrabando, ya que las
indianas tenían ahora la atracción del fruto prohibido. Pero la
partida de esta excelente mano de obra fue la causa del importante
retraso técnico francés.
No
obstante, Marsella gozaba de un estatuto particular: era un puerto
franco, e.d., libre para comerciar, podía recibir mercancías de
donde quisiera y enviarlas donde deseara, p.ej. a las colonias de
América y de las Antillas, donde sus productos pasaban bajo las
narices de los soldados del rey. La famosa peste de 1720 que asoló
el sur de Francia y mató a más de la mitad de los habitantes de
Marsella fue traída por el San Antonio, en cuyas bodegas no sólo se
hallaban las telas de Oriente, sino también ratas y pulgas.
A
lo largo de los 73 años que duró la prohibición, la pasión por
las indianas no cesó -antes al contrario-, alimentada por el
contrabando fuera de los muros de Marsella (fabricación local y
exótica), en los navíos averiados en los puertos atlánticos, o a
través de las fronteras con el este (el Georges, que fue registrado
en Nantes, transportaba asimismo telas pintadas enrolladas como las
velas a lo largo del mástil). Había asimismo cierta difusión d
elaas indianas desde "recintos privilegiados", territorios
señoriales y... ¡religiosos! El duque de Bourbon tenía su fábrica
en Chantilly; la duquesa de Maine y la marquesa de Pompadour, en el
Arsenal de París. En Marsella y en otros lugares, las técnicas iban
mejorando de forma notable, aunque más lentamente que en el
extranjero, a causa de la falta de personal verdaderamente capaz y de
material eficaz.
De
1691 a 1703, Marsella perdió su franquicia. De este modo se
restablecieron discretamente "el uso en Marsella de telas
pintadas". ¡En Marsella! Nadie se privó de llevarlas y usarlas
en cuanto franquearon las puertas de la ciudad, a pesar de la
posibilidad de que te obligaran a desnudarte en la vía pública y de
ser arrestado.
Por
último, una forma cómoda de desafiar las normas fue la adopción de
la indiana para vestirse en casa: cada uno es rey en su casa. Así lo
hizo monsieur Jourdain para su nueva bata: "He mandado que me
hagan esta indiana... Mi sastre me ha dicho que las gentes de calidad
se visten a´si por las mañanas." La bata, por tanto data del
período de prohibición de los tafetanes pintados.
Como
la opinión de los economistas se hallaba dividida en cuanto a los
efectos y consecuencias de la prohibición, gracias a la más
elegante de las consumidoras y productoras, la marquesa de Pompadour,
la prohibición fue por fin levantada el 5 de septiembre de 1759, con
la promulgación general de la autorización para vender, fabricar y
llevar tejido pintado o estampado en cualquier lugar del reino de
Francia.
Por
desgracia, a causa de una política totalmente estúpida, faltaban
entonces los obreros cualificados, y para no ser tributarios de la
competencia extranjera que nosotros mismos habíamos contribuido a
crear, hubo que recurrir a especialistas extranjeros. Uno de ellos,
un suizo llamado Jean-Rodolphe Wetter se hallaba ya en Francia
-seguimos sin saber por qué- desde 1744. Había instalado una
fábrica en las afueras de Marsella, en Saint-Marcel, a orillas de
Huveaune, a la sazón un río encantador muy distinto de hoy en día.
(Las industrias del textil siempre necesitan un curso de agua.) La
fábrica de indianas de este hombre de talento recurría a
dibujantes de la Academia de Pintura de Marsella, pero el rigor de
los controles exteriores y las multas le llevaron a la quiebra y tuvo
que dejar sus telares para ir a recuperarse a Orange, donde lanzó
con éxito las miniaturas con motivos muy pequeños, flores, hojas,
cuadrados y rayas miles sobre fondo de piquillo, una novedad, aunque
también el viejo truco de los chafarcani. Un cuadro de Rossetti, en
el museo de Orange, inmortalizó su taller.
La
mayor parte de las empresas de Marsella habían sufrido las mismas
vicisitudes que Wetter y no se habían recuperado: desaliento,
incompetencia, mala gestión. Ahora que la indiana gozaba de todos
sus derechos, la Provenza de los artesanos no podía suministrarla.
La
ciudad de Mulhouse era independiente, tras haber formado parte de la
Confederación Helvética hasta 1586. La revocación del Edicto de
Nantes, así como la prohibición d elas indianas, provocaron un
incremento de sus negocios. En 1745, Samuel Koechlin, J.J. Schmalzer
y J.J. Dollfuss crearon la primera fábrica de telas estampadas en
esta ciudad. Se habían llevado a cabo muchos progresos desde la
asociación de fabricantes de cartas marsellesas un siglo antes. Al
mismo tiempo, en las hilaturas y las fábricas de tejidos suizas
vecinas el algodón -importado, claro está- adquiría una nueva
calidad, la calidad suiza, y el librecambio funcionaba sin tropiezos
entre Suiza y Mulhouse.
En
su fascinante libro, Michel Biehn nos recuerda que se inventó en
Mulhouse la ornamentación jardinera estampada a lo ancho de la tela,
para convertir el borde de las faldas en un arriate de donde surgía
un jardín florido "al asalto del talle".
En
Mulhouse, en la fábrica de Koechlin, Schmalzer y Dollfuss,
Cristophe-Philippe Oberkampf, de una familia de tintoreros de origen
francés hugonote, aprendió el oficio de grabador en 1757. A
instancias de Cottin, famoso estampador de telas parisino que se
desenvolvía muy bien en su oficio a pesar de las prohibiciones,
nuestro joven llegó a París para celebrar sus veinte años. Es de
almas bien nacidas el valor...
Al
año siguiente (1759), se concedió la libertad a las indianas y,
adelantándose a todos los demás, pues testaba en el secreto de los
dioses, Antoine Guerne de Tavanna, "suizo del rey Luis XV",
a cargo de Hacienda, confió al joven nada menos que la diriección
de una fábrica de indianas, en Jouy-en Josas, cerca de Versalles y a
orillas del Bievre, en la que había invertido llegado el momento
oportuno. Oberkampf se rodeó de un equipo de obreros suizos, un
dibujante (Rodorf), un grabador (Bossert) y un estampador (Schramm),
todos ellos enormemente competentes.
Los
tafetanes de Jouy -magníficos- tuvieron un éxito inmediato. En la
corte, muy cercana, en Paris e incluso en Provenza. sobre todo cuando
se volvieron a fabricar las "telas de Orange de Jouy", a la
manera de Jean-Rodolph Wetter, que parece que había vuelto a
quebrar.
La
fábrica se agrandó hasta convertirse en un verdadero "complejo"
moderno, en un entorno encantador y respetado (la pureza del agua y
del aire depende de la belleza de las telas en el lavado y el
secado). Había prados para extender 2.200 metros de tejido,
laboratorios y, desde luego, la granja que proporcionaba el estiércol
de vaca que no se podía olvidar para el éxito del tinte. En este
sentido, a Oberkampf le hubiera gustado cultivar granza, como en
Alsacia, pero era la única planta que no se daba en estos parajes.
¡Mala suerte!, así que se importaba. El cuadro de J.B. Huet de 1806
muestra muy bien ese paisaje de campiña industrial, con los
edificios integrados en los espacios verdes. No podemos dejar de
compararlo con un suspiro con el conjunto residencial BCBG que Jouy
constituye en la actualidad. Todo ello era rousoniano, pero
funcional, administrado al estilo suizo.
Para
poder ser más competitivos, había que obtener telas de la mejor
calidad. Tras la Revolución, se hizo difícil el abastecimiento
desde la India, ya que tanto el Directorio como después Napoleón
establecieron fuertes tasas sobre los productos extranjeros para
apoyar el desarrollo de las hilaturas nacionales. En 1804, Oberkampf
montó una hilatura en Chantemerle (Essonne) que confió a su yerno,
ya que nuestro joven emigrado se había convertido en copropietario
de las instalaciones de Jouy, para lo cual se había asociado con un
antiguo abogado de Grenoble, Sarrasin de Maraise, pues el primer
socio comanditario, M. de Tavanne, no había podido seguir
sosteniendo el desarrollo fulgurante de la empresa.
Frederic
Oberkampf, hermano menor de Christophe-Philippe, trabajaba con él y
fue enviado en misión secreta a Suiza con el fin de conseguir los
planos de una máquina de estampar con plancha de cobre, inspirada en
la de los grabadores de grabado en dulce de las estampas. En cada
página, la novela del textil de los siglos XVIII y XIX, resulta ser
una novela de espias.
La
plancha de cobre, de una precisión y fiabilidad desconocidas hasta
entonces, hizo posible el fino plumeado de los famosos camafeos de
las telas de Jouy, a los que JB Huet prestó su talento en escenas
campestres. Oberkampf llevaba a cabo misteriosos viajes a Inglaterra,
que eran, en cierto modo, cursillos anuales de los que regresaba
trayendo mejoras y sutiles innovaciones. Por ejemplo, fue el primero
en utilizar en Francia una máquina con rodillos de cobre giratorios,
copia de la que había creado el escocés Thomas en 1785. Ésta le
permitió estampar sin interrupcion los 5.000 metros de tela
cotidianos. Más tarde, durante el bloqueo continental, Napoleón
envió en "misión especial al otro lado del Canal de la Mancha"
a los sobrinos del industrial, a la sazón demasiado anciano y
respetable (¡había recibido la Legión de Honor!) para jugar a ser
los James Bond de la cretona.
Luis
XV había concedido en 1770 cartas de "naturalización" a
toda la familia, cerrando los ojos ante el pecado de protestantismo.
El 19 de junio de 1789 -¡ya era hora!- Luis XVI ordenó por letra
patente que el establecimiento fuera declarado "Real Fábrica"
con el privilegio de desgravación: "Luis, Rey de Francia y de
Navarra por la gracia de Dios. Saludo a nuestros amados y fieles
conejeros de nuestra Corte de Parlamento en París. A nuestros
queridos y bienamados señores Oberkampf y Sarrasin de maraise,
empresarios de la Fábrica de Telas Pintadas establecida en Jouy; nos
han expuesto que dicha fábrica, en sus 25 años de existencia, no
sólo ha realizado sensibles progresos y adquirido una extensa
reputación tanto en Francia como en el extranjero, hasta el punto de
que, desde hace varios años, ocupa diariamente en sus Talleres a
unos 900 obreros, todos ellos procedentes de las familias pobres de
Jouy y de los pueblos de los alrededores, sino también que en sus
obras ha alcanzado tan alto grado de perfección, tanto por la
selección y variedad de sus dibujos como por la solidez de sus
colores, que nunca ha salido una sola pieza de tela que no estuviera
teñida con colores sólidos..."
Es
la única ocasión en los anales en la que un jefe de Estado
garantiza el color sólido de una tela. Además, el monarca no había
dudado en otorgar, dos años antes, titulos de nobleza al industrial.
Éste nunca hizo alarde de ellos y se ganó la estima de todos los
gobernantes que sucedieron a Luis XVI. (...)
Los
algodones de Jouy, que encantaban a la corte, se usaban para decorar
muebles y habitaciones, pero también para el vestido, que requería
motivos pequeños y percales finos lustrados con ágata. Un día...:
"Una gran dama que se había desgarrado un vestido de Persia,
cuyo brillo había atraído las miradas envidiosas de la corte,
corrió a pedir al hábil fabricante la ayuda de todos los secretos
de su arte. Este ruego no fue en vano. Una imitación tan brillante
como fiel desafió la atención peor dispuesta. Y pronto se hicieron
eco de este prodigio. En Versalles sólo se querían indianas de los
alrededores." Lo cuenta Philipon, preceptor de los hijos de la
familia Oberkampf.
La
ornamentación que aquí nos interesa para la ropa era de inspiración
hindú. Desde la moda del chal de Cachemira, la estampación se
apropió de todos los motivos típicos por un coste mucho menor que
el auténtico: mangos, flores exóticas, árboles frutales, conchas,
cuernos de la abundancia..., sobre muselina de algodón o lana ligera
y, más tarde, sobre muselina de lana. A partir de 1810 se intentó
estampar la lana, con colorantes de aplicación fijados al vapor. Las
fábricas alsacianas Dollfuss-Mieg fueron las primeras en poner a la
venta un ribete "cachemir", en 1815, que tuvo gran éxito y
que dio paso a una producción de alta calidad de la que se
apropiaría toda la Europa elegante. Llegaron los colores difuminados
sobre muselina de lana, de moda en 1840 y 1850, que usaban motivos
contemporáneos, casi abstractos. A finales de los años setenta, las
muselinas de lana y de seda estampadas convirtieron los miriñaques
en jardines floridos.
Tras
la caída de Napoleón y el congreso de Viena, Rusia abrió el
mercado del siglo a las telas estampadas alsacianas, un mercado que,
por desgracia, desapareció de la noche a la mañana por las medidas
proteccionistas de 1822. Se produjo entonces un éxodo de técnicos
desde las orillas del Rin a las del Volga: obreros especializados,
dibujantes, mecánicos, químicos (la Escuela de Química de Mulhouse
era considerada excelente, con toda razón). Ése es el motivo por el
cual los chales de lana con flores, que se han vuelto tradicionales
en Rusia, siguen luciendo motivos alsacianos en estado puro.
Como
Japón despertó y, en 1863, conoció el trabajo alsaciano,
experimentó un flechazo. Encargó algodones y lanas estampadas en
estilo nipón a thierry Mieg y Heilmann, de Mulhouse, y a Scheurer
Lauth, de Thann. Y una vez asimiladas las nuevas técnicas e
industrializado el país, Tokio envió a la Exposición Universal de
1900 muselinas de lana estampadas en Japón, ¡pero tejidas en
Mulhouse!
Sin
tener que ir a buscar tan lejos su clientela, recordemos que Alsacia
ya en el siglo XVIII hacía la fortuna de Francia. Así lo demuestra,
p.ej., una de las piezas más bellas del Museo de Estampación de
Telas de Mulhouse: una capa de chintz negro estampada con plancha que
perteneció, sin lugar a dudas, a María Antonieta. Asimismo, ya por
entonces, Alsacia proporcionaba buena parte de los tejidos
provenzales, y a medida que los talleres meridionales fueron
cerrando, los alsacianos recuperaron la clientela para las telas
baratas, la especialidad de Jouy: florecillas típicamente francesas,
realistas o con formas geométricas estilizadas.
La
maravillosa fábrica a la antigua de Steiner, en Ribeauvillé,
continua abasteciendo el mercado con las telas estampadas que
hicieron famosos a Jouy y a los talleres de antaño. El artesanado y
el progreso se han unido de forma sabia para obtener la perfección y
el mejor precio, pues la Fábrica de Jouy cerró en 1843, debido a
una quiebra poco clara que habría afligido a Oberkampf. La mayor
parte de las colecciones de los archivos se dispersaron y
desperdiciaron. Aunque los estampados de Alsacia o de Tarascón
siguen llevando la alegría a los vestidos veraniegos actuales,
creíamos que nunca volveríamos a ver creaciones nuevas y que
podíamos darnos por satisfechos con haber salvado algunos modelos de
las maravillas de otra época para poder olvidar el estampado
"provenzal", chillón y estandarizado. Cuando hete aquí
que, a finales de los años ochenta, un provenzal de esta generación
ha revolucionado el mundillo de la alta costura. Christian Lacroix,
con la cabeza llena de ideas, ha vuelto a poner de moda unos vivos
estampados de flores que constituyen un verdadero renacimiento de
toda una tradición. Siguiendo sus pasos, el pret-a-porter y los
favbricantes de ropa del Sentier han ofrecido desde lo mejor hasta lo
peor. Las modas están hechas para pasar, claro está. Pero también
para reaparecer.
Pero
no hay que olvidar que muchos museos encantadores, en Jouy, Mulhouse,
Lyon, Marsella, Aix, Arles, etc., están llenos de tesoros; obras de
las artes aplicadas, pero también conmovedores testimonios de las
alegrías y las penas que se han estampado en el tejido de la
Historia.
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