VESTIMENTA


Las fibras en la civilización occidental: el lino urbano y la lana en el campo

en TOUSSAINT-SAMAT, Maguelonne:
Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.

El período neolítico constituye, con la estructuración de las sociedades y la llegada de la agricultura, un estadio de la evolución por el que pasó, antes o después, la casi totalidad de los grupos humanos procedentes de la época paleolítica (caza-recolección). En la agricultura se conjugaban dos actividades alimentarias: la cría de ganado, que procede de la caza y que la renueva con el control y la administración de los rebaños, y el cultivo, que resulta de la domesticación de la recogida. Estos dos parámetros de recursos humanos no sólo incluyen la producción de alimentos -animales y vegetales- sino también la de subproductos destinados a aumentar las comodidades. En particular, y en lo que nos concierne, la producción de materiales utilizables para cubrirse, pues hay que tener en cuenta que, ya en la Antigüedad, la carne solía ser un subproducto de la cría del ganado bovino y ovino seleccionado a lo largo de los siglos por la excelencia de sus vellones o de sus pieles. Las fibras textiles clásicas -el lino y el algodón- aportan asimismo semillas oleaginosas de las que volveremos a hablar.
En la misma linea de los prejuicios grecolatinos y medievales contra las pieles campesinas, la lana tiene una connotación estereotipada pero positiva, que siempre la identifica con lo rústico-nómada (los criadores), en tanto que el lino expresa lo urbano-sedentario (los cultivadores). De las explotaciones agrícolas nacen los pueblos y las ciudades, en tanto que los pastores se pasan la vida de pasto en pasto con los rebaños. …
El segundo esquema, el urbano-sedentario, implica una idea de progreso y de refinamiento unida a la ciudad... En efecto, el criterio de civilización que con mayor frecuencia se suele utilizar es el de urbanización. Muy acentuada por el trabajo de Vere Gordon Childe, la asimilación de la vida civilizada a la aparición del fenómeno urbano ha hecho que, en la historia de la humanidad, se considere que la civilización propiamente dicha hace su aparición con la de las primeras ciudades de mesopotamia, hacia el año 6.000 a.C. La civilización continúa extendiéndose por el mundo antiguo, en la Edad del Bronce, apartir de tres focos: las cuencas del Tigris y el Eufrates, el valle del Nilo y el valle del Indo, y los campos como fuente de recursos forman desde entonces el corpus de la civilización asumida por las ciudades. Sincronizada con el desarrollo de cada uno de estos focos, se produce la expansión de cada una de las tres gtrandes fibras textiles que los caracterizan: la lana desde Mesopotamia, el lino desde el Nilo y el algodón desde el Indo. La seda llegará más tarde procedente de otro imperio, pero a través de otros “pueblos propagadores”, pues China prefiere guardar sus secretos y las distancias.
En cualquier caso, en un segundo período, coexisten en las grandes civilizaciones tejedoras las demás fibras peregrinas y la nacional, pero siempre habrá por ésta una preferencia tradicional de orden cultural, a veces relacionada con el culto, y, otras veces, con tabues con respecto a las demás fibras.







La lana y el pastor:

Se han descubierto restos de tela de lana en la capa más profunda -e.d., en la más antigua- de las excavaciones del primer poblado real conocido hasta el momento: el emplazamiento de Çatal Hüyük, en el sur de la meseta de Anatolia, en el famoso “Creciente Fértil”, donde ya se había hallado trigo cultivado. No se trata de una coincidencia fortuita. Son vestigios de tela que poco nos dicen sobre su textura, negros, cuya carbonización no tiene por qué deberse a un siniestro que se remonte al 7.000 a.C., sino, sencillamente, a un fenómeno químico natural. La mayor parte de los tejidos prehistóricos se presentan en este estado carbonoso, tanto en Asia Menor como en las turberas de Dinamarca, los túmulos de Mongolia o el lodo de los palafitos helvéticos.
Pero aunque este antepasado turco de la tela de lana data de hace 9.000 años, nada prueba que se tratara de una innovación o que los ásperos vellones de los corderos, cuyo hilado y tejido debían de ser una proeza, se supieran utilizar de otra manera ¿como fieltro?



No podemos, sin recurrir a la fantasía, determinar cuándo y cómo los cazadores arcaicos convertidos en sedentarios llegaron a controlar, domesticar y explotar los rebaños ovinos y caprinos que erraban por las ondulaciones herbosas de Oriente Próximo. Tampoco podemos establecer a partir de qué momento el carnero (ovis) se distinguió del musmón de Asia y de Europa. Algunos naturalistas, por otra parte, ponen en duda la existencia de dicha mutación. Las cabras descenderían del algagre, una cabra salvaje de las montañas de Irán. ¿Se trata de una domesticación? Signos evidentes de mutación se han revelado en la radiografía de secciones de cuernos fósiles de ambas especies recogidas en las capas inferiores del emplazamiento de Ali Kosh, en el suroeste de Irán (12.000 a.C.) o en las pendientes del monte Taurus, en la Turquía meridional (en la misma época). Hacia el año 4.500 a.C., la diferencia se acentúa y da en el año 3.000 a.C. Las mismas características que las de las razas que actualmente se crían en aquellos parajes.
Como la selección no había aportado aún a la lana de los carneros prehistóricos las cualidades homogéneas que nosotros conocemos de este noble tejido, los tejidos de lana más antiguos, descubiertos en el período de entreguerras en emplazamientos prehistóricos del norte de Alemania y, sobre todo, en las marismas danesas y suecas (fin del neolítico y Edad del Bronce: del 25.000 al 20.000 a.C.) parecían a primera vista haber sido tejidos con una mezcla de pelo diverso. Se pensó en animales salvajes, en el reno, los bóvidos, las cabras o los carneros. Pero en 1938, cuando ya se disponía de microscopios eficaces, un equipo de expertos alemanes especialistas en las culturas protogermanas y los protoceltas anunció que se trataba de pura lana de carnero. En realidad, de un carnero aún no demasiado “definitivo” como suj pariente de Oriente Próximo...

El magnífico manto de Gerumsberget, un emplazamiento de la Edad del Bronce (hacia 15.000 a.C.) explotado en la provincia sueca de Västergötland, tiene la garantía de ser de pura lana... virgen. Es extraordinario tanto po rhaberse conservado entero como por su tamaño: un óvalo de 2.48 metros de diámetro. Es maravilloso por su forma de estar tejido, que es una sarga de espiguillas sin derecho ni revés. Es asimismo extraordinario porque se trata de una tela a cuadros compuesta por dos lanas naturales, una clara y otra oscura.
No sabemos si se trata de una confección local, ya que no se ha encontrado ningún otro ejemplo de esta técnica, que requiere un telar ya perfeccionado, con cuatro viaderas. Tampoco se ha hallado ningún telar de este tipo en una época tan lejana y en ese lugar. Pero la datación es segura gracias al análisis del polen de las flores pegado a la tela.
Si las condiciones geológicas y climáticas del Báltico han permitido una conservación bastante buena de la materia animal (hueso, cuero, piel y lana), los vestigios exhumados en los palafitos suizos, en cambio, son de origen vegetal. Sólo cabe concluir que la lana era desconocida en esos lugares y en esa etapa del neolítico.
La presencia simultánea, por el contrario, de dos materiales textiles esenciales, la lana y el lino, no supone ningún misterio en las regiones austríacas de los Alpes. Se ha encontrado asimismo una colección completa de trapos en el fondo de las salinas prehistóricas de la región de Salzburgo y de Hallein. Incluso entre el mobiliario de una sepultura de la Edad del Bronce descubierta cerca de Untertentshental, en el centro de Alemania, se ha hallado la funda de un puñal confeccionada con tejido mezclado: urdimbre de lino y trama de lana.
Para concluir con un maravilloso recuerdo de este período de la civilización alpina del bronce y del hierro hay que recurrir a la imagen de una obra de arte. Una obra de arte, por desgracia, de tamaño muy reducido, porque se encontró entre unos trapos de secar abandonados hacia el años 900 a.C. Imagínese el lector [el tejido de Dürrnberg] un fondo de tela de lana ocre, briscado (no recamado) de cuadros verdes y marrones oscuros ¡Todos los tonos del bosque alpino en septiembre! Los tejedores del tweed de Chanel no inventaron nada nuevo... O mejor, hay que dar gracias a las eternas divinidades del artesanado que soplan en el momento oportuno sobre los telares con mayor talento.

El paño de lana británico.

La particularidad del paño de lana, tejido apretado y de buena impermeabilidad, consiste en haber sufrido, tras haber sido tejido, un batanado en un baño alcalino que lo vuelve compacto como el fieltro.

Rule, Britannia, over the wool.

El speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes se sienta sobre un saco de lana. No es casualidad. Aunque Gran Bretaña reinó sobre los océanos (“Rule, Britannia, over the waves.”, decía la consigna), no hayq ue olvidar que su prosperidad se inició con la lana, del mismo modo que la revolución industrial lo hizo en sus fábricas.
Ya en tiempos de la dominación romana, el tejido inglés estaba considerado el más distinguido; en los siglos IV y V un taller de tejido de Winchester surtía en exclusiva el guardarropa de los emperadores. Así como los viñedos franceses deben su desarrollo a los monasterios de la alta Edad Media, los conventos cistercienses, como el de Fountain Abbey, en Yorkshire, fueron los promotores de la industria lanera británica. Hacia el año 1300 seguían siendo los mayores productores de la isla y abastecían al mercado nacional y vendían al continente, tanto directamente como a través de los agentes de Hull y de York. Los abades, adelantándose a su tiempo, demostraron ser sagaces hombres de negocios, y las finanzas de sus casas fueron prósperas.
De forma paralela a la abundante mano de obra subcontratada por los religiosos, el artesanado independiente experimentó tal desarrollo que, a partir del siglo XI, se crearon corporaciones de tejedores so gremios (guilds) cuyo número, poder e influencia no dejaron de aumentar. Constituian grupos de presión contra las autoridades, organizaban una especie de asistencia social, animaban las fiestas populares... Deseosos de demostrar el interés que tenían por la lana y sus oficios, los reyes Enrique IV, Enrique V y Enrique VI fueron miembros del famoso gremio de la Trinidad (Coventry), entre 1399 y 1461. En algunas asociaciones, los llamados comerciantes convertidores, que “terminaban” las telas en sus casas, para mejorar la calidad, confraternizaban con los tejedores y los maestros pañeros. Y como Gran Bretaña siempre ha sido una tierra privilegiada para el feminismo, el sexo débil era bien recibido.
Pero volvamos atrás. Ya hemos mencionado hasta qué punto preocupaba al poder real la lana nacional, por ser una inmensa fuente de riquezas. En 1336, la competencia de los paños de Flandes y, sobre todo, de Florencia, de inmejorable calidad, provocaron la prohibición de llevar vestidos confeccionados con tela extranjera. Esta ley santuaria, este boicoteo, no concernía, como es natural, a las clases privilegiadas, capaces de pagarse tal lujo o de beneficiarse de derogaciones. Asimismo, la exportación de carneros vivos -sobre todo de la raza de Kent de pelo largo- fue formalmente prohibida.
En 1400, la venta de tejidos extranjeros sólo se realizaba, una vez por semana en Bakewell Hall, en la City. El gran incendio de Londres de 1666 destruyó por completo este inmenso mercado cubierto de paño. Pero aún subsisten testimonios de mercados locales. El más pintoresco puede que sea el de Dunster (Somersetshire): un pabellón hexagonal, iluminado por seis ventanas en salientes triangulares, donde se compraba la lana hilada en este campo. Wiltshire, Devonshire y Drosetshire eran las mejores regiones productoras, aunque, en la actualidad, las antiguas marismas de Romney Marsh (Kent) son las más ricas en rebaños. La famosa novela de Thomas Hardy, Far from the Madding Crowd (Lejos del mundanal ruido), de la que se hizo una película en los años setenta, es una muestra de cómo hasta finales del siglo pasado la vida de Dorset giraba alrededor del carnero y de la lana.
Desde siempre, la rueca, el torno y el telar han constituido la mayor riqueza d ellos hogares británicos. No hay para ello que extrañarse de que el telar (loom), que se transmite de madre a hija exclusivamente, diera la palabra heir loom, que designa la herencia de los bienes mobiliarios (heir significa heredero)
Aparte de cierta cantidad de lana en bruto que los campesinos llevaban al mercado, la mayor parte pasaba directamente por las manos de los comerciantes, que pronto se convirtieron en “industriales”. De hecho, durante los siglos XIV y XV, los llamados 'mercaderes del rey' ostentaron prácticamente el monopolio de la lana, desde el comercio hasta la explotación. Se abastecían en los King's staples, que hacían las veces tanto de almacenes como de Bolsa, pues a ellos llegaba la lana en bruto para su valoración y su tasación. En la actualidad, los productos destinados al extranjero se benefician de una desgravación. En aquella época se imponía de antemano una tasa sobre los beneficios de los exportadores.
Muchos de aquellos comerciantes de paño son grandes personajes casi legendarios. Además de drivers de la economía inglesa, el progreso, las artes y el desarrollo de las ciudades les deben mucho. Jacques Coeur, Etienne marcel y los Medicis no deben hacer que los olvidemos, porque a los ingleses les gustaba menos la ostentación personal.
A comienzos del siglo XIII, Godric, el primero de todos ellos, ¡fue canonizado! En las generaciones siguientes, quizá William Cade, William de la Pole y lawrence Dudlow fueran buenos cristianos, pero su fama deriva de su talento financiero, que usaron -y del que abusaron- los monarcas, siempre mal de fondos. Carlos VII hizo otro tanto con Jacques Coeur, su proveedor convertido en tesorero. Al riquísimo William Grevel se le calificó en los últimos años de su vida de “flor del gremio”. Lo atestigua una placa de bronce colocada en el muro de la hermosa iglesia de St. James de Chipping Campden (Gloucestershire), a cuya construcción congtribuyó con generosidad. Su casa, tan magnífica, aunque algo más sobria, que la del protector de Agnes Sorel en Bourges, es un templo del gusto y el arte de su tiempo.
Numerosas iglesias parroquiales llamadas Woolchurches (iglesias de la lana, por deberse a la generosidad de los pañeros), figuran, como St. James, entre los tesoros de la arquitectura medieval inglesa. En Boston (Lincolnshire), la ltorre truncada de St. Botulf, la más antigua de este tipo de construcción, se inspira directamente en la catedral de Anvers, debido a las relaciones privilegiadas entre los productores de lana inglesa y flamenca. La historia del vestido no se cuenta únicamente por documentos escritos. Así, el pórtico sur de St. Peter (siglos XII y XIII) en Tiverton, entre los puertos ingleses y los almacenes de Calais. Tejedores flamencos emigrados hicieron construir la iglesia de St. Mary de Worsted, ciudad aún mundialmente famosa por la excelencia de su tejido peinado, el worstedcloth. La catedral de St. Michael de Coventry fue destruida por los bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Desde 1394 fue el testimonio de que la ciudad con su gremio de la Santa Trinidad, era el centro nacional del comercio de lana.
Entre los comerciantes laneros a los que no sólo se deben edificios religiosos se halla Peter Blundell de Tiverton, que creó en su ciudad, en 1560, una de las primeras manufacturas de paño importantes. Parte de la herencia de este soltero empedernido que no fue a parar a los hospitales de Londres sirvió para fundar un colegio que lleva su nombre y aún funciona. En él aprendieron latín y griego muchos personajes famosos. Otro gran colegio, el Gresham College, perpetúa el recuerdo de sir Thomas Gresham, mercader del rey (exportador) en los Países Bajos, sin olvidar que fue el fundador de la Royal Exchange (la Bolsa de Londres) en el siglo XVI. De esta misma época es otro pañero poco común: John Wichcomebe, llamado Jack de newsbury, que hacía las cosas a lo grande. Además de empelear en su empresa a 900 personas de cdada sexo y todas las edades, tuvo la idea de lo que podríamos llamar un complejo fab ril, al instalar una ammplia tintorería junto a los talleres de selección, hilado y tejido. Fue el primero en dar su nombre a un artículo: la sarga de Wichcombe, una sarga popular muy resistente también llamada cariset. Por ultimo, reclutó un pequeño ejército entre las fils de sus obreros, lo que le permitió tomar parte en la batalla de flokenfield contra los escoceses, pero en beneficio propio, como relata una vieja balada muy conocida.
Titus Salt, nacido en 1803, obrero tejedor más tarde convvertido en noble, fue también un sorprendente personaje. Su vida parece sacada de una novela decimonónica. Debido al fuerte descenso de la cabaña ovina, el poder autorizó a la importación de materias primas extranjeras para que las fábricas pudieran seguir funcionando. Nadie quería la lana rusa, muy económica pero completamente enmarañada. Lana para colchones o fieltro. Salt inventó una máquina cardadora-peinadora que le permitió obtener unt ejido peinado muy conveniente, y la demanda fue tal que tuvo que construir cuatro fábricas. Fue él quien tuvo la idea de emplear la “lana” de alpaca de sudamérica, también muy barata, y consiguió confeccionar el prestigioso tejido que conocemos.
A los cuarente y ocho años se había enriquecido tanto que perdió el gusto por los negocios. Entonces se inventó una ciudad, eso sí, en torno a una enorme fábrica; no se cambia así como así. Saltaire (nombre derivado del de su fundador y del rio que pasaba por allí y proporcionaba la energía necdesaria para la confección) fue inaugurada en 1853, cerca de Bradford. Era una ciudad modelo, concebida por el patrono más “social” que cabe imaginar en aquel tiempo, e.d., paternalista. Más práctica que estética -la filantropía nunca se preocupa de la estética- esta ciudad industrial, laprikmera en su género estaba provista de una scomodidades ddesconocidas. Además, la fábrica sorprendió incluso a obreros, pues era clara, aireada y funcional. Salt, liberal e intervencionista, progresista y hombre de bien, planificó el ocio, la salud, la vejez, la enseñanza y hasta la religión de sus habitantes, construyendo una escuela, un club, un ambulatorio, una silo de ancianos y, desde luego, una capilla anglicana. La reina Victoria no pudo menos que hacerle baronet. La Salts Limited, una de las industrias laneras más grandes de Gran Bretaña, sigue existiendo en la actualidad.
En el siglo XVI, los gremios tuvieron que hacer frente a las primeras formas de manufactura, y sobre todo a la devoradora injerencia del Estado, preocupado por controlar directamente enormes fuentes de ingresos. Hacia 1350 se instituyó el alnage, un cuerpo de funcionarios encargados de la vigilancia de la calidad y las medidas, del cobro de los impuestos (¡naturalmente!) y de la reglamentación de los salarios, que desde entonces fijaron las autoridades locales. La intransigencia de los patronos se vio sustituida por la prevaricación de los jueces. Como en todas partes, a partir de mediados del siglo XVIII, los obreros perdieron la paciencia y las friendly societies -la más famosa era la Cropper's Society- se constituyeron en organismos de defensa contra los patronos y los inspectores, en primer lugar, y después contra las máquinas, generadoras de paro. En suma, ¡se rebelaron contra la Revolución industrial!

Del esquileo al hilo de lana

Una vez esquilado el carnero, a veces en menos de dos minutos, se seleccionan los vellones y se forman diversos montones, pues la lana tiene distinta calidad según las partes del cuerpo del animal. Al igual que la carne, la mejor proviene del lomo. La del cuello suele estar apelmazada, la del vientre gastada, y la de las patas, sucia.
Cuando se ha clasificado en categorías, la lana se enrolla y se forman bolas de un estéreo y medio y de 140 kilos de peso. En los grandes centros de las regiones de cría de Australia, de Nueva Zelanda, de Uruguay o del sur de Argentina tiene lugar, al final de la campaña, una subasta que, al igual que la de pieles, atrae a compradores y agentes de todo el mundo, una Bolsa internacional de la lana fija el precio en dólares.
Después de la compra, la lana se comprime en fardos, siempre de un estéreo y medio y de 350 kilos de peso. El transporte se efectúa en contenedores, por mar, hacia las regiones donde se transforma. Entre un 20 y un 45% de ese peso y volumen está constituido por desechos y suciedad de todo tipo que se adhiere a la lana debido a la lanolina, uno de los componentes de la grasa de la lana del carnero. La primera operación que hay que llevar a cabo en la hilatura es, por tanto, quitar a la lana en bruto esas grasas mediante el lavado. La lanolina se extrae refinando el agua empleada y se usa en la industria cosmética o farmacéutica como excelente excipiente de pomadas o productos de belleza.
-La lana cardada.-
Después de lavarlas con detergentes y carbonato de sosa, las fibras de lana presentan un aspecto muy blanco pero enmarañado. Hay, por tanto, que carmenarlas y estirarlas mediante operaciones mecánicas. Se denomina bataneo el paso de la borra por una serie de batanes que la extienden en una capa ligera donde las fibras aún están muy enredadas.
El cardado consiste en la utilización de cardas, cilindros provistos de dientes de acero que giran a gran velocidad, que eliminan la escoria y desenredan las fib ras formando un velo de carda muy fino, cuyo espesor constante se controla mediante una célula fotoeléctrica; una especia de embudo lo junta en un haz, la cinta de carda, y luego se estira en fibras muy paralelas y se retuerce para formar el hilo. Antiguamente, el cardado se llevaba a cabo de forma manual, con la ayuda de cardos (carda en provenzal), de donde proviene el nombre de esta operación. Aún en el siglo XIX la región de Saint-Remy, en Provenza, producía importantes cantidades de cardos cultivados, como se hacía con el glasto y la hierba pastel para el tinte. Gran Bretaña compraba cantidades importantes, y la familia del poeta Mistral obtenía buenos beneficios con las ventas.
La lana cardada puede hilarse directamente una vez teñida y luego tejerse después de ser cardada, como indica su nombre. Está formada por briznaqs muy cortas de un hilo grueso, ligeramente peludo. No hay que creer que se trata de una calidad inferior, ya que su solidez y su aspecto rústico la destinan a la fabricación, p.ej., del tweed y de ciertas telas gruesas como el loden, que el enfurtido vuelve impermeable.
-La lana peinada.-
La longitud de la fibra de lana varía según la raza del carnero y el país de origen. Las fibras largas son adecuadas para la lana peinada, que sufre nuevas operaciones después del cardado. La cinta de carda pasa popr peines cada vez más finos que ordenan las fibras en el mismo sentido y eliminan las últimas impurezas o las fibras demasiado cortas que se aprovechan para los tejidos de lana cardada. Se obtiene así una mecha peinada completamente lisa y fina, lista para el hilado y adecuada para productos de aspecto fino y suave.
-De la hilandera a la hilatura.-
El hilado es la operación a la que se someten las fibras textiles para convertirlas en hilos. Antiguamente era un trabajo manual realizado por las mujeres, hasta el punto de que la rueca -varilla en laque se colocaban los copos de lana o de lino para hilarlos- terminó designando el género femenino. (¿No se dice que un reino recae “en hembra” cuando no hay varón heredero?) Hace mucho tiempo mucho antes de que la reina Berta hilara, los antiguos gineceos se indicaban mediante una rueca grabada encima de la puerta.
Se requería gran habilidad para producir un hilo fino y regular, y las niñas se iniciaban en esta labor desde su más tierna edad. En el siglo pasado, en el campo, toda la ropa del ajuar se confeccionaba en el hogar, desde el hilo o la lana hasta la costura o el hacer punto. Algunas familias ocultan aún en el fondo de sus armarios paños, camisas o mantas salidas de los dedos mágicos de una bisabuela. En la Biblia, los Proverbios (XXXI-91) describen así a la mujer perfecta: “Aplica sus manos a la rueca y sus dedos sostienen el huso.”
Desde la rueca apretada que sostenía debajo del brazo izquierdo, la hilandera sacaba una hebra delgada de lana o de hilaza que retorcía entre el pulgar y el índice de la mano derecha. El extremo del hilo obtenido se introducía en la ranura del huso, que consistía en una varilla de madera (o de metal) de la longitud del antebrazo, que se iba adelgazando en los extremos. En la parte superior, un peso de hueso, piedra, cerámica o metal aseguraba como si fuera un volante, la rotación regular por la tensión del hilo y su enrollamiento en torno al huso. En las excavaciones arqueológicas se han encontrado grandes cantidades de este tipo de pesos. Los más antiguos se remontan al cuarto milenio.
Con la mano izquierda, la hilandera imprimía un movimiento giratorio al huso y lo dejaba caer para que la hebra de lana o de lino se estirara al máximo; después lo recogía y liaba en un carrete el hilo.
Aunque las egipcias de las primeras dinastías y las israelitas de la época patriarcal no tenían ruecas, sino tiestos que contenían la borra en bruto cuyas mechas salían por agujeros practicados en sus paredes, aún se puede ver en los pueblos de Oriente Próximo y Oriente Medio mujeres que manejan el huso de este modo. E incluso en las zonas campesinas pobres de España y Portugal en los años cincuenta, las jóvenes manejaban el huso con infinita gracia, mientras guardaban el rebaño, ya que, en plena mitad del siglo XX, carecían de los medios necesarios para poseer un torno.
El torno fue una maravillosa invención que, aunque tardó en aparecer varios milenios, se remonta al siglo XVI, a 1530. Se lo debemos a un burgués de Brenswich (Alemania), llamado Jurgen, que ha pasado al olvido. Sin embargo, cambió la vida de millones de mujjeres. El torno era una pequeña máquina infinitamente más práctica y rápida que el huso. Le costó trabajo imponerse para los paños “industriales”, pues a los reglamentos les resultaba sospechosa su rapidez. La hilandera sacaba la mecha de una rueca fijada al cuerpo del aparato. Un pedal que el pie movia accionaba una rueda que hacía girar dos poleas y sus ejes tiraban de una bobina en torno a la cual se enrollaba el hilo retorcido.
El torno de Jurgen fue el punto de partida del primer telar industrial, que el inglés James Hargraves, en 1768, llamó humorísticamentte Spinning Jenny (Jenny la hilandera). Al año siguiente, Arkwright concibió una máquina continua de cilindros. En 1779, Samuel Crampton inventó la Mule Canary, que tuvo un gran éxito durante un siglo, hasta que fue destronada por la máquina de vapor. Estas máquinas fueron la señal de partida de la Revolución industrial del siglo XVIII y de la fortuna de Gran Bretaña...




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Lino: ¿la primera fibra textil vegetal en Occidente?

en TOUSSAINT-SAMAT, Maguelonne:
Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.

Nos hubiera gustado poder afirmar que el hilo de lino fue la primera fibra textil de la historia, pero ya hemos visto que no hay nada que lo pruebe. Naturalmente, los pueblos politeistas atribuían el cultivo y el tejido del lino a divinidades primordiales. Los egipcios se lo agradecían a Isis; los escandinavos, a Hilda, la Tierra. Una tradición iraní menciona a Gomer, hijo de Jafet y nieto de Noé, cuyo pueblo -los arias- es el antepasado de los arios. Probablemente, la planta se usaría al principio para la confección de ligaduras y después para la de hilo para coser las pieles, al darse cuenta de la solidez de sus múltiples fibras tras pudrirse y estallar el líber
Desde el Cáucaso, los arias -braquicéfalos-se extendieron hacia el norte de la India, por un lado, y , por el otro, por las regiones alpinas europeas. ¿Es una coincidencia? El hábitat principal del lino silvestre vivaz, corto y ramoso (linum angustifolium), y puede que su lugar de origen, se sitúa en la región que separa el Cáucaso meridional de la Alta mesopotamia, región madre de muchas plantas útiles. Todavía se encuentra allí, al igual que en las estribaciones montañosas de algunos valles de los Alpes francohelvéticos. ¿Jalonaron sus semillas la ruta de las invasiones como lo hicieron las pepitas de manzanas?
El lino que cultivaron los iraquíes y los egipcios desde el 6.000 a.C. Y, un poco más tarde, los habitantes neolíticos de las “ciudades lacustres”, en las depresiones de los valles alpinos de Francia y de Suiza, es una mutación del lino vivaz que desde entonces presenta un tallo largo o tallo “técnico”, entre las raíces y las primeras ramificaciones. El botánico Linneo, queriendo subrayar la gran utilidad de este tipo de lino, le dio el nombre de linum usitatesimum en su clasificación. En la actualidad hay varios centenares de variedades, de flores azules (las más finas) o blancas o rosas (de mejor rendimiento y más resistentes a las enfermedades).
Linum es el nombre latino; linon, el griego. Pero en ingles y alemán se usan dos términos según se trate de la planta (flax y Flachs) o del producto fabricado, hilo o tejido (linen y Leinen). Sin embargo flax y Flachs derivan del termino germánico flehtan, que designa la acción de tejer. A veces, las lenguas humanas pierden el hilo de la lógica.
¿Usaron los protoegipcios el lino en Asia Menor? ¿Qué cúmulo de circunstancias les llevó a ello? ¿Fue el ejemplo de Irak lo que les hizo sembrar esta semilla peregrina en el limo cálido y fértil que bordea su río? Limo que gustó tanto a la planta que se transformó y elevó su tallo muy alto. El lino egipcio siempre ha sido el más largo de todos, alcanza los dos metros. ¿Se convirtió en una planta anual porque se arrancaba siempre cuando estaba maduro y se cogían las semillas? ¿Se produjo esta mutilación por la altitud cero o por siembras repetidas? No lo sabemos, pero es sorprendente que otro clima, el de las zonas alpinas europeas, haya provocado idéntica mutación, a pesar de que la planta nunca llegue a alcanzar un metro de altura.
En ambas regiones, sin embargo, se utilizó primero la especie silvestre angustifolium, como testimonian los análisis de los restos hallados en las excavaciones: tallos, cápsulas, semillas, haces unidos. Otra pregunta sin respuesta: ¿a partir de qué momento sucedió el cultivo a la recolección en los Alpes? También nos preguntamos cómo era posible que la recolección bastara para el aprovisionamiento.
Los sedimentos lacustres neolíticos de Escocia e Irlanda han revelado cápsulas de semillas d ella especie cultivada. Las semillas carbonizadas del emplazamiento lacustre de Lough Gur, en el condado de Limerick, en Irlanda (Eire) quizá sea testimonio de un uso alimentario en forma de aceite o harina. ¿Hubo semejante uso? Las excavaciones son como los espejismos: la verdad retrocede a medida que se avanza. Aunque en Polonia, uno de los últimos países productores de lino de nuestra época, se haya sacado a la luz material neolítico para hilar y tejer, nada prueba que sirviera para lino y no para lana. El Rin, en cualquier caso, permitió la propagación de la planta y de su uso hacia Inglaterra e Irlanda a través de los Países Bajos, y hacia Dinamarca desde los Alpes y los lagos. El lino de Irlanda fue famoso durante mucho tiempo, aunque ahora prácticamente sólo se teje con hilo importado.
Los trozos de tela de lino que se han exhumado en Irlanda se remontan “sólo” a la Edad del Bronce europeo, hacia el 2.000 a.C., en tanto los vestigios egipcios tienen más de un milenio de edad [3.000 a.C.?]. En el museo de Saint-Germain-en Laye se halla un sorprendente trocito de tejido de cuadros azules y blancos, de 31 cm x 37, que se remonta al Antiguo Imperio.
El clima cálido y seco condiciona la moda del vestido faraónico y convierte a Egipto en un museo de los tejidos más antiguos (3.000 a.C.)” señala muy acertadamente el egiptólogo Jean-Luc Bovot, en la presentación de la notable exposición “Tejidos y vestidos”.

Tecnica de obtención de fibra para hilo:

Plinio escribió esto hace casi 2.000 años:
No se trenza la planta intacta, sino partida, molida y reducida con violencia a la flexibilidad de la lana... El lino se siembra sobre todo en las tierras arenosas, tras una sola labranza, y no hay planta más temprana. Se siembra en primavera y se recoge en otoño. Los cadurcos, los caletos, los rutenos, los biturigos y los morinos, todos los pueblos tejen telas. Ya lo hacen nuestros enemigos del otro lado del Rin, cuyas mujeres conocen las más bellas telas. En Germania, trabajan el lino en fosas y subterráneos.”
Entre nosotros, la madurez del lino se reconoce por dos signos: cuando la semilla se hincha y cuando amarillea. Entonces se arranca, se ata en haces que caben en la mano y se deja secar al sol, colgado con las raíces hacia arriba, durante un día, y después de otros cinco días poniendo unas frente a otras las cabezas de los haces para que las semillas caigan en el medio... Después, tras la cosecha, los tallos se meten en agua tibia por el sol y se mantienen en el fondo mediante un peso, pues nada hay más ligero. Se reconoce que están enriados porque la corteza está más vuelta, se secan de nuevo al sol, con la parte superior hacia abajo, como antes; despues, cuando están secos, se muelen sobre una piedra con un mazo...”
Peinar y separar la estopa es un arte. Normalmente 50 libras de haces dan 15 libras de lino peinado. Luego, cuando está hilado, se le vuelve flexible golpeándolo repetidamente contra una piedra, y cuando está tejido, se le vuelve a golpear con batanes. Cuanto más maltratado, mejor.”
El lino es tan eterno que estas líneas no son un arcaísmo. Se podrían aplicar, palabra por palabra, a las técnicas con las que se honraban nuestros campos a principios de este siglo. El nieto de Leotade Autane, uno de los últimos tejedores de Polastron, cerca de Samatan (Gers), evocaba sus recuerdos en un periódico local: “casi todas las mujeres cultivaban lino en su parcela de tierra. Se arrancaba en pequeños manojos, los manoques, que se llevaban atados a la granja, donde se disponían verticalmente para que secaran.”
Una vez maduros y bien secos, en agosto, se vareaban los tallos para separar la semilla; después se procedía al enriamiento, cuya función consistía en separar los filamentos del tallo, para lo cual se metía en lino en los arroyos y se dejaba cuarenta días. La lluvia, el rocío y el agua corriendo lo blanqueaban y separaban las fibras.”
Después se metían en el horno, un horno de panadería que servía para secar muchas cosas. Después se procedía al agramado: se raspaban los tallos aún rígidos con bargues (tijeras de madera) para levantar la corteza y separar las fibras sin romperlas.”
Se hacía la estopa, el lino grueso y el lino fino y después se peinaba con peines especiales para obtener hilos cada vez más finos. Las mujeres hilaban en invierno. Es un trabajo muy penoso, hay que mojar el hilo con la boca. Cuanto más moja la hilandera el lino, más se estira y se afina. No había que dejar ninguna aspereza.”
Para crecer bien, el lino requiere una tierra homogénea y bien arada en profundidad, luz, noches cortas y más frescas que el día y un clima templado y húmedo. Una gran densidad de siembra es el secreto para que las plantas, apretadas, tiendan hacia arriba, lo que favorece la longitud de las fibras. Como señalaba Plinio, la duración de la vegetación del lino es muy corta, cien días tras la siembra a finales de marzo o comienzos de abril, y se recoge en el mes de julio.
Al contrario de otras plantas herbáceas, el lino no se siega, sino que se arranca para conservar toda la longitud de sus fibras desde la raíz. Antiguamente, este trabajo manual, mata por mata, era muy penoso y requería una mano de obra importante. En la actualidad se emplean arrancadoras mecánicas que permiten una recolección más rápida y, por tanto, menos expuesta a la intemperie (las tormentas son el peor enemigo del lino maduro). Una vez arrancado, el lino se ata en haces de 3 o 4 kilos.
De los tres grados de madurez del lino, verde, amarillo o verde oscuro/marrón, el segundo es el mejor para la recolección. El verde, arrancado demasiado pronto, proporciona fibras muy finas, pero poco sólidas. Por el contrario, los tallos muy maduros y oscuros ya se han vuelto leñosos y las fibras tiesas y quebradizas proporcionan la estopa (parte más gruesa de la hilaza). En cambio, cuando el lino tiene un color oro pálido (¡la “joven de cabellos de lino”!), sus fibras largas y flexibles son ideales para su transformación posterior.
Esta transformación de la planta en fibra textil requiere varias operaciones. La primera, el desgranamiento, sirve para separar los tallos de las cápsulas que contienen las semillas.
Las cápsulas, similares a sombreritos chinos, han resistido en algunos casos la destrucción de los milenios, y su descubrimiento en emplazamientos arqueológicos permite establecer las fechas de la explotación del lino y la especie de que se trata: el angustifolium, silvestre, o el usitatissimum, mutación cultivada. Las semillas se utilizan para la siembra, para la fabricacion de aceites industriales (para pinturas y barnices) o para usos farmacéuticos (harina de lino). Después de extraer el aceite, los residuos o tortas de linaza se destinan a la alimentación del ganado. Como indicaba Linneo al dar el nombre botánico a la planta, el lino es de gran utilidad.
El enriamiento es posiblemente la operación ma´s característica de la transformación de la planta en fibra textil. Enriar el lino es hacer que los tallos se pudran, al provocar la descomposición parcial de la goma o cemento que une las fibras entre sí y a la corteza leñosa. El romano Plinio y el gascón que antes hemos citado no dejan de mencionarlo. La duración del enriamiento depende del clima y del método empleado. El enriamiento en tierra, el más empleado en
Francia, requiere de tres a seis semanas, durante las cuales se le da la vuelta una o dos veces, o incluso más, para obtener una putrefacción uniforme. En Gran Bretaña y Alemania, el enriamiento en tierra recibe el bonito nombre de “enriamiento por rocío” (dew retting y Tau Röstung).
El enriamiento en agua, más rápido (de tres a cinco dias), es el preferido en Bélgica y el norte de Francia. Antiguamente se utilizaban las charcas o el río Lys en Bélgica, en la gran región de lino de Courtrai; en la actualidad, grandes cubas de cemento llenas de agua caliente que se mantiene a 37º contienen los haces de lino apilados verticalmente. Los ch'timi del tiempo de antes de la guerra, sobre todo en la región de Armentiéres, recuerdan como si fuera ayer el repugnante olor que reinaba en toda la zona durante el período de enriamiento. Puede que el abandono del cultivo del lino y de su tratamiento in situ se deba, entre otras razones, al insoportable hedor que tenían que padecer los vecinos, si tenemos en cuenta, además, que los antiguos métodos en tierra o en charcas eran interminables.
Después del enriamiento, se pone a secar el lino al aire libre (donde continúa la putrefacción), dispuesto en montoncitos cónicos (las “capillas”), o en secadoras eléctricas. ¡Pensemos en el horno de panadería del gascón!
El agramado es una operación en la que, machacando y batanando la paja, se separan las fibras textiles de la corteza una vez que el 'cemento' ha desaparecido por la acción del enriamiento. Al lino le gusta ser maltratado, afirma Plinio, y las máquinas actuales lo hacen a la perfección. Primero se machaca la paja entre cilindros acanalados, después se fricciona y se golpea de nuevo en una turbina para eliminar las fibras cortas (estopa) y los deshechos. La capa de haces fibrosos que sale de la agramadora se separa en puñados tradicionalmente torcidos sobre sí mismos. Las dos terceras partes del lino agramado proporcionan las fibras textiles o partes nobles, de 60 a 90 cm de longitud.
El resto o parte secundaria proporciona la estopa, fibras cortas de 10 a 15 cm para tela de calidad inferior o de uso industrial. Los desechos sirven para fabricar paneles aglomerados para carpintería, denominados paneles de partículas. La mayor parte del agramado artesanal ha desaparecido en Europa Occidental. En el norte de Francia era una especialidad belga. Los agramadores llegaban con sus máquinas e incluso recibían subvenciones del Estado francés para que tres cuartas partes de la paja no cruzaran la frontera hacia Courtrai. Posteriormente se organizaron cooperativas de agramado, pero sólo pudieron mantenerse las empresas industriales.
Antes de llegar a las hilaturas, las fibras de lino sufren una nueva operación: hay que peinarlas, extenderlas en capas y estirarlas muchas veces hasta obtener mechas (tiras de fibras ligeramente retorcidas). Estas mechas se mojan en agua caliente, desde el descubrimiento de Bauwens, un hilandero de Grand de principios del siglo XIX. Recordemos que las hilanderas de los pueblos no tenían más remedio que humedecer el hilo con saliva. El agua caliente a 60 o 70º ablanda las gomas naturales y hace que las fibras elementales se deslicen unas sobre otras. Este principio de la hilatura en mojado permite obtener un hilo muy fino y homogéneo. La hilatura en seco es adecuada para fabricar hilo grueso o de calidad extraordinaria. La tira se estira sin pasar por el agua.
Tejer cualquier tela consiste en entrecruzar los hilos dispuestos a lo largo (la urdimbre) con el hilo lanzado a lo ancho (la trama). Para el lino, la textura más corriente es el tafetán, que fue la más antiguamente utilizada, como si la nobleza de la fibra textil no necesitara más que la pura sencillez. Para ciertos usos, y en particular para la ropa de casa, el lino se puede unir, al tejerlo, a otra fibra como el algodón, con lo que se obtiene una tela mezclada, con una urdimbre de algodón puro y una trama de lino puro. Hay asimismo otras mezclas: lana y lino, lino y poliéster y lino y seda tejidos juntos. Hasta el siglo pasado, el tejido y la hilatura del lino se efectuaban en lugares húmedos, oscuros e insalubres (cuevas) para que los hilos se mantuvieran muy flexibles. Plinio lo menciona en el caso de los germanos, pero era general.
Una vez tejido el lino, tiene que ser sometido a varios procesos de acabado: blanqueo, tintura o estampado y calandrado. Antiguamente el blanqueo se realizaba en los prados, donde las piezas de tejido extendidas se hallaban expuestas a la acción del sol, de la lluvia y del rocío. No hace mucho, este argumento de venta se especificaba en la etiqueta, a título de garantía. ¿Hay que deplorar el actual blanqueo artificial? Al igual que éste, la tintura se puede llevar a cabo en la pieza ya tejida o en el hilo (antes de tejerlo). El lino se tiñe con tanta facilidad como se impregna. El calandrado es la última operación, el último toque de belleza: el tejido se pasa por una máquina de cilindros calientes para después satinarlo ligeramente y darle firmeza.






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Algodón: Lana de árbol.

en TOUSSAINT-SAMAT, Maguelonne:
Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.
Historia Natural del algodón:

Como se decía en tiempos de nuestros abuelos, el algodón es una curiosidad de la naturaleza. Se trata de pelos largos y firmes, formados por celulosa, que recubren como un copo blanco las semillas del algodonero en el interior de cápsulas que son los frutos. Se denomina algodón tanto el hilo como la tela fabricados a partir de estos copos.
El algodonero,o gossypium, es un arbusto que pertenece a la familia de las malváceas, como la malva o el hibisco. Crece en las regiones tropicales y subtropicales. La formación del algodón es algo extraordinario. Después de la floración, que dura un sólo día y da origen a la autofecundación, se necesitan ciencuenta días para que el ovario de la flor se transforme en cápsula: el fruto. En cada una d ellas cuatro celdillas que contiene se hallan varios óvulos (las futuras semillas) recubiertas de una envoltura doble, los tegumentos. El tegumento exterior contiene excrecencias microscópicas que crecen a medida que lo hacen las semillas. Los pelos que salen de estas excrecencias -finísimos tubitos huecos de 10 a 20 micras de diámetro- se convierten en pelusa, como en la mayor parte de las especies silvestres, o en hebras más o menos largas, o en hebras y pelusa, según las variedades mejoradas por mutación o por cultivo. La longitud de éstas es el patrón de clasificación comercial de los diversos tipos de algodón.
El gossypium barbadens (originario de las Antillas),o Sea Island, tiene las hebras más largas, unas dos pulgadas, algo más de 5 cm. No se cultiva desde mediados de este siglo, porque le ataque el gorgojo. El célebre algodón egipcio se jacta de sus largas fibras de 4.31 cm; el algodón hindú las tiene de algo menos de 2 cm; el chino o gossypium bangking, es prácticamente idéntico; el algodón upland de Norteamérica, o gossypium hirsutum, es la especie más extendida en el mundo, con fibras de 4.37 cm.
Las cápsulas alcanzan su longitud definitiva, unos 4 cm, en tres semanas, pero hay que esperar cuarenta y ocho días para que estén maduras y estallen. Los copos salen de ellas y hay que proceder inmediatamente a su recolección. Esta urgencia explica la gran cantidad de mano de obra necesaria para la cosecha, que no puede sufrir demora alguna.
Durante la guerra de Secesión, los sudistas aprendieron a extraer un aceite de muy buena calidad de las semillas del algodón. Este aceite, que en la actualidad se ha generalizado, ha duplicado el rendimiento de las plantaciones. La pelusa, durante mucho tiempo considerada un deshecho, también se aprovecha para hacer guata y, sobre todo, como materia prima de la fibrana.
El algodonero plantea un enigma genético a los citólogos: los gossypium cultivados en las dos Américas poseen 26 cromosomas, en tanto que las especies silvestres tienen 13, al igual que sus congéneres polinesios. Por el contrario, todas las especies cultivadas del Viejo Mundo tienen 13 cromosomas.

El algodón y la Historia humana

En sus dos formas principales, herbácea y arbórea, el algodonero gossypinum, seguramente originario de la India, extendió su dominio sobre todas las regiones tropicales del globo. Tanto en el Viejo Mundo como en el Nuevo, los pueblos aprendieron muy pronto a recoger sus extraños frutos vellosos y a utilizarlos. A veces no tenían necesidad de cultivar un aplanta prácticamente al alcance de la mano que bastaba para satisfacer sus necesidades locales.
Los antiguos textos sánscritos de los Veda testimonian que la India se vestía de algodón, al menos desde mediados del segundo milenio. El empleo del algodón lle´go al sur de China a través del Yu-nan, en tanto que el norte de China en torno al Huang-he o río amarillo, que “evolucionó” antes, seguía aferrada al cáñamo. El libro de las odas, de finales de la dinastía de los Zhou occidentales (hacia el año 1.000 a.C.), menciona el “Si”, el algodón.
Herodoto nunca llegó hasta la India. Detuvo su peregrinar en Persia, hacia 450 a.C., lo cual no deja de constituir toda una hazaña. Lo que nos cuenta es una reescritura de las observaciones de un tal Skylax de kaujenda, realizadas cincuenta años antes, bajo el mandato de Dario. A propósito del algodonero, afirma que se trata de una planta “especial” que da un fruto lleno de una lana “superior a la de los carneros”, con la que los hindúes confeccionan sus ropas.
Creemos, al igual que Gregoire de Tours, que los hebreos tejían el algodón, al menos en los últimos siglos antes de nuestra era, bajo la ocupación romana. ¿Proviene este algodón de cultivos locales, como afirma el obispo, y a partir de qué época? La Biblia no indica nada. Hay, sin embargo, una gran polémica, que aún no se ha extinguido, sobre el termino “biso”, que designa un tejido muy fino y elegante. Unos lo consideran linón y otros, muselina de algodón.
Babilonia, como hemos visto, se e ncargó de que llegaran las telas de algodón hindúes hasta Oriente Próximo y Egipto, pero hubo que esperar hasta el siglo V a.C. Para que el pais de los faraones contraviniera su 'religión del lino', aunque sin dejar de considerar el algodón un lujo exótico. Plinio añadirá que a los sacerdotes les gustaba. Eran gentes muy consentidas: “En la parte superior de Egipto, hacia Arabia, crece un arbusto llamado gossypinum. Este arbolillo da frutos semejantes a una nuez barbuda. Nada puede ser preferible a sus filamentos por su blancura y flexibilidad. Por eso los vestidos que se hacen con ellos son muy apreciados por los sacerdotes egipcios.” Aún se desconoce el origen de la palabra gossypinum, que aquí aparece por primera vez. ¿Podría ser un término egipcio? Linneo escribió gossypinum y ésta es la forma que prevalecerá.
La nobleza masculina romana desconfiaba de este lujo y llegó a pensar que, al contrario de la púrpura y el oro -viriles, como todos sabemos-, la flexibilidad del tejido de gossypinum volvía afeminados a todos los patricios [?]. Por eso dejaban para sus esposas el placer de adornarse con vestidos tejidos en la isla de Kos, en el mar Egeo. ¿Provenía este algodón de Egipto? Virgilio, de la generación anterior a Plinio, habla de Etiopía, pero este término poético significa más bien “un lugar al noroeste de Africa”. Quid nemora Aethiopum molli canentia lana. ¿Qué decir de la suave lana blanca de los bosques etíopes?
Ptolomeo V Antífano, uno de los últimos faranones, precisamente tuvo algo que decir a este respecto: gossypinum = ¡impuestos! Estas palabras y otras se hallan grabadas en la Piedra de la Rosetta, en dos lenguas y tres escrituras: jeroglífica, demótica y griega. Así fue como también el algodón llevó a jean-François Champollion a descubrir el secreto de los textos egipcios.
Lana de madera, lana de árbol: la expansión duró mucho. Los alemanes siguen empleándola (baumwolle) para traducir la palabra francesa coton y las que están emparentadas con ella: el término inglés cotton y el italiano cotone¿Por qué coton, cotton y cotone? El español y el portugués dicen algodón (¡oh la magia de las palabras!): los árabes llevaron a la Península Ibérica al kutun que compraban a las caravanas que pasaban no por Babilonia sino por Bagdag. En la ciudad de las tres murallas se veía, velando hipócritamente el cuerpo perfecto y el bello rostro de las sultanas, esa nube tejida en Irak a la que la ciudad de Mosul dio su nombre: la muselina.
Los hindúes, cuyos talleres copiaron los califas abasies, fabricaban desde hacía mucho tiempo este tejido diáfano de algodón. Parece que lo que la traducción de los textos chinos designa de forma poco precisa como muselina en realidad es una muselina de seda. Así, el vestido de novia que se describe en el célebre poema Jin Ping Mei: “La joven llevaba un traje de muselina de color rojo vivo con largas mangas multicolores”. Muselina de seda o gasa, otra impalpable confección (“Mis lotos de oro se adivinaban, velados por una gasa escarlata...”). En China, el algodón sólo servía para telas ordinarias, algo vellosas, pero la borra, ligerament epeinada, se utilizaba para fabricar cómodos forros de algodón, por ser menos cara que el cadarzo de seda.
La borra de algodón rellenaría asimismo muchos colchones distinguidos de la Europa meridional de la Edad Media; después, en el siglo XV, se empezó a ver hilo de algodón en Ruán, con el que se fabricaba el famoso fustán, no muy elegante, pero sí caliente, de urdimbre de lino y trama de algodón a imitación del que se fabricaba desde hacía siglos en los talleres árabes de Orienta Próximo o de Chipre. Se dice que el fustán occidental es herencia de las Cruzadas, y es muy posible. La palabra “fustán” es interesante. Aparece en las cuentas redactadas en latín medieval como fustaneum, literalmente: (lana) de oquedal. Se trata de un calco del griego de Bizancio, xulina lina, tejido de madera. En francés se sigue llamando fustanelle a una enagua corta y plisada de algodón blanco que formaba parte del uniforme de los soldados griegos de infantería, los evzonos.
Gracias al aprovisionamiento de los barcos holandeses, Normandía comenzó a fabricar bombasí, tejido mixto de lino y algodón, en tanto que la ciudad de Creton, en Eure, famosa por sus telas de cáñamo y lino, convertiría la cretona en la tela de algodón más universal.
En Marsella, siempre en estrecha relación con los puertos de Turquía, desde la época de las Cruzadas se tejía una tela muy sólida destinada las velas de los navíos: la cotonina. En el siglo XVIII sirvió para los grandes delantales de trabajo. Michel Biehn cuenta que las indianas, ligeras telas de algodón pintadas procedentes de las Indias, se mencionaban en 1573 en los inventarios llevados a cabo tras una muerte. En la misma época, telas semejantes se dirigían hacia Africa occidental a través del comercio marítimo con Arabia y de las caravanas que venían de Egipto para atravesar el contienente negro de Este a Oeste hasta Gao y Tombuctú. Otra ruta descendía desde el Magreb hasta Mali. Pronto veremos cuál era el destino de esos tejidos de algodón.
De calidad muy superior al fustán de Ruán por contener un poco de lana peinada, el fustán de Nápoles aparece en las cuentas inglesas en 1554. En Manchester se fabricó en seguida, sin lana, pero a precios muy módicos para competir con los tejidos del continente y los productos londinenses. En 1621, los habitantes de Londres dirigieron una petición al Parlamento para protestar contra dicha competencia desleal que no les gustaba, sobre todo porque los de Manchester despreciaban con soberbia los gremios y las reglamentaciones: “Desde hace unos veinte años, diversas personas de nuestro reino, porque sobre todo del condado de Lancaster, han descubierto el modo de confeccionar otras telas de fustán utilizando una especie de guata o pelo -un producto de la tierra que crece en arbustos pequeños o arbolillos, que generalmente se denomina cotton wool- e hilo de lino procedente de Escocia.”
Aunque sobre el papel, Inglaterra y Escocia formaban un solo reino, la concordia entre ambas dependía de un hilo, nunca mejor dicho. De dos hilos, para ser exactos: el lino de Escocia y la lana de árbol. Manchester supo escoger...
En 1492, Colón había encontrado esta lana de árbol en América, en las Bahamas. Ni él ni los londinenses de la siguiente generación podían sospechar lo que aportaría ese arbolillo al mundo: la ruina de unos, la fortuna de otros, una guerra civil y, sobre todo, “sangre, sudor y lágrimas”, mucho sudor, mucha sangre y muchas lágrimas...







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La seda.
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Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.
Sericultura.

La sericultura es la cría de gusanos de seda. Los chinos comenzaron a practicarla a comienzos del III milenio antes de nuestra era...
En primer lugar un gusano de seda no es un gusano, sino la oruga de una mariposa, la Bombyx mori o bómbice de la morera.
Despuésf de ser incubados durante doce días en un medio caliente y húmedo -el de la primavera original-, cada uno de los 500 huevos minúsculos (medio miligramo) puestos por la hembra de la mariposa da origen, en las primeras horas del alba, a una larva asimismo minúscula (menos de 3 mm de longitud). Después de haber salido del huevo con gran des esfuerzos, la orgua comienza a secretar hilos de seda suficientes para delimitar el pequeño espacio en que ha nacido y no caerse.
La seda es un hilo de “baba” solidificada que segregan de forma simultánea dos glándulas distintas, por lo que su estructura es doble: dos filamentos gemelos de fibroína, una proteina cristalizada no soluble en agua, a los que envuelve un cemento, la sericina, que permimte que el hilo se pegue para formar el capullo. La sericina se disuelve en el agua.
Una vez que ha terminado su portabebés, la larva recién nacida siente inmediatamente que le viene un hambre atroz, una carpanta, una bulimia, que no la va a abandonar. Los 33 días de su existencia en estado de oruga erán de actividad devoradora. Como la Naturaleza es una buena madre, cuando las Bombyx mori eran salvajes, la puesta sólo se producía en despensas específicas, las ramas de las moreras, ya que la dieta de los gusanos de seda consiste exclusivamente en hojas de moreras, siempre frescas y húmedas; en Asia, las moreras negras y en Europa, las moreras blancas, cuyas hojas y color de las bayas es diferente. Los criaderos de gusanos de seda disponen de una tonelada de hojas por cada cien puestas, e.d., 50.000 huevos por oruga. La oruga es una tragona, pero se ve obligada a dejar de devorar durante 5 o 6 días, durante 24 horas, quizá para tomar aliento, pero sobre todo para engordar de forma tranquila y puntual. Sufre entonces una muda que la hace aumentar de tamaño diez veces que la deja jadeante. Al cabo de 33 días de sobrealimentación, interrumpidos por cuatro pausas de crecimiento, mide 9 cm y pesa unos 4 gr, por lo que su longigtud habrá aumentado treinta veces y su peso, de 7 a 8 mil veces. ¡Todo un record!
En los criaderos se cría a las orguas en cañizos en los que siempre hay hojas, y el ruido de sus mandíbulas, también permanente, se asemeja al crepitar de la lluvia sobre la chapa. En China, la tradición prohibe hablar en voz alta y, sobre todo, evocar la muerte en presencia de los gusanos de seda.
Cuando no puede seguir tragando, el día trigésimo tercero, el gusano de seda cambia la cabeza de forma singular, pues se le vuelve pálida y transparente. Al deseo de comer sucede el de dormir, bien caliente, protegido de los depredadores y de las miradas indiscretas, para convertirse en otra cosa: una mariposa. El abrigo necesario para esta metamorfosis es el capullo. Los criadores chinos colocan entonces a las orugas en otros cañizos, un enrejado de bambú donde han dispuesto “sombreritos” de paja de arroz para que sirvan de sostén al capullo. “Las orugas van a la montaña”, dicen. En el sur de Francia o en Italia, se colocan alfombras de brezo.
Los cañizos se calientan desde abajo. Hay que paliar la ausencia de calorías producida por el cese de la alimentación, ya que la metamorfosis que se va a producir requiere aún energía del animal. El gusano de seda comienza a hilar un velomuy flojo, que va fijando de un extremo al otro de las ramas o de los “sombreritos”, del mismo modo que lo hace al nacer para protegerse. Esta especie de hamaca, al igual que la primera, se aprovecha para distintos usos de relleno. Se denomina copo o filadiz.
Para formar el capullo, el animal se retuerce sobre sí mismo, y el hilo de seda que no deja de segregar va dibujando ocho superpuestos, cada vez más apretados. Unos bigotes sensoriales colocados a cada lado de la cabeza le sirven para guiar sus movimientos. El capullo también tiene forma de ocho y se asemeja a un cacahuete con la capa externa granulosa y el interior liso. La fabricación exige unas 40 horas; después, protegida dentro de él, la oruga se transforma en crisálida y, por último, en mariposa. Al cabo de tres semanas, cuando termina la metamorfosis, la mariposa trata de evadirse de su envoltura, siempre de noche (pero ¿cómo lo sabe?) Escupe un líquido alcalino para ablandar el capullo y, golpeando con la cabeza y las patas, se abre paso.
Una vez al aire libre, la mariposa, con las alas desplegadas y secas, sólo tiene una idea en la cabeza, que no es la de comer -ha tomado su última comida como oruga antes de iniciar el capullo- sino la de casarse. Cuando han terminado las 48 horas de la boda, la hembra pone 500 huevos y ambos esposos mueren, agotados tras el deber cumplido. Los huevos se conservan en un medio seco y frío. En cualquier caso, se programan para que eclosionen al cabo de un año, cuando las hojas de morera estén más tiernas.
Los criadores dejan que se produzca la eclosión de los mejores capullos para la reproducción seleccionada. Salvo esta excepción, es muy importante impedir la aparición de la mariposa, que deja el capullo desgarrado e inutilizable salvo para el cadarzo de bajo precio. La literatura china narraba con frecuencia cómo los campesinos perdían horas de sueño, ya que la eclosión se produce antes de la aurora. En el momento crítico, a pesar de que la cría de gusanos era una labor femenina, todos se turnaban para vigilar lo que denominaban el gran despertar.


TECNOLOGÍA DEL HILO DE SEDA.

Primer operación: devanado. Como el capullo está constituido por un solo hilo de seda, homógeno, de unos 1.000 metros de largo, no es apropiado el término de hilatura, que es el que se suele emplear. En realidad, se trata de devanar los capullos. Una vez que se consigue que no eclosionen metiéndolos en agua, hay que seleccionarlos para eliminar los defectuosos, los perforados, los que no se han desarrollado o los dobles. Después se cardan e hilan como el algodón.
Para hallar el extremo del hilo que hay que desenrollar, hay que proceder al remojo de los capullos, con el fin de ablandar la sericina, que es la capa exterior del hilo de seda y que le sirve para pegarse sobre sí mismo, al tiempo que le confiere un aspecto áspero y un color amarillento. Se sumergen los capullos en un barreño que contiene agua caliente jabonosa o alcalina (antiguamente se empleaba la orina). Este barreño constituye la base de una máquina batidora que se encarga de encontrar el "primer hilo" (antiguamente se removían delicadamente con una escobilla de brezo hasta que se agarraba a las ramas este "primer hilo"). La máquina trata los capullos de diez en diez aproximadamente, por lo que unos diez hilos de seda se separan juntos de los capullos y se tira de ellos. Aún envueltos en sericina blanda, se juntan y se enrollan para formar un solo hilo que se lleva a grandes bobinas. Ciertamente no se podría tejer con un hilo tal como sale del capullo, tan fino como un cabello. La seda obtenida se denomina seda cruda.
Segunda operación: torcedura. Se encanillan las madejas para proceder a la torcedura, que consiste en retorcer el hilo obtenido de diez capullos, después de que haya pasado por un rodillo para eliminar las últimas impurezas. Los hilos se retuercen dobles, varios a la vez (¡no de dos en dos!). La torsión aumenta la solidez del hilo al enredar sus filamentos. Cuanto más retorcido y apretado, más resistente. Un tipo de retorcido propio de la seda consiste en dar a los hilos (en el número deseado) una torsión inversa a la obtenida al salir del capullo. La seda floja no es sometida a torcedura.

TEJEDURÍA DE LA SEDA (Y DE SUS SUSTITUTOS QUÍMICOS)

Textura: sistema de entrelazamiento de los hilos de la urdimbre y la trama según unas reglas y un ritmo determinados que le son caracteristicos: textura simple o de tafetán y textura de satén.
Briscado: procedimiento para tejer formando dibujos en la tela mediante el empleo de tramas suplementarias limitadas a la anchura de los motivos que ésta reproduce: se necesita una trama principal, llamada trama de fondo, para formar la anchura de base del tejido.
Urdimbre de pelo: urdimbre que produce bastas por encima del entrecruzamiento más apretado del tejido (textura) para constituir el pelo del terciopelo.
Crespón: una familia de tejidos en la que se emplea hilo de crespón, e.d., hilo cuya torsión es máxima durante la hilatura. Crespón de China. tafetán de urdimbre cruda no retorcida y trama de crespón fino. Crespón marroquí: crespón de China con grano muy marcado por el empleo de hilo de crespón muy grueso. Crespón satén: satén confeccionado con una trama de crespón que sólo se distingue por ell revés. Crespón Georgette: tafetán de trama y urdimbre de crespón. Crespón romano: tejido con una textura de tafetán con doble hilo. (Hay asimismo crespón de algodón y crespón de lana)
Damasco: tejido labrado que produce un efecto mate y otro brillante por la cara de la trama y la cara de la urdimbre de una misma textura satinada. El damasco bicolor presenta la urdimbre y la trama de colores distintos. En el damasco con rayas se obtiene este efecto sólo con una urdimbre de diversos colores.
Adamascado: se incorpora al tejido diferentes efectos de textura mate y brillante como elementos de ornamentación.
Estampado: dibujo obtenido después de la tejeduría por presión de placas o rodillos grabados sobre telas que no sean de terciopelo.
Gasa labrada: tejido cuyo fondo u ornamentación está compuesta por una textura calada por la torsión de los hilos de la urdimbre entre sí.
Ikat: procedimiento indonesio que consiste en ornamentar el tejido antes de tejerlo trabajando con madejas ligadas para preservar ciertas zonas del efecto del tejido.
Lamé: tejido que se teje con hilos de oro o de plata laminados (¡o de cobre o aluminio plastificados!)
Telar a la tira: antiguo telar para fabricar telas labradas en el que los hilos de la trama se elevaban de forma manual mediante palancas o poleas que se compensaban con un contrapeso.
Muaré: tejido de canutillo (reps) que se aplasta para desplazar el paralelismo de las tramas, de modo que se produzcan reflejos.
Satén: textura en que las ligaduras (cruce de la urdimbre y la trama) se desplazan para que una serie de hilos cubra buena parte de la otra. Si son los hilos de la urdimbre los que recubren la trama, el satén es de efecto de trama, y a la inversa. Por el derecho presenta una superficie lisa, en la que las ligaduras son poco visibles. El revés es mate.
Tafetán: tejido de seda de textura simple en la que un punto se coge y el siguiente se salta. En general, la torsión de los hilos de la urdimbre y la trama es distinta: la urdimbre suele estar torcida y la trama, floja.
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Fibras artificiales y fibras sintéticas: Revolución química en el textil (1889)

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Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.

Las fibras químicas son la realización de un viejo sueño: el de imitar los hilos naturales del gusano de seda para democratizar las telas de lujo. La preocupación de vestir a los que pasan frío, vendría más tarde. "¿Frío yo? ¡Nunca!" afirma la publicidad del termolactil. En 1665, el inglés Robert Hooke, y posteriormente en 1720, el francés René Antoine de Réaumur (no el vencedor de Sebastopol, sino el inventor del termómetro), tras haber estudiado el gusano de seda, concluyen así sus memorias: "Tiene que ser posible extraer hilos, como lo hace el gusano de seda, de una masa artificial semejante a la cola, pero seca."
En 1885, el conde Hilaire de Chardonnet, sabio distinguido en todos los sentidos del término, concretó los esfuerzos de otros investigadores y depositó en Francia y Alemania una patente de fabricación de seda artificial que presentaría en la Exposición Universal de 1889. Disolvió y mezcló alcohol y éter de nitrato de celulosa, que había obtenido tratando la celulosa (componente de los vegetales) con una mezcla de azufre y ácido nítrico.
Hasta la I Guerra Mundial, los químicos trataron simplemente de copiar la seda, y despues el algodón y la lana. Eran ersatz [sustitutivos], imitaciones, fibras artificiales como la "seda" de Chardonnet.

Con las fibras sintéticas se creó algo totalmente nuevo, con cualidades intrínsecas. La inferioridad, los defectos de las primeras fibras químicas al compararlas con las antiguas y nobles fibras desaparecieron rápidamente en la corriente de investigaciones llevadas a cabo. Las fibras artificiales también se beneficiaron de ellas, a pesar de que su número era muy reducido con relación a la invasión de las sintéticas.
Desde entonces, las fibras químicas -cualesquiera que fueran- eclipsaron por completo las posibilidades de las fibras naturales, debido a su variedad, número y cualidades.
En todo el mundo, la explosión demográfica y el aumento del nivel de vida -a pesar de las crisis- hicieron progresar la demanda de fibras a un ritmo tal que la producción natural no podía atender. 25.000 metros cuadrados de una ´fabrica moderna' (la superficie de un campo de fútbol) bastan para producir diariamente 150 toneladas de fibras de poliacrilonitrito. Para producir la misma cantidad de lana, se necesitaría un rebaño de 12 millones de ovejas como mínimo y pastos que ocuparían la extensión de Bélgica. Imagine el lector el número de moreras, de gusanos de seda o campos de algodón que se necesitarían para las correspondientes fibras textiles.
Por tanto, gracias a las fibras químicas de veinte años a esta parte podemos pasearnos vestidos de forma distinta de Adán y Eva, pues las hojas de parra y las pieles ya no bastan para atender la demanda. Por otra parte, al abaratar el precio de coste de las telas, las fibras químicas han contribuido en gran medida a la democratización de la moda, que se ha convertido en una de las industrias fundamentales de nuestra economía, por no mencionar las barreras del vestido que dividen a las clases sociales en 'bien' y 'mal' vestidas, más aún si tenemos en cuenta que la gran elegancia no admite más que fibras textiles 'nobles'.


La celulosa (algodón, lino), el caucho, la lana y la seda están compuestos por macromoléculas, lo cual les confiere su vocación textil, ya que pueden tejerse. La cadena de estas moléculas es un polímero, un compuesto de varios elementos.
El carbón es una fosilización de bosques enterrados hace millones de años; el petróleo es la descomposición por microorganismos de las antiguas orillas de los mares. Todo ello es materia orgánica, como la seda, el lino, el algodón y la lana.
Las fibras químicas constituyen una familia que comprende las fibras textiles artificiales y sintéticas. Por falta de información, se suele tender a confundir estas fibras producto de la ciencia, ambas creadas y fabricadas industrialmente por los humanos.
Las fibras artificiales de tipo celulósico, que proceden del invento de Chardonnet, dan el rayón -que ahora se llama viscosa- y el acetato.
Las fibras sintéticas son, como su nombre indica, el resultado de una operación en la que se combinan moléculas de cuerpos simples o compuestos para formar otros de composición más compleja. Se trata de obtener características físicas muy distintas de las de la materia prima de base, que en este caso proporcionan la petroquímica y la carboquímica (o química del carbón). De este modo se obtienen poliamidas, los poliésteres, las clorofibras y los acrílicos.
Casi todos los nombres -hay que admitir que son difíciles- de los tejidos sintéticos tienen el prefijo "poli" que indica la operación química por la que se han transformado las moléculas pequeñas o micromoléculas del carbón o, en la mayor parte de los casos, del petróleo en moléculas grandes o macromoléculas. Las macromoléculas tienen propiedades particulares. Se combinan en largas cadenas, pues se atraen entre sí y permanecen unidas.





FIBRAS ARTIFICIALES

--> Viscosa: no fue originalmente el nombre del tejido, sino la designación del procedimiento de fabricación de fibras a partir de la celulosa: el rayón y la fibrana. En la actualidad, el rayón se denomina "viscosa". Es un largo hilo continuo como el de los capullos del gusano de seda. Su aspecto liso produce telas "parecidas a la seda": las telas "indesmallables", el satén raspado, los encajes, tules y cintas. Marcas registradas: Cidena (R), Bholavan (R)
--> Fibrana: se obtiene cortando la fibra viscosa a la longitud deseada. Una vez hilados, los hilos retorcidos se asemejan a la lana.
--> Helanca, Banlón: son dos procedimientos de texturación por los que se tunde y riza el hilo de viscosa, que se esponja y se vuelve elástico para ser utilizado en "mallas" o en telas de espuma [redes, cuerdas, ¿material para aislamiento y construcción?]. No son marcas registradas.
--> Acetato: es un hilo de acetato de celulosa, pues para obtenerlo se disuelve celulosa en acetona. Produce telas "parecidas a la seda" o telas ligeras de deslumbrantes colores para jerseys.




FIBRAS SINTÉTICAS

Las poliamidas son una gran familia de fibras sintéticas.
--> Nylon (o poliamida 6-6) es el nombre que en EE.UU., le dio la firma Dupont de Nemours cuando la obtuvo W. Carothers en 1937. Durante la II Guerra Mundial los laboratorios de la sociedad Rhodiaceta también lo obtuvieron, pero hubo que esperar hasta la posguerra para que Rhone-Poulenc Textiles lo produjera. Se obtiene a partir del fenol (del petróleo).
--> Nilfrance (R) es la marca registrada que designa los tejidos, géneros de punto y artículos realizados a partir de la poliamida 6-6 de Rhone-Poulenc Textiles.
--> Obtel (R) es la marca registrada que designa los tejidos, géneros de punto y artículos realizados a partir de la poliamida 6-6 denominada de corte multilobulado, que da un hilo no circular en Y, en + o en flor, menos resbaladizo y centelleante o discretamente brillante. Los tres hilos pueden ser antiestáticos y, por tanto, rechazan el polvo, no se pegan al cuerpo y son hidrófilos.
--> Rovil (R) es la marca registrada que designa los tejidos, géneros de punto y artículos realizados con clorofibra, a partir del policromo de vinilo. Este tejido sintético es inflamable (así lo indica la etiqueta), posee un elevado poder calorífico y desprende al frotarse con la piel una electricidad estática o triboelecftricidad que previene los dolores reumáticos. No se desgasta, no encoge ni se deforma (lavado en frío). Con él se confecciona la ropa interior "saludable" por excelencia. Fue inventado en 1943 por los laboratorios Rhodiaceta y lo fabrica Rhone-Poulenc Textiles.
--> Tergal (R) es la marca registrada de un poliester que se obtiene a prtir de un derivado del petróleo, el paraxileno, que se somete a grandes diferencias de temperaturas para hacerlo muy sólido, en cierto modo como se hacer con el acero al templarlo. Fue inventado en Inglaterra en 1950. Rhone-Poulenc Textiles lo fabrica en diferentes formas de hilo (continuo o discontinuo) según el aspecto y el uso deseados. El tergal UP presenta un aspecto sedoso. Se puede mezclar con lana, algodón o fibras acrílicas para la ropa blanca y los géneros de punto. Su empleo es universal.
--> Setila 44 (R): es la misma fibra multilobulada con tacto de seda de lujo. Un hilo consta de 44 hebras.
--> Montefibre (R) es la marca registrada de los tejidos, géneros de punto y artículos realizados en poliéster según el procdimiento de la sociedad Montefibre-Francia.
--> Crilor (R) es la marca registrada de los tejidos, géneros de punto y artículos realizados por Rhone-Poulenc Textiles en fibras discontinuas a base de poliacrilonitrilo, un producto petroquímico de moleculas grandes sabiamente mezclado con pequeñas cantidades de otro producto de moléculas pequeñas. Como es natural, muchas mentes trabajaron sobre esta fibra en Inglaterra. Courtaulds Ltda.; en Francia, Rhodiaceta... El resultado se halla a la altura de tal conjunto de talentos: esponjosidad, suavidad, comodidad, aislamiento térmico, viveza de color... Es especialmente adecuado para los géneros de punto y la canastilla de bebés. Courtelle (R) es la marca registrada de Courtaulds. S.A.
--> Poliamida 6: son hilos continuos obtenidos por polimerización de caprolactame de fenol calentado en autoclave. Es una fibra muy resistente e inarrugable, con la que se fabrica malla, encaje, hilo para hacer punto, polos, leotardos, medias y calcetines. Se inventó en Alemania y EE.UU. al mismo tiempo. Celón (R) Courtaulds - Inglaterra; Lilion (R) Nysam - Alemania; Montefibre (R) - Francia.






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EL ARTE DE TEÑIR

 EL BUEN USO DE LOS COLORES EN LAS TELAS.


en TOUSSAINT-SAMAT, Maguelonne:
Historia técnica y moral del vestido:
2. Las telas.

1. El artesano tintorero: el trabajo impuro de transformación mágica de la tela.
Prácticamente en todas las épocas, y en todas las latitudes, los tintoreros, a pesar de ser artesanos importantes y necesarios para la economía, sufrieron un ostracismo rayado en el desprecio. Esto se debía, en primer lugar, a un antiguo reflejo de miedo. La tintura es una operación mágica y un engaño, puesto que cambia el color inicial de la tela. Esto se consigue mediante la cocción, por lo que interviene el fuego, una peligrosa fuerza. También se temía a los herreros, a los joyeros y a los orfebres que dominaban el fuego para transformar el mineral en metal. Para ellos hay un conjuro en la mitología griega, que representa a su dios tutelar con un ser contrahecho y sexualmente impotente. Aún en nuestros días, los tintoreros y los metalúrgicos forman, en Africa occidental -sobre todo en la zona subsaheliana- castas con las que los nobles no se unen en matrimonio, aunque en la actualidad la persona en cuestión sea un ministro cuyo apellido haga referencia a las actividades de generaciones anteriores [?]
Hay que tener en cuenta que hasta el siglo pasado, en todas partes los tintoreros -al igual que los curtidores, otros trabajadores despreciados- desempeñaban un oficio penoso y maloliente, ya que los tintes requerían una maceración en sustancias saladas y apestosas: orina putrefacta o estiércol de vaca. En la India, donde el arte del color es tan antiguo como la civilización de la península, los tintoreros, considerados totalmente impuros e intocables, constituyen una subcasta de los tejedores, otras gentes inquietantes que se hallan situados muy abajo de las tres mil castas de una complicada estructura social (las castas pueden ser corporativas, étnicas o religiosas y, con frecuencia, las tres cosas a la vez). Ahora que la India se halla muy industrializada y posee fábricas y talleres modernos con técnicos competentes, hay artesanos tintoreros en tal estado de miseria que como barreño tienen que emplear un agujero en el suelo y sólo cuentan con la ayuda de su mujer. Suelen ser khatri, que hablan y escriben una lengua del norte del país, aunque viven en el sur.

2. Simbolismo e historia de un color: el rojo.
El rojo, el color de los más fuertes, se halla en uno de los extremos del espectro luminoso (longitud de onda 650/680). Es el color más llamativo, el que mejor se percibe (¡los semáforos rojos!) Hay pruebas que demuestran que es el preferido de los niños y de las personas "primitivas". Los reyes negreros sentían por él una debilidad especial en los tejidos que cambiaban por esclavos. Color de los más fuertes, el tinte rojo de la púrpura fue el más caro durante milenios.
La mejor púrpura de la antigüedad provenía de Tiro (en la actualidad, Sour en el Líbano), y con ella hizo fortuna XII a.C. (1.200 a.C.). Al igual que Sidón, la ciudad exportaba no sólo tinturas, sino telas teñidas. En la moneda de este gran puerto fenicio aparecía un perro olfateando una concha el pie de un árbol, entre dos rocas, porque según la leyenda, el perro de Heracles había descubierto la púrpura al morder un múrice (Murex trunculus), gran gasterópodo marino prácticamente extinguido en nuestros días, hasta tal punto se le explotó antiguamente, aún sin ser demasiado abundante, lo que explicaría el precio del producto. La sustancia colorante extraída de una glándula del molusco se dejaba macerar en sal y después se hervía y purificaba. Las telas o los hilos de lana y de seda se introducían en ella en caliente. El tinte iba del violeta oscuro al rojo vivo.
Se extraía asimismo una púrpura de calidad inferior de otro molusco, el buccino, cuyas secreciones tenían la propiedad de varias por la acción de la luz, de amarillo a verde, azul-violeta y rojo, casi todo el espectro. No sabemos por qué procedimiento los griegos consiguieron fijar el violeta, en tanto que el rojo -un escarlata- era efímero. ¿Fue ésta la causa de que fijaran el violeta? A los espartanos de la Alta Época, sin embargo, no les gustaban los tintoreros, a los que no concedían el derecho de ciudadanía; el dialecto local designaba con el mismo vocablo la acción de teñir y la de embaucar. Más tarde tiñeron de escarlata -no de púrpura- la ropa de los soldados para que no se vieran las manchas de sangre. No se sabe con certeza el ingrediente que empleaban, ya que el verdadero escarlata puro se obtiene a partir del siglo XVII de la cochinilla mexicana. En cualquier caso, en Esparta se confiaba esa labor a los periecos, trabajadores inmigrados de origen asiático confinados en los arrabales (al contrario que los metecos que vivían 'con', e.d., en la ciudad).




3. Los tintes se obtenían de forma empírica, a partir de materias naturales -vegetales o animales-, situación que se mantuvo hasta los descubrimientos químicos del siglo XIX, que coincidieron con el progreso industrial:


3.1.- Origen animal o vegetal en la extracción de substancias colorantes naturales
Los diferentes colores que constituían las especialidades de los tintoreros se hallaban en la Naturaleza, de la que se obtenían como se venía haciendo desde hacía milenios. Los galos, especialmente hábiles, al no diisponer más que del múrice mediterráneo, habían aprendido mucho tiempo atrás a usar el zumo de plantas para conseguir una púrpura que se confundía con la real. Los autores latinos son unánimes en señalar el gusto de ese pueblo por los colores. Los tejidos "escoceses", o al menos de cuadros, son un invento celta. Con excepción de los romanos, en general se hacía la materia bruta (lino, lana y, más tarde, seda), en vez de tratar la tela una vez terminada.
Las recetas de tintes halladas en manuscritos griegos y latinos mencionan productos no siempre identificables, salvo la granza (erythrodon), que cita Dioscórides, el azafrán (crocus sativa) para el amarillo oscuro, la gualda (la reseda de los tintoreros) para el amarillo vivo, al igual que la raíz de loto egipcio y la tapsia; estos productos servían asimismo para teñir de rubio los cabellos blancos. El marrón procedía de la nogalina, y la agalla proporcionaba el negro. El azul oscuro se obtenía de la hierba pastel (isatis) y del añil importado de las Indias, que, tras semejante viaje, adquiría un precio tan elevado como el de la púrpura. Procedente de Arabia, llegaba en caravanas el zumaque, que después salía de los puertos levantinos, con el que se obtenía un amarillo muy caro (corteza) y un gris (hojas y ramas). Pero, por regla general, a los antiguos apenas les gustaba el negro y el gris. El verde, obtenido con el zumo de las hojas o de los granos verdes de la granada, o producto de una mezcla, no estuvo muy conseguido durante mucho tiempo. Desde la época de los griegos se usaba otra tintura animal además de la púrpura, el quermes, de Narbonnaisse o de Siria, pero se creía que provenía de una excrecencia roja de las hojas de roble. En tiempos de Nerón, el médico Dioscórides tuvo dudas al respecto. En realidad, se trata de colonias de parásitos microscópicos (coccus illicis).
Todos estos colorantes naturales se emplearon hasta el siglo XIX; el descubrimiento de América añadió a la lista la madera de Campeche (una madera roja de México que, según se prepare, da violeta, azul o negro), la cochinilla (un bichillo pariente del quermes que proporciona un soberbio carmín cuando las hembras se agitan, listas para la puesta), los granos de bija, con los que se obtiene otro hermoso rojo...

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3.2.- Las primeras substancias colorantes artificiales: extracción y síntesis en laboratorio por la revolución química en el siglo XIX.

La tinción debe mucho a los químicos franceses del XIX, y conviene subrayarlo. Todo comenzó con Eugene Chevreul, famoso porque fue el primero en analizar los cuerpos grasos, inventó la bujía de estearina y vivió 103 años (1786-1889). Debe también su notoriedad a sus estudios sobre los principios colorantes de las plantas y a la extracción de indigotina, principio azul puro del índigo que sólo aparece en determinadas reacciones. En 1826, Robiquet y Colin extrajeron la alizarina de la granza, que Caro, Graeche y Liebermann sintetizarían en 1869 a partir de la antracina, un hidrocarburo extraído del alquitrán de hulla.
De este modo se produjo la aparición de las primeras materias colorantes artificiales, el comienzo de los productos de síntesis orgánica. No podemos citar todos, pero hay que destacar: la anilina (1845 y 1856), la hermana mayor de los colorantes derivados del alquitrán de hulla, sintetizada por Bechamp, Hoffmann y el inglés Perkins; la fucsina (Verguin, 1858); la azulina y el índigo sintético (Baeyer, 1880). Todas se obtuvieron a partir de una docena de materias primas simples, procedentes generalmente del carbón o del petróleo: antracina, benceno, tolueno, naftalina, alcohol metílico...
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4. Técnica industrial de aplicación a la tela de colorante sintético.

El descubrimiento de los colorantes sintéticos (en la actualidad, hay varios miles), cada uno de ellos adaptado a una técnica o un uso particulares, y su posterior fabricación industrial (otros tantos procedimientos secretos patentados) eliminaron de forma definitiva los tintes naturales que ya sólo utilizan algunos artesanos ecologistas en los objetos que venden y en cursillos de iniciación para una clientela que sigue pensando en Mayo del 68.
Los colorantes sintéticos han simplificado enormemente las operaciones de tintura, aunque el principio sigue siendo el mismo: fijar el colorante en el seno mismo de la fibra. La operación más sencilla consiste en introducir el hilo o la tela en un baño (solución acuosa) más o menos caliente, más o menos largo, más o menos concentrado y más o menos puro. El colorante abandona la fase acuosa y se fija en la fibra en función de enlaces químicos o fisicoquímicos entre el sustrato textil y las moléculas del colorante. Hay que tener en cuenta, asimismo, las propiedades físicas del textil: las fibras naturales (lana, lino, algodón, seda) son hidrófilas y se hinchan en el agua; las sintéticas son hidrófobas y no absorben el agua a no ser que se halle a muy elevada temperatura, que hace que abra la red macromolecular. Se siguen creando sin cesar colorantes especiales para las fibras textiles químicas. Algunos tintes son solubles en agua, otros necesitan otros excipientes.
Como los metros que hay que tratar industrialmente se cuentan por kilómetros, el problema consistía en que el tinte se incorpora de forma continua, sin que hubiese modificaciones de color entre el principio y el final de la pieza. A una velocidad de entre 20 y 40 metros por minuto, el tejido, la cinta de carda o el hilo atraviesan el o los baños y los recintos de secado con aire caliente, frío o húmedo, conducidos por bobinas o rodillos que giran.
En la actualidad no se introducen las piezas en el baño de tinte para fijar el colorante -lo cual ha hecho que se gane tiempo de manera sustancial-, sino que se impregnan con la preparación a presión, lo cual se lleva a cabo haciéndolas pasar entre rodillos giratorios que se asemejan a las máquinas de lavar de antaño. Después, el tejido pasa de forma continua por un aparato de vapor (Pad Steam) o por un túnel a unos 200ºC. En el primer caso, se requieren 2 o 3 minutos; en el segundo, un minuto y ya está. A continuación se llevan a cabo el escurrido, el secado, el enrollado o el plegado y el enrollado para anchuras grandes (1.20, 1.30, 1.40 metros), después de que aparatos electrónicos o equipados con láser hayan controlado la ausencia del más mínimo defecto.
Cada día que pasa trae nuevas invenciones; p.ej., se puede sustituir el tinte por la aplicación de pigmentos coloreados para la parte lisa, al igual que se hace con los motivos, que es un procedimiento más barato que el baño. Se trata de mejorar, mediante este tratamiento, la resistencia del tejido al uso, al lavado y a la acción de la luz. Los pigmentos, al contrario que los tintes, carecen de afinidad química alguna con las fibras y se fijan mecánicamente sobre el textil mediante gomas que les hacen adherirse a la superficie de la tela, generalmente tela de malla. En cierto modo, se trata del mismo procedimiento con el que se teñían las indianas del siglo XVIII, al que nos vamos a referir en las páginas siguientes.
Muchos países en vías de desarrollo que han apostado por el textil fabrican colorantes a partir de materias primas importadas... Las principales naciones fabricantes de colorantes siguen siendo, desde hace decenios, EE.UU., Japón, Gran Bretaña, Alemania, la URSS, Francia, Suiza e Italia.


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5. La técnica del estampado de la tela: de las indianas a la industria.

La estampación de los tejidos mediante el uso de dibujos en relieve en piedra o en madera, grabados como para la impresión de un libro, se remonta aproximadamente al siglo VI; es muy probable que su origen se halle en China y se ejecutaba sobre seda. Se han hallado 20 mil cuadrados de seda con la efigie de una diosa que se remonta al año 900. Pero sigue siendo negro sobre blanco. Se cree que los aztecas conocían un procedimiento, aunque las suposiciones sobre la antigüedad en Asia Menor y Egipto son sólo eso, suposiciones: las pinturas de las tumbas podrían representar perfectamente ropas bordadas.

En todas las épocas gustaron las telas multicolores, aunque hasta el siglo XVII, los motivos nacían, salvo en la India, en el acto de tejer la tela, al introducir hilos de trama de diversos colores y distintas longitudes.

Cuando se consiguió la impresión polícroma del libro (el Psautier de Mayence (Salterio de Mayence) de 1457), mediante tres colocaciones sucesivas de formas de impresión separadas -una para el rojo, otra para el azul y otra para el amarillo- sólo se aplicó a las iniciales o a las viñetas, las imagenes coloreadas no se obtuvieron hasta mediados del siglo XIX poniendo color a un pincel o con una plantilla de estarcir en temas impresos en negro, como las imágenes de Epinal, en tanto que en China se llevaba a cabo (el papel de cartas del Pabellón de los diez bambúes de Zan-Songxue, 1644).
Aunque no faltaron intentos de poner color en las telas, parecían demostrar la cuadratura del círculo. La superficie -lisa- del papel y la del tejido no tienen nada en común. La estampación tal como se concebía formaba capas no unidas de fibras entrecruzadas, poco o demasiado peludas, que se deformaban. Hay que tener en cuenta, además, que los colorantes del tinte sólo actúan en profundidad gracias al mordiente, por el que las moléculas colorantes se adhieren a las de las fibras; el mordiente suele ser diferente según los colores que se vayan a emplear y no se pueden emplear varios diferentes en el caso de colores simultáneos.
Esta dificultad se eludía en los tejidos de gala que podían pintarse, a ser posible, y siempre que se pudiera pagar, por un pintor famoso como lo fueron en su tiempo Jacopo Bellini o Pollaiolo. El famoso cuadro de Veronés, Las bodas de Caná, representa a un soberbio personaje vestido de terciopelo blanco pintado con motivos de ese verde admirable que dio fama al maestro. En el inventario efectuado tras la muerte de Gabrielle d'Estrées en 1599, se menciona un 'lecho' (juego de cama) de "sarga estampada", pero no sabemos qué pensar al respecto: la sarga -tejido de lana- no puede confundirse (a no ser que se trate de una negligencia de quien escribe) con la "tela pintada" de las Indias que los navegantes portugueses habían comenzado a introducir en Europa 20 años antes. Un inventario anterior, de Marsella (fallecimiento de Pierre Bouquin, 1577) habla de un vane (vano, en provenzal significa colcha) "de tafetán de Levante hecho de varios colores".
En realidad, no se trataba de la pintura en cuanto tal. Aunque el artista trazaba con un pincel los motivos sobre la tela preparada, no utilizaba en modo alguno colores análogos a los que usa el pintor en sus cuadros, sino mordientes, como acabamos de mencionar más arriba. Estas sales metálicas se revelan en una decocción de granza, como si fuera un baño fotográfico, y dan, según la dosis empleada, una gama de colores indelebles que abarcaba del negro al violeta (con la sal de hierro) o del rojo al rosa (con la sal de aluminio). La granza es la raíz seca y machacada de la planta Rubia tinctoria, una liana trepadora. Para el azul obtenido por inmersión en un baño de índigo no se necesitaba mordiente, sino la oxidación producida por el aire, y con cera líquida aplicada con pincel se delimitaban, como en un negativo, las partes que había que preservar y que debían permanecer blancas. El amarillo, una decocción de cúrcuma, se aplicaba después, siempre con pincel, pero al no llevar mordiente, desaparecía con el tiempo, al igual que el verde, que se obtenía superponiendo amarillo sobre trazos de índigo. Hubo que esperar hasta 1808 a que Samuel Widner, sobrino de Oberkampf y químico de la Fábrica de Jouy, inventara el verde "sólido" que sólo necesitaba una estampación.
Ni que decir tiene que había que llevar a cabo numerosas manipulaciones para obtener la ornamentación completa de un número de metros importante. A la técnica se unían el talento y la paciencia del artista que colocaba numerosos motivos imbricados, tan similares entre sí en sus repeticiones como los obtenidos posteriormente por estampación mecánica.

En su origen, el término 'indiana' designaba un tafetán de algodón "pintado" que procedía de las Indias. Posteriormente se englobaron bajo esta denominación telas "estampadas" en Oriente, las "inianas de Alep(o)" y sobre todo, las de Diyarbakir -las más bellas- o las de Constantinopla. El famoso rojo turco, secreto de tintura, gustaba por la solidez de su tinte no sólo a los europeos, sino también, como hemos visto, a los reyes negreros de Africa. Rápidamente aparecieron las indianas de imitación, fabricadas, primero, en Marsella y posteriormente en Manchester.
La verdadera tela estampada de varios colores, la indiana de Alep(o) o de Diyarbakir (Turquía), recibía el encantador nombre de chafarcani (deformación del vocablo hindi iafracani o tela multicolor), lo cual indica la existencia de una técnica hindú que llegó a Oriente a través de Persia, donde se utilizó extensivamente este procedimiento para las famosas y admirables telas persas. El secreto del chafarcani consistía en el empleo de planchas de madera grabadas llamadas moldes, cuyos huecos se llenaban con los mordientes o los colores puros espesados con goma. Cada color necesitaba una plancha especial que se aplicaba en las zonas que había que colorear golpeando con un mazo. Después se procedía al secado, al lavado y a tratar el tejido ¡con boñiga! La boñiga de vaca es realmente un producto universal. Sirve de combustible en la India, de emplasto médico en Egipto y, en el caso de la estampación de telas, su decocción permite eliminar los posibles espesamientos del producto. Después se volvía a teñir con granza, se lavaba, se volvía a tratar con boñiga y se lavaba y secaba de nuevo.
A pesar de toda esta serie de operaciones, ornamentar una tela era mucho más rápido que pintarla, ya que los motivos, pequeños y repetitivos, generalmente vegetales, se ajustaban perfectamente y el número de colores era limitado. Los chafarcani se caracterizaban por los fondos o las bandas rojas o violetas; los motivos ornamentales se delimitaban con cera líquida, para que quedaran blancos como un negativo. Los bordes eran diferentes del fondo: rojos cuando éste era violeta y violetas cuando éste era rojo.

Los tafetanes "pintados" de las Indias valían una fortuna en Europa, a pesar de que los traficantes los habían comprado por tres perras chicas portuguesas a un genial artesano del otro extremo del mundo, pues había que tener en cuenta el transporte, las primas de riesgo y los beneficios. Poseían una cualidad inédita entre nosotros: tenían un tinte sólido y soportaban los lavados con los productos poco elaborados de la época. Había, por tanto, un secreto que los hindúes poseían desde hacía siglos.
También desde el principio, los marselleses se dijeron que en esas telas estampadas había una industria prometedora. Todo consistía en dominar las técnicas hindúes y orientales para ornamentar, en nuestras riberas, telas de "algodón crudo", mucho más baratas de comprar. Si el lector recuerda, en aquella época sólo se disponía de telas o hilos de algodón ordinario de Asia. En cuanto a los ingredientes necesarios y triviales, el hecho de tener que importarlos no impediría el ahorro.
Los orientales jamás depositaron una patente protegida de su técnica y tinturas. Y los viajeros no dejaban de informar acerca de ellos. Por ejemplo, en las estanterías de la Biblioteca Nacional tenemos un informe de un tal Roques, redactado en 1678. Pero para tener éxito era imprescindible el talento. Marsella poseía los artesanos más hábiles en materia de estampación: ¡los fabricantes de cartas de la baraja! Desde finales del siglo XV no se arredraban ante nada para realizar las figuras de esta diversión de origen chino y armenio que se extendió desde Italia por todos los puertos mediterráneos, cuando los venecianos detentaban el cuasimonopolio de su fabricación. Las tradicionales cartas marsellesas, que se hallan en el origen del juego del tarot llamado de Marsella, se obtenian por xilografía (se imprimían con la ayuda de "moldes", planchas grabadas con dibujos), al igual que los chafarcani. Así, de forma totalmente natural, los fabricantes de cartas fóceos se convirtieron en los fabricantes de indianas... provenzales.
[Pero] Un año antes la revocación del Edicto de Nantes, a sugerencia de Louvois, había provocado la huida, más allá de nuestras fronteras, de los obreros protestantes, los mejores en su especialidad; muchos de ellos se dedicaban a estampar tejidos. En Berlín, Flandes, Inglaterra y, sobre todo, Suiza, se les recibió con los brazos abiertos. Iban a alimentar un intenso contrabando, ya que las indianas tenían ahora la atracción del fruto prohibido. Pero la partida de esta excelente mano de obra fue la causa del importante retraso técnico francés.
La ciudad de Mulhouse era independiente, tras haber formado parte de la Confederación Helvética hasta 1586. La revocación del Edicto de Nantes, así como la prohibición d elas indianas, provocaron un incremento de sus negocios. En 1745, Samuel Koechlin, J.J. Schmalzer y J.J. Dollfuss crearon la primera fábrica de telas estampadas en esta ciudad. Se habían llevado a cabo muchos progresos desde la asociación de fabricantes de cartas marsellesas un siglo antes. Al mismo tiempo, en las hilaturas y las fábricas de tejidos suizas vecinas el algodón -importado, claro está- adquiría una nueva calidad, la calidad suiza, y el librecambio funcionaba sin tropiezos entre Suiza y Mulhouse.
En su fascinante libro, Michel Biehn nos recuerda que se inventó en Mulhouse la ornamentación jardinera estampada a lo ancho de la tela, para convertir el borde de las faldas en un arriate de donde surgía un jardín florido "al asalto del talle".
En Mulhouse, en la fábrica de Koechlin, Schmalzer y Dollfuss, Cristophe-Philippe Oberkampf, de una familia de tintoreros de origen francés hugonote, aprendió el oficio de grabador en 1757. A instancias de Cottin, famoso estampador de telas parisino que se desenvolvía muy bien en su oficio a pesar de las prohibiciones, nuestro joven llegó a París para celebrar sus veinte años. Es de almas bien nacidas el valor...

Al año siguiente (1759), se concedió la libertad a las indianas y, adelantándose a todos los demás, pues testaba en el secreto de los dioses, Antoine Guerne de Tavanna, "suizo del rey Luis XV", a cargo de Hacienda, confió al joven nada menos que la diriección de una fábrica de indianas, en Jouy-en Josas, cerca de Versalles y a orillas del Bievre, en la que había invertido llegado el momento oportuno. Oberkampf se rodeó de un equipo de obreros suizos, un dibujante (Rodorf), un grabador (Bossert) y un estampador (Schramm), todos ellos enormemente competentes.
La fábrica se agrandó hasta convertirse en un verdadero "complejo" moderno, en un entorno encantador y respetado (la pureza del agua y del aire depende de la belleza de las telas en el lavado y el secado). Había prados para extender 2.200 metros de tejido, laboratorios y, desde luego, la granja que proporcionaba el estiércol de vaca que no se podía olvidar para el éxito del tinte. En este sentido, a Oberkampf le hubiera gustado cultivar granza, como en Alsacia, pero era la única planta que no se daba en estos parajes. ¡Mala suerte!, así que se importaba. El cuadro de J.B. Huet de 1806 muestra muy bien ese paisaje de campiña industrial, con los edificios integrados en los espacios verdes. No podemos dejar de compararlo con un suspiro con el conjunto residencial BCBG que Jouy constituye en la actualidad. Todo ello era rousoniano, pero funcional, administrado al estilo suizo.
La base de la técnica ... era la de los chafarcani, incluido el tratamiento con estiercol. Tanto en Jouy como en Alsacia, eran niños los que llenaban los moldes de mordientes gomosos. Lo confirma el tratado de Rupied: "... Este joven obrero, que suele ganar veinte perras chicas a la semana, debe evitar las desigualdades de color que producirían manchas en la indiana; debe cuidarse asimismo de poner más color a medida que el estampador lo necesita..." Al menos no era un empleo penoso para un chaval de la época.
Tras pasarlo por la granza, había que blanquear el tejido, cuyo fondo permanecía rosáceo, y después se dibujaban con pincel los más delicados dibujos persas. Gottlieb Widner, uno de los sobrinos de Oberkampf, escribe en sus memorias que las obreras utilizaban "pinceles confeccionados por ellas mismas con sus cabellos". El blanqueo de las telas con cloro (lejía) lo aplicó por primera vez en Jouy Samuel Widner, en 1794, otro sobrino de Oberkampf al que su tío había enviado a estudiar física y química con Charles y Berthollet.
Los algodones de Jouy, que encantaban a la corte, se usaban para decorar muebles y habitaciones, pero también para el vestido, que requería motivos pequeños y percales finos lustrados con ágata.
La ornamentación que aquí nos interesa para la ropa era de inspiración hindú. Desde la moda del chal de Cachemira, la estampación se apropió de todos los motivos típicos por un coste mucho menor que el auténtico: mangos, flores exóticas, árboles frutales, conchas, cuernos de la abundancia..., sobre muselina de algodón o lana ligera y, más tarde, sobre muselina de lana. A partir de 1810 se intentó estampar la lana, con colorantes de aplicación fijados al vapor. Las fábricas alsacianas Dollfuss-Mieg fueron las primeras en poner a la venta un ribete "cachemir", en 1815, que tuvo gran éxito y que dio paso a una producción de alta calidad de la que se apropiaría toda la Europa elegante. Llegaron los colores difuminados sobre muselina de lana, de moda en 1840 y 1850, que usaban motivos contemporáneos, casi abstractos. A finales de los años setenta, las muselinas de lana y de seda estampadas convirtieron los miriñaques en jardines floridos.
Para poder ser más competitivos, había que obtener telas de la mejor calidad. Tras la Revolución, se hizo difícil el abastecimiento desde la India, ya que tanto el Directorio como después Napoleón establecieron fuertes tasas sobre los productos extranjeros para apoyar el desarrollo de las hilaturas nacionales. En 1804, Oberkampf montó una hilatura en Chantemerle (Essonne) que confió a su yerno, ya que nuestro joven emigrado se había convertido en copropietario de las instalaciones de Jouy, para lo cual se había asociado con un antiguo abogado de Grenoble, Sarrasin de Maraise, pues el primer socio comanditario, M. de Tavanne, no había podido seguir sosteniendo el desarrollo fulgurante de la empresa.
Frederic Oberkampf, hermano menor de Christophe-Philippe, trabajaba con él y fue enviado en misión secreta a Suiza con el fin de conseguir los planos de una máquina de estampar con plancha de cobre, inspirada en la de los grabadores de grabado en dulce de las estampas. En cada página, la novela del textil de los siglos XVIII y XIX, resulta ser una novela de espias.
La plancha de cobre, de una precisión y fiabilidad desconocidas hasta entonces, hizo posible el fino plumeado de los famosos camafeos de las telas de Jouy, a los que JB Huet prestó su talento en escenas campestres. Oberkampf llevaba a cabo misteriosos viajes a Inglaterra, que eran, en cierto modo, cursillos anuales de los que regresaba trayendo mejoras y sutiles innovaciones. Por ejemplo, fue el primero en utilizar en Francia una máquina con rodillos de cobre giratorios, copia de la que había creado el escocés Thomas en 1785. Ésta le permitió estampar sin interrupcion los 5.000 metros de tela cotidianos. Más tarde, durante el bloqueo continental, Napoleón envió en "misión especial al otro lado del Canal de la Mancha" a los sobrinos del industrial, a la sazón demasiado anciano y respetable (¡había recibido la Legión de Honor!) para jugar a ser los James Bond de la cretona.
Tras la caída de Napoleón y el congreso de Viena, Rusia abrió el mercado del siglo a las telas estampadas alsacianas, un mercado que, por desgracia, desapareció de la noche a la mañana por las medidas proteccionistas de 1822. Se produjo entonces un éxodo de técnicos desde las orillas del Rin a las del Volga: obreros especializados, dibujantes, mecánicos, químicos (la Escuela de Química de Mulhouse era considerada excelente, con toda razón). Ése es el motivo por el cual los chales de lana con flores, que se han vuelto tradicionales en Rusia, siguen luciendo motivos alsacianos en estado puro. (...)
Sin tener que ir a buscar tan lejos su clientela, recordemos que Alsacia ya en el siglo XVIII hacía la fortuna de Francia. Así lo demuestra, p.ej., una de las piezas más bellas del Museo de Estampación de Telas de Mulhouse: una capa de chintz negro estampada con plancha que perteneció, sin lugar a dudas, a María Antonieta. Asimismo, ya por entonces, Alsacia proporcionaba buena parte de los tejidos provenzales, y a medida que los talleres meridionales fueron cerrando, los alsacianos recuperaron la clientela para las telas baratas, la especialidad de Jouy: florecillas típicamente francesas, realistas o con formas geométricas estilizadas.

Como Japón despertó y, en 1863, conoció el trabajo alsaciano, experimentó un flechazo. Encargó algodones y lanas estampadas en estilo nipón a Thierry Mieg y Heilmann, de Mulhouse, y a Scheurer Lauth, de Thann. Y una vez asimiladas las nuevas técnicas e industrializado el país, Tokio envió a la Exposición Universal de 1900 muselinas de lana estampadas en Japón, ¡pero tejidas en Mulhouse!

Desde 1920 se utiliza el procedimiento con bastidor, de origen japonés, a pesar de que se denomina estampación a la lionesa, por usarse sobre todo en los tejidos de seda. Se inspira en la impresión serigráfica y en el estarcido.
Sobre un bastidor ligero se estira una gasa fina, en la actualidad de poliamida o de poliéster, recubierta de un barniz especial en las zonas en que el color no debe depositarse en el tejido que se va a estampar. El bastidor se lleva de forma sucesiva y exacta de un extremo a otro de la pieza de tejido que tiene su misma anchura, y que se halla pegada o sujeta con grapas a una mesa muy larga. Cada vez, se extiende con una espátula el color, que atraviesa los puntos no ocultos de la gasa. Para cada color se emplea un nuevo bastidor, hasta finalizar los dibujos.
Este procedimiento se perfeccionó mediante máquinas de gran precisión, que desplazan en carros tantos bastidores como colores se necesitan y extienden el color de modo automático. En 1960, los bastidores, planos, se pudieron sustituir por "bastidores giratorios", en realidad rodillos huecos formados por niquel puro calcinado, muy finos y con una trama microscópica según los motivos que hay que reproducir. Alimentados a presión por bombas desde el interior, depositan los colores, según el entramado, de forma continua sobre el tejido, conducido por una cinta transportadora horizontal. Cada rodillo puede pasar varias veces, de forma sucesiva, por el tejido, lo cual permite tratar 12.000 metros de tejido al día.
Como en el caso de las indianas, el color que se deposita sobre el tejido debe poseer cierta viscosidad, que se obtiene con la adición de almidón, dextrosa, goma o resinas (copolímeros poliacrílicos) cuando el tinte es sustituido por un pigmento, que se fija térmicamente, a 200ºC durante menos de un segundo.

En fin, pronto no habrá más que estampación por transferencia, procedimiento semejante al que se emplea para las camisetas. En los años 80 sólo se están utilizando soportes de fibras químicas (poliéster, poliamida 6, triacetato o acrílico) pero pronto el uso se extenderá a los soportes celulósicos (de origen vegetal) como el algodón o la viscosa.
En primer lugar, se imprime el dibujo en un papel utilizando colorantes "dispersos" que, al poner sobre la tela, se "sublimarán" a alta temperatura (200ºC) durante 20 segundos; e.d., se trasladarán al nuevo soporte. Esta técnica de precisión matemática, es muy económica, debido a su rapidez, su escaso consumo de colores y la eliminación de la alimentación con agua, la pesadilla de los antiguos tintoreros. Por último, no contamina, lo que es una victoria frente a todos los procedimientos anteriores.


6. Arqueología y prehistoria del teñido:

Lejos de ser tan blanca como se ha pretendido de manera apresurada, la Antigüedad conoció las telas de colores, pues se teñían los hilos o las piezas ya acabadas, aunque los motivos sólo se obtenían por los efectos de la tejeduría. China y la India fueron precursoras, ya que desde tiempos inmemoriales usaron la granza, el añil, la cúrcuma o el azafrán y la agalla. Los habitantes de Oriente Próximo y Oriente Medio fueron alumnos aplicados. Y aún más que el Viejo Continente, la América arcaica y precolombina fue gran aficionada a los colores; los mexicanos y los peruanos, grandes tejedores, nos han dejado numerosos testimonios a los que nos hemos referido en el capítulo del algodón.(...)
Los más antiguos tejidos teñidos que se han hallado son las bandas que envuelven las momias egipcias, de 4500 años de antigüedad. Aún se aprecia que fueron azules o rojas, colores sin duda profilácticos, destinados a conseguir una vida tranquila en el más allá. Azul es la piel del dios Amón, que no tiene principio ni final, protege a los puros de los poderosos y escucha a los oprimidos; el rojo, color de Seth, dios del mal, permite conciliarse con él, halagándolo de este modo. Un papiro de Tebas del siglo III a.C era de testimonio de la antigüedad de los procedimientos egipcios de tintura y ofrece las fórmulas.
Los hebreos también conocían el arte de la tinción; hay que recordar que un pasaje de la Biblia (Génesis XXXVII) en el que se menciona cuán celosos estaban los hermanos de José de la "túnica de varios colores" que su anciano padre había regalado a su hijo predilecto.
Es muy difícil analizar los tejidos arqueológicos, porque los tintes se han degradado al desaparecer la casi totalidad de sus moléculas originales. Pero de todos modos, se ha podido constatar un abundante empleo de colores en vestigios europeos o del perímetro mediterráneo, al menos desde 1.000 a.C. Ya hemos hablado de los tejidos de la Edad del Hierro descubiertos en las minas de sal de Hallstatt (Austria). Aunque las gamas de marrones y beige proceden de distintas clases de lana, el verde oliva y los azules oscuros se obtuvieron por tintura. Las telas halladas en Marsella (Saint-Victor) son galorromanas (s.I) y su color rojo se debe a la granza.
No se sabe a quién pertenecía el vestido de Saint-Victor cuyos restos nos han llegado, pero una prenda roja -color del poder- señalaba a los conquistadores. En Roma, el rojo era privativo "de los generales, de la nobleza, de los caballeros patricios (...), en consecuencia, de los emperadores. Los de Constantino iban vestidos completamente de rojo"; traje ceremonial de los magistrados, vestimenta de los triunfadores y manto palumendatum del general en jefe. En Troya se teñían de púrpura las colas de los caballos que pertenecían a los guerreros más nobles.

7. La importancia de la tintorería en la antigüedad: Roma.

En Roma, por el contrario, el arte de la tinción fue cada vez más respetado, a medida que la historia de la ciudad avanzaba. Al principio sus fundadores sólo se vestían con tejidos naturales: después aparecieron los colores, sobre todo para las ceremonias. el pallium púrpura del sacerdote, bandas de luto negras, el flammeum naranja de la sacerdotisa y de la desposada. Una familia patricia, y la gens Furia Purpurea, descendía de un célebre tintorero de púrpura, Furio Purpúreo. El uso de la púrpura, privilegio de los altos magistrados y dignatarios, se multiplicó por diez durante el Imperio tanto en Italia como en las colonias. En todas partes se abrieron tintorerías que solían pertenecer al emperador y eran administradas por esclavos.
Desde los comienzos de la ciudad, el rey Numa había organizado la profesión en gremios, en plural. Los romanos eran gente precisa. Si los purpuraii teñían exclusivamente de púrpura, como su antepasado Furio, los cenarii lo hacían en amarillo claro, los flammarii, en naranja; los crocotarii, en amarillo azafrán (del crocus); los spadicarii, en marrón, y los violarii, en violeta. Cada especialista utilizaba un ingrediente especial -volveremos sobre ello- y recibía el tejido (generalmente de lana), listo para ser teñido, de otros patricios, los bataneros, que llevaban a cabo su preparación. limpieza, desengrasado, batanadura para volverlo más espeso y cepillado con cardos o con plantas espinosas. El tejido se volvía a humedecer y se pasaba por una prensa para alisarlo. Los rótulos de los batanes siempre representaban un pie, ya que la batanadura se efectuaba pisando los tejidos.
Los bataneros también podían limpiar tejidos para particulares, en tanto que en la actualidad ésa es la principal actividad de los tintoreros, que sólo tiñen en raras ocasiones, ya que el "duelo de veinticuatro horas" ha desaparecido de las costumbres. La limpieza a la romana consistía en una batanadura con loss pies desnudos en agua con potasa o en orina humana o animal, rica en amoniaco, o con azufre para blanquear o en seco con arcilla (tierra de batán). Una tienda hallada en las excavaciones de Pompeya ofrecía en su umbral un recipiente en el que los que pasaban podían aliviar sus necesidades, y un cartel les agradecía la materia prima.
En este sentido, la prosperidad de la que disfrutaban los tintoreros se halla muy bien ilustrada en la decoración de las tiendas exhumadas en Pompeya. En el pilar de la derecha se ve a Mercurio sosteniendo una bolsa bien repleta, con la inscripción Salve Lucrum (¡bienvenidos al beneficio!). En el momento de la catástrofe estaban teniendo lugar (o debían de estar teniendo lugar) elecciones municipales. A falta de carteles de papel, se inscribían las profesiones de fe en las paredes; el gremio de tintoreros (cuyo local se hallaba en los alrededores) defendía así a su candidato: "Postumium Proculum aedilem offetores rogant" (los tintoreros proponen elegir como edil a Postumo Próculo).

8. Gremios medievales: tintoreros venecianos y florentinos.

La reglamentación de los gremios medievales, aún más sistemática que la legislación romana, distinguía entre los tintoreros de lana, de seda y de lino, quizá porque las fibras de origen animal, que contienen nitrógeno, por lo que se asemejan más a las tinturas, no exigían los mismos procedimientos que las fibras vegetales. De los siglos XII al XV, los venecianos y los florentinos estuvieron considerados, con toda razón, los tintoreros más hábiles de Occidente. En realidad, a tales tintori se les trataba con la misma falta de consideración que en Esparta. La famosa revuelta (abortada) de los Ciampi florentinos, encabezada por los cardadores el 21 de julio de 1378, sirvió al menos para crear un nuevo gremio de tintoreros que, aunque sólo duró cuatro años, fue posteriormente retomado. En 1429, un veneciano publicó el primer tratado del arte de teñir: maraviglia d'ell arte dei tintori.

9. Edad moderna: las 'Indianas', competencia de las telas de ultramar.

Estas telas ornamentadas con motivos polícromos tuvieron un éxito increíble en el siglo XVII, sobre todo cuando las autoridades francesas, preocupadas ante la amenaza que constituiían para los fabricantes de tejidos de lana, lino y seda, tomaron la decisión de prohibirlas, como había hecho el gobierno inglés, aunque en menor medida y por un tiempo más breve.
Eran tejidos teñidos de calidad superior a los europeos, pues tenían mejor caída, al ser más gruesos y su coste era mucho menos. No hacía falta nada más para que los marselleses se precipitaran sobre los puestos tan pronto como llegaban las mercancías, y los agentes comerciales se las veían y se las deseaban para reservar lotes para sus clientes del resto de Francia. Sea como fuere, los burgueses, los artesanos y los granjeros de Marsella, Aix, Arles, Aviñón, Tarascón, Toulon y de los pueblos de la alta Provenza se vistieron desde entonces con "esa tela que ha caracterizado y conferido su encanto específico a los trajes de Provenza" (M. Biehn). Por último, las grissettes (modistillas), obreras que ahsta entonces vestían de griset o paño gris ordinario, pasaron a llamarse li chafarcani. Y de un mujeriego se decía "Té! cerco li chafarcani!" ("Vaya, persigue a las chafarcani") Mistral nos lo recuerda en su Tresor du felibrige (Tesoro del felibrismo).
El fenómeno había comenzado a mediados del siglo XVI, más de cien años antes que la pasión ganara al resto de Europa. ¡Por algo los muelles del Puerto Viejo eran los primeros servidos! También desde el principio, los marselleses se dijeron que en esas telas estampadas había una industria prometedora. Todo consistía en dominar las técnicas hindúes y orientales para ornamentar, en nuestras riberas, telas de "algodón crudo", mucho más baratas de comprar. Si el lector recuerda, en aquella época sólo se disponía de telas o hilos de algodón ordinario de Asia. En cuanto a los ingredientes necesarios y triviales, el hecho de tener que importarlos no impediría el ahorro.
Los orientales jamás depositaron una patente protegida de su técnica y tinturas. Y los viajeros no dejaban de informar acerca de ellos. Por ejemplo, en las estanterías de la Biblioteca Nacional tenemos un informe de un tal Roques, redactado en 1678. Pero para tener éxito era imprescindible el talento. Marsella poseía los artesanos más hábiles en materia de estampación: ¡los fabricantes de cartas de la baraja! Desde finales del siglo XV no se arredraban ante nada para realizar las figuras de esta diversión de origen chino y armenio que se extendió desde Italia por todos los puertos mediterráneos, cuando los venecianos detentaban el cuasimonopolio de su fabricación. Las tradicionales cartas marsellesas, que se hallan en el origen del juego del tarot llamado de Marsella, se obtenian por xilografía (se imprimían con la ayuda de "moldes", planchas grabadas con dibujos), al igual que los chafarcani. Así, de forma totalmente natural, los fabricantes de cartas fóceos se convirtieron en los fabricantes de indianas... provenzales.
Michel Biehn nos lo cuenta: "Así fue como, ante el éxito que habían tenido en Provenza los tafetanes de Levante, que suponían un nuevo mercado. Benoit Ganteaume, maestro fabricante de cartas de Marsella, y Jacques Baville, maestro grabador que habitaba en la misma ciudad, se asociaron el 22 de junio de 1648 "para grabar en la medida de lo posible los modelos propios y convenientes en la fábrica que tienen para teñir telas para hacer indianas ... aplicándolos sobre la tela..." Ganteaume proporcionó la tela, los colores, las planchas de madera para los moldes y ayudó a la estampación. La fabricación -con un reparto idéntico tanto de los beneficios como de las pérdidas- se realizó en casa de Ganteaume. Esta asociación, que tuvo una duración de seis meses, parece ser un ensayo; en cualquier caso, es el primer taller conocido en Francia. A continuación, la tradicional industria marsellesa de fabricantes de cartas de la baraja, unida a la de los grabadores, añadió a sus actividades la fabricación de indianas en numerosos talleres."
Veinte años después, estos especialistas eran lo suficientemente numerosos como para dividirse, y los fabricantes de indianas tuvieron fábrica propia. Las indianas llegaron a Aviñón... pero se necesitarían muchos años para alcanzar la perfección en el tinte con Oberkampf y la famosa Fábrica de Jouy. En cualquier caso, las indianas originales, para las clases adineradas, y las indianas provenzales, para la gente humilde, conquistaron toda Francia.
Ahora bien, en 1664, Colbert había creado la Compañía Francesa de las Indias Orientales, la última de una serie de instituciones similares de otras capitales europeas. La visita del rey de Siam a Luis XV, la de los embajadores del Gran Turco y la del sha de Persia habían reavivado el gusto por lo oriental, que resurgía en Europa cada cien años aproximadamente.
La Compañía de las Indias detentaba el monopolio de la importación de "telas pintadas" y de chafarcani, y aunque la pasión de la nobleza y la gran burguesía por estas telas exóticas servía para hacer negocio a los accionistas, que solían ser los susodichos, no es menos cierto que se estaba produciendo una inquietante sangría de divisas, un problema idéntico al que había suscitado la creación de la industria de la seda en Lyon por Luis XI y Francisco I. Y como se dejaba que se desarrollara la imitación de las indianas a pesar de su mediocre calidad, las quejas de las fábricas tradicionales de lino, de seda y de lana se iban a convertir en un clamor de indignación, sobre todo teniendo en cuenta que las indianas meridionales, por muy defectuosas que fueran, utilizaban tejido de algodón crudo venido de Oriente, lo cual producía pocos beneficios a los importadores, a pesar de que las cantidades amenazaban nuestros productos de lino.
"En caso de duda, abstente", dice el proverbio. Pero no pudiendo decidir a favor de la Compañía, cuyas acciones estaban en manos de muchos grandes del país, ni a favor de los pobres, contentos de vestirse de forma exótica a bajo precio, el gobierno se inclinó por el beneficio de las fábricas nacionales cuyo cierre significaría un desempleo masivo y peligroso. En 1686 se promulgó el fallo del Consejo de Estado del rey a instancias del superintendente de Hacienda, Louvois, sucesor y enemigo declarado de Colbert. Este fallo de caracter proteccionista, prohibía la entrada de telas de algodón, blancas o pintadas, de las Indias y de Oriente y ordenaba el cese inmediato de la estampación en Francia, la destrucción de los moldes y la prohibición de llevar vestidos de tela estampada.
Un año antes la revocación del Edicto de Nantes, a sugerencia de Louvois, había provocado la huida, más allá de nuestras fronteras, de los obreros protestantes, los mejores en su especialidad; muchos de ellos se dedicaban a estampar tejidos. En Berlín, Flandes, Inglaterra y, sobre todo, Suiza, se les recibió con los brazos abiertos. Iban a alimentar un intenso contrabando, ya que las indianas tenían ahora la atracción del fruto prohibido. Pero la partida de esta excelente mano de obra fue la causa del importante retraso técnico francés.
No obstante, Marsella gozaba de un estatuto particular: era un puerto franco, e.d., libre para comerciar, podía recibir mercancías de donde quisiera y enviarlas donde deseara, p.ej. a las colonias de América y de las Antillas, donde sus productos pasaban bajo las narices de los soldados del rey. La famosa peste de 1720 que asoló el sur de Francia y mató a más de la mitad de los habitantes de Marsella fue traída por el San Antonio, en cuyas bodegas no sólo se hallaban las telas de Oriente, sino también ratas y pulgas.
A lo largo de los 73 años que duró la prohibición, la pasión por las indianas no cesó -antes al contrario-, alimentada por el contrabando fuera de los muros de Marsella (fabricación local y exótica), en los navíos averiados en los puertos atlánticos, o a través de las fronteras con el este (el Georges, que fue registrado en Nantes, transportaba asimismo telas pintadas enrolladas como las velas a lo largo del mástil). Había asimismo cierta difusión d elaas indianas desde "recintos privilegiados", territorios señoriales y... ¡religiosos! El duque de Bourbon tenía su fábrica en Chantilly; la duquesa de Maine y la marquesa de Pompadour, en el Arsenal de París. En Marsella y en otros lugares, las técnicas iban mejorando de forma notable, aunque más lentamente que en el extranjero, a causa de la falta de personal verdaderamente capaz y de material eficaz.
De 1691 a 1703, Marsella perdió su franquicia. De este modo se restablecieron discretamente "el uso en Marsella de telas pintadas". ¡En Marsella! Nadie se privó de llevarlas y usarlas en cuanto franquearon las puertas de la ciudad, a pesar de la posibilidad de que te obligaran a desnudarte en la vía pública y de ser arrestado.
Por último, una forma cómoda de desafiar las normas fue la adopción de la indiana para vestirse en casa: cada uno es rey en su casa. Así lo hizo monsieur Jourdain para su nueva bata: "He mandado que me hagan esta indiana... Mi sastre me ha dicho que las gentes de calidad se visten a´si por las mañanas." La bata, por tanto data del período de prohibición de los tafetanes pintados.
Como la opinión de los economistas se hallaba dividida en cuanto a los efectos y consecuencias de la prohibición, gracias a la más elegante de las consumidoras y productoras, la marquesa de Pompadour, la prohibición fue por fin levantada el 5 de septiembre de 1759, con la promulgación general de la autorización para vender, fabricar y llevar tejido pintado o estampado en cualquier lugar del reino de Francia.
Por desgracia, a causa de una política totalmente estúpida, faltaban entonces los obreros cualificados, y para no ser tributarios de la competencia extranjera que nosotros mismos habíamos contribuido a crear, hubo que recurrir a especialistas extranjeros. Uno de ellos, un suizo llamado Jean-Rodolphe Wetter se hallaba ya en Francia -seguimos sin saber por qué- desde 1744. Había instalado una fábrica en las afueras de Marsella, en Saint-Marcel, a orillas de Huveaune, a la sazón un río encantador muy distinto de hoy en día. (Las industrias del textil siempre necesitan un curso de agua.) La fábrica de indianas de este hombre de talento recurría a dibujantes de la Academia de Pintura de Marsella, pero el rigor de los controles exteriores y las multas le llevaron a la quiebra y tuvo que dejar sus telares para ir a recuperarse a Orange, donde lanzó con éxito las miniaturas con motivos muy pequeños, flores, hojas, cuadrados y rayas miles sobre fondo de piquillo, una novedad, aunque también el viejo truco de los chafarcani. Un cuadro de Rossetti, en el museo de Orange, inmortalizó su taller.
La mayor parte de las empresas de Marsella habían sufrido las mismas vicisitudes que Wetter y no se habían recuperado: desaliento, incompetencia, mala gestión. Ahora que la indiana gozaba de todos sus derechos, la Provenza de los artesanos no podía suministrarla.
La ciudad de Mulhouse era independiente, tras haber formado parte de la Confederación Helvética hasta 1586. La revocación del Edicto de Nantes, así como la prohibición d elas indianas, provocaron un incremento de sus negocios. En 1745, Samuel Koechlin, J.J. Schmalzer y J.J. Dollfuss crearon la primera fábrica de telas estampadas en esta ciudad. Se habían llevado a cabo muchos progresos desde la asociación de fabricantes de cartas marsellesas un siglo antes. Al mismo tiempo, en las hilaturas y las fábricas de tejidos suizas vecinas el algodón -importado, claro está- adquiría una nueva calidad, la calidad suiza, y el librecambio funcionaba sin tropiezos entre Suiza y Mulhouse.
En su fascinante libro, Michel Biehn nos recuerda que se inventó en Mulhouse la ornamentación jardinera estampada a lo ancho de la tela, para convertir el borde de las faldas en un arriate de donde surgía un jardín florido "al asalto del talle".
En Mulhouse, en la fábrica de Koechlin, Schmalzer y Dollfuss, Cristophe-Philippe Oberkampf, de una familia de tintoreros de origen francés hugonote, aprendió el oficio de grabador en 1757. A instancias de Cottin, famoso estampador de telas parisino que se desenvolvía muy bien en su oficio a pesar de las prohibiciones, nuestro joven llegó a París para celebrar sus veinte años. Es de almas bien nacidas el valor...
Al año siguiente (1759), se concedió la libertad a las indianas y, adelantándose a todos los demás, pues testaba en el secreto de los dioses, Antoine Guerne de Tavanna, "suizo del rey Luis XV", a cargo de Hacienda, confió al joven nada menos que la diriección de una fábrica de indianas, en Jouy-en Josas, cerca de Versalles y a orillas del Bievre, en la que había invertido llegado el momento oportuno. Oberkampf se rodeó de un equipo de obreros suizos, un dibujante (Rodorf), un grabador (Bossert) y un estampador (Schramm), todos ellos enormemente competentes.
Los tafetanes de Jouy -magníficos- tuvieron un éxito inmediato. En la corte, muy cercana, en Paris e incluso en Provenza. sobre todo cuando se volvieron a fabricar las "telas de Orange de Jouy", a la manera de Jean-Rodolph Wetter, que parece que había vuelto a quebrar.
La fábrica se agrandó hasta convertirse en un verdadero "complejo" moderno, en un entorno encantador y respetado (la pureza del agua y del aire depende de la belleza de las telas en el lavado y el secado). Había prados para extender 2.200 metros de tejido, laboratorios y, desde luego, la granja que proporcionaba el estiércol de vaca que no se podía olvidar para el éxito del tinte. En este sentido, a Oberkampf le hubiera gustado cultivar granza, como en Alsacia, pero era la única planta que no se daba en estos parajes. ¡Mala suerte!, así que se importaba. El cuadro de J.B. Huet de 1806 muestra muy bien ese paisaje de campiña industrial, con los edificios integrados en los espacios verdes. No podemos dejar de compararlo con un suspiro con el conjunto residencial BCBG que Jouy constituye en la actualidad. Todo ello era rousoniano, pero funcional, administrado al estilo suizo.
Para poder ser más competitivos, había que obtener telas de la mejor calidad. Tras la Revolución, se hizo difícil el abastecimiento desde la India, ya que tanto el Directorio como después Napoleón establecieron fuertes tasas sobre los productos extranjeros para apoyar el desarrollo de las hilaturas nacionales. En 1804, Oberkampf montó una hilatura en Chantemerle (Essonne) que confió a su yerno, ya que nuestro joven emigrado se había convertido en copropietario de las instalaciones de Jouy, para lo cual se había asociado con un antiguo abogado de Grenoble, Sarrasin de Maraise, pues el primer socio comanditario, M. de Tavanne, no había podido seguir sosteniendo el desarrollo fulgurante de la empresa.
Frederic Oberkampf, hermano menor de Christophe-Philippe, trabajaba con él y fue enviado en misión secreta a Suiza con el fin de conseguir los planos de una máquina de estampar con plancha de cobre, inspirada en la de los grabadores de grabado en dulce de las estampas. En cada página, la novela del textil de los siglos XVIII y XIX, resulta ser una novela de espias.
La plancha de cobre, de una precisión y fiabilidad desconocidas hasta entonces, hizo posible el fino plumeado de los famosos camafeos de las telas de Jouy, a los que JB Huet prestó su talento en escenas campestres. Oberkampf llevaba a cabo misteriosos viajes a Inglaterra, que eran, en cierto modo, cursillos anuales de los que regresaba trayendo mejoras y sutiles innovaciones. Por ejemplo, fue el primero en utilizar en Francia una máquina con rodillos de cobre giratorios, copia de la que había creado el escocés Thomas en 1785. Ésta le permitió estampar sin interrupcion los 5.000 metros de tela cotidianos. Más tarde, durante el bloqueo continental, Napoleón envió en "misión especial al otro lado del Canal de la Mancha" a los sobrinos del industrial, a la sazón demasiado anciano y respetable (¡había recibido la Legión de Honor!) para jugar a ser los James Bond de la cretona.
Luis XV había concedido en 1770 cartas de "naturalización" a toda la familia, cerrando los ojos ante el pecado de protestantismo. El 19 de junio de 1789 -¡ya era hora!- Luis XVI ordenó por letra patente que el establecimiento fuera declarado "Real Fábrica" con el privilegio de desgravación: "Luis, Rey de Francia y de Navarra por la gracia de Dios. Saludo a nuestros amados y fieles conejeros de nuestra Corte de Parlamento en París. A nuestros queridos y bienamados señores Oberkampf y Sarrasin de maraise, empresarios de la Fábrica de Telas Pintadas establecida en Jouy; nos han expuesto que dicha fábrica, en sus 25 años de existencia, no sólo ha realizado sensibles progresos y adquirido una extensa reputación tanto en Francia como en el extranjero, hasta el punto de que, desde hace varios años, ocupa diariamente en sus Talleres a unos 900 obreros, todos ellos procedentes de las familias pobres de Jouy y de los pueblos de los alrededores, sino también que en sus obras ha alcanzado tan alto grado de perfección, tanto por la selección y variedad de sus dibujos como por la solidez de sus colores, que nunca ha salido una sola pieza de tela que no estuviera teñida con colores sólidos..."
Es la única ocasión en los anales en la que un jefe de Estado garantiza el color sólido de una tela. Además, el monarca no había dudado en otorgar, dos años antes, titulos de nobleza al industrial. Éste nunca hizo alarde de ellos y se ganó la estima de todos los gobernantes que sucedieron a Luis XVI. (...)
Los algodones de Jouy, que encantaban a la corte, se usaban para decorar muebles y habitaciones, pero también para el vestido, que requería motivos pequeños y percales finos lustrados con ágata. Un día...: "Una gran dama que se había desgarrado un vestido de Persia, cuyo brillo había atraído las miradas envidiosas de la corte, corrió a pedir al hábil fabricante la ayuda de todos los secretos de su arte. Este ruego no fue en vano. Una imitación tan brillante como fiel desafió la atención peor dispuesta. Y pronto se hicieron eco de este prodigio. En Versalles sólo se querían indianas de los alrededores." Lo cuenta Philipon, preceptor de los hijos de la familia Oberkampf.
La ornamentación que aquí nos interesa para la ropa era de inspiración hindú. Desde la moda del chal de Cachemira, la estampación se apropió de todos los motivos típicos por un coste mucho menor que el auténtico: mangos, flores exóticas, árboles frutales, conchas, cuernos de la abundancia..., sobre muselina de algodón o lana ligera y, más tarde, sobre muselina de lana. A partir de 1810 se intentó estampar la lana, con colorantes de aplicación fijados al vapor. Las fábricas alsacianas Dollfuss-Mieg fueron las primeras en poner a la venta un ribete "cachemir", en 1815, que tuvo gran éxito y que dio paso a una producción de alta calidad de la que se apropiaría toda la Europa elegante. Llegaron los colores difuminados sobre muselina de lana, de moda en 1840 y 1850, que usaban motivos contemporáneos, casi abstractos. A finales de los años setenta, las muselinas de lana y de seda estampadas convirtieron los miriñaques en jardines floridos.
Tras la caída de Napoleón y el congreso de Viena, Rusia abrió el mercado del siglo a las telas estampadas alsacianas, un mercado que, por desgracia, desapareció de la noche a la mañana por las medidas proteccionistas de 1822. Se produjo entonces un éxodo de técnicos desde las orillas del Rin a las del Volga: obreros especializados, dibujantes, mecánicos, químicos (la Escuela de Química de Mulhouse era considerada excelente, con toda razón). Ése es el motivo por el cual los chales de lana con flores, que se han vuelto tradicionales en Rusia, siguen luciendo motivos alsacianos en estado puro.
Como Japón despertó y, en 1863, conoció el trabajo alsaciano, experimentó un flechazo. Encargó algodones y lanas estampadas en estilo nipón a thierry Mieg y Heilmann, de Mulhouse, y a Scheurer Lauth, de Thann. Y una vez asimiladas las nuevas técnicas e industrializado el país, Tokio envió a la Exposición Universal de 1900 muselinas de lana estampadas en Japón, ¡pero tejidas en Mulhouse!
Sin tener que ir a buscar tan lejos su clientela, recordemos que Alsacia ya en el siglo XVIII hacía la fortuna de Francia. Así lo demuestra, p.ej., una de las piezas más bellas del Museo de Estampación de Telas de Mulhouse: una capa de chintz negro estampada con plancha que perteneció, sin lugar a dudas, a María Antonieta. Asimismo, ya por entonces, Alsacia proporcionaba buena parte de los tejidos provenzales, y a medida que los talleres meridionales fueron cerrando, los alsacianos recuperaron la clientela para las telas baratas, la especialidad de Jouy: florecillas típicamente francesas, realistas o con formas geométricas estilizadas.
La maravillosa fábrica a la antigua de Steiner, en Ribeauvillé, continua abasteciendo el mercado con las telas estampadas que hicieron famosos a Jouy y a los talleres de antaño. El artesanado y el progreso se han unido de forma sabia para obtener la perfección y el mejor precio, pues la Fábrica de Jouy cerró en 1843, debido a una quiebra poco clara que habría afligido a Oberkampf. La mayor parte de las colecciones de los archivos se dispersaron y desperdiciaron. Aunque los estampados de Alsacia o de Tarascón siguen llevando la alegría a los vestidos veraniegos actuales, creíamos que nunca volveríamos a ver creaciones nuevas y que podíamos darnos por satisfechos con haber salvado algunos modelos de las maravillas de otra época para poder olvidar el estampado "provenzal", chillón y estandarizado. Cuando hete aquí que, a finales de los años ochenta, un provenzal de esta generación ha revolucionado el mundillo de la alta costura. Christian Lacroix, con la cabeza llena de ideas, ha vuelto a poner de moda unos vivos estampados de flores que constituyen un verdadero renacimiento de toda una tradición. Siguiendo sus pasos, el pret-a-porter y los favbricantes de ropa del Sentier han ofrecido desde lo mejor hasta lo peor. Las modas están hechas para pasar, claro está. Pero también para reaparecer.

 Pero no hay que olvidar que muchos museos encantadores, en Jouy, Mulhouse, Lyon, Marsella, Aix, Arles, etc., están llenos de tesoros; obras de las artes aplicadas, pero también conmovedores testimonios de las alegrías y las penas que se han estampado en el tejido de la Historia.


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